Autor: Sánchez, Alberto M.
Publicado en: LA LEY 22/04/2005, 1
Hace algunos años, dictando clases de Derecho Social en los claustros universitarios, propuse a mis alumnos una metodología de trabajo algo curiosa, sobre diversos temas. Yo les planteaba una hipótesis y ellos debían responder por escrito, en un par de minutos, qué harían en ese caso. La primera hipótesis era: "Una íntima amiga suya que está embarazada acaba de recibir, luego de una ecografía, la noticia de que el hijo que lleva en sus entrañas nacerá con graves malformaciones. ¿Qué le diría?". Los alumnos contestaron y entregaron sus respuestas. La segunda hipótesis era: "Una íntima amiga suya acaba de tener un bebé con graves malformaciones. ¿Qué le diría?". Nuevamente, los alumnos contestaron y entregaron sus respuestas. Cuando procesamos las mismas advertimos que, respecto de la primera pregunta algunos (alrededor del 15%) habían contestado que sugerirían un aborto, mientras que ninguno había aconsejado, en el segundo caso, matar al bebé nacido con malformaciones. Pregunté entonces si alguien podía explicarme por qué en un caso se optaba por eliminar la vida humana y por qué en el otro no. Los alumnos -todos- se refugiaron en el silencio, buscando una respuesta aceptable que jamás llegó.
Ese episodio dejó en mí una huella profunda. Entendí que parte del problema era que no todos entendían que el niño aún no nacido es precisamente un niño, una persona como cualquiera de nosotros, un ser humano que contiene todas y cada una de las características genéticas y que sólo necesita desarrollo. La pregunta crucial acá es: ¿Qué cambia esencialmente en ese niño desde el día en que fue concebido hasta el día de su nacimiento?
Hay gente que si no ve al bebé recién nacido no ve la vida humana. Bernard Nathanson era una de esas personas. Dirigió, a partir de 1971, la Clínica de abortos más importante del mundo, en EE.UU. Un día decidió filmar un aborto para perfeccionar luego la técnica. Cuando vio el video entendió. Lo que vio en ese momento fue al niño que antes no había visto, intentando en vano defenderse de la agresión salvaje que lo llevó a la muerte. Lo que vio fue un vientre materno convertido en una cámara de exterminio. Lo que vio fue sus propias manos cometiendo el peor de los homicidios. Cuando Nathanson vio todo se convirtió en uno de los más encendidos adalides pro-vida del mundo, escribió el libro "Yo practiqué 5000 abortos" y dedicó el resto de su vida a luchar contra este flagelo que avergüenza a la humanidad. Nos relata: "Fui uno de los fundadores de la organización más importante que 'vendía' el aborto al pueblo estadounidense... Nos sirvieron de base dos grandes mentiras: la falsificación de estadísticas y encuestas que decíamos haber hecho, y la elección de una víctima, para achacarle el mal de que en EE.UU. no se aprobara el aborto. Esa víctima fue la Iglesia Católica, o mejor dicho, su jerarquía de obispos y cardenales ... Como Jefe de Departamento, tengo que confesar que se practicaron 60.000 abortos bajo mis órdenes y unos 5000 fueron hechos personalmente por mí".
Pero Nathanson hizo algo más importante aún para los que necesitan ver. Editó el video "El grito silencioso", que muestra aquel homicidio que cometiera con sus propias manos, como un legado de lo que el hombre es capaz de hacer en la cima de la barbarie.
Si usted no vio el video y necesita ver, véalo. Debiera ser obligatorio para todo médico que practica un aborto, para aquellos que les proveen los insumos para practicarlos, para cada Ministro que lo recomienda por "motivos sanitarios", para cada defensor/a del falso "derecho a usar del propio cuerpo". Y fundamentalmente para cada madre que elige el aborto, para cada madre que opta por "sacarse esa cosa" que le complica la vida, porque es soltera, porque es casada, porque es adolescente, porque ya tiene muchos hijos, porque es pobre o, simplemente, porque se le da la gana en ejercicio del inexistente "derecho a usar el propio cuerpo".
Si todos ellos ven el video, van a observar a un niño que, desesperadamente, intenta evitar, sin conseguirlo, su propia ejecución, culpable del delito de "no ser deseado". Pocos segundos antes lo verán plácidamente instalado en el santuario de su seno materno, a una temperatura ideal, flotando libremente, chupándose el dedito pulgar, absolutamente seguro. Luego, durante su ejecución, lo verán moviéndose agitadamente de un lado al otro del útero, elevando su ritmo cardíaco de 140 a 200 pulsaciones, abriendo la boca en un grito silencioso de auxilio que jamás llegará. Y verán, finalmente los resultados del abominable crimen: un niño succionado del vientre materno, parte por parte de su cuerpecito.
Si usted necesita ver todo esto para convencerse, véalo en su propia computadora ingresando, por ejemplo, a http://noalabor to.8m.com/favorite_links.html.
Más de un millón seiscientos mil abortos quirúrgicos se practican en EE.UU. cada año, esto es, más de cuatro mil por día. Por cada tres niños que son concebidos, uno muere a causa del aborto. El 92% de todos estos abortos son por razones que no están relacionadas con la violación, el incesto o la protección de la salud de la madre. En esta nación se ha matado a más de 30 millones de niños no nacidos desde el 1973, año en que el Tribunal Supremo legalizó el aborto. Esto es 20 veces más que el número de estadounidenses que murió en la guerra civil, las dos guerras mundiales y en la de Vietnam, combinadas (C.f.r. Human Life International).
El negocio del homicidio en el vientre materno reporta, sólo en los EE.UU., 600 millones de dólares anuales, de los que el 90% va al bolsillo de los médicos abortistas.
Hoy comienzan a alzarse voces que nos invitan a sumarnos a este genocidio con diversas y pueriles excusas. La más patética de ellas es "la defensa de la vida de la madre". Hagamos el aborto seguro para proteger la vida de la madre, nos dicen. Dejando de lado las trampas del lenguaje, lo que nos proponen es: "brindemos a la madre un lugar seguro para que asesine a su propio hijo corriendo menos riesgos".
Los partidarios de este genocidio acusan a los defensores de la vida de hacer "moralina", que quiere decir "moral falsa". ¿Hay acaso moral más falsa, hipócrita y mendaz que asesinar niños con el pretexto de cuidar la salud de su propia madre? ¿Hay acaso moral más falsa e hipócrita que la que afirma que esto es solución para la gente "de escasos recursos" cuando no se proponen al mismo tiempo las medidas educativas, sociales y económicas para que la población no viva bajo el umbral de la pobreza? ¿Hay acaso moral más falsa e hipócrita que la que se ocupa sólo de las consecuencias y se desentiende de las causas? ¿Hay acaso moral más falsa e hipócrita que penar el homicidio cometido contra un adulto y despenalizar el llevado a cabo contra un niño indefenso? ¿Hay acaso moral más falsa e hipócrita que la que propone el aborto sin explicarle a la madre que lo que se va a producir es el homicidio de su propio hijo, despedazado en su propio vientre y succionado por partes?
También se acusa a los defensores de la vida de "evadirse de la realidad", cuando es precisamente lo contrario. Ante la realidad de la proliferación del aborto, los defensores de la vida lo combaten, no lo legalizan. ¿Es que acaso vamos a legalizar la droga porque cada vez se consume más? ¿Es que vamos a legalizar las violaciones y los hurtos porque cada vez se cometen más? La única evasión de la realidad es la que protagonizan los partidarios del genocidio del aborto, que omiten hablar y pensar en que lo que destruyen es una vida humana, único modo de intentar acallar sus conciencias, alteradas por tantos gritos silenciosos.
La Madre Teresa de Calcuta dijo en la Universidad de Lovaina que "cuando en una sociedad la mujer es autorizada a suprimir su propio hijo, ¡todo es posible!". La Argentina ha sido un bastión en la defensa de la vida humana. Ha combatido la idea del aborto en todas las Conferencias de Naciones Unidas. Hizo una reserva en la Convención Internacional de los Derechos del Niño en el sentido de que para nuestro país el niño es tal desde la concepción en el seno materno. Su legislación combate el aborto y lo pena como delito, además de definir la vida humana a partir de la concepción en el seno materno.
Sin embargo, hoy se nos invita a sumarnos al genocidio, a desplegar la pingüe industria de la muerte de los niños indefensos. Espero, como argentino y como padre de familia, que estemos a la altura de las circunstancias y que cada uno de los que ama la vida comience, desde hoy mismo, donde esté, como sea, a luchar contra la cultura de la muerte.
Protejamos la vida, precioso don de Dios, y protejamos a nuestros niños, sobre todo a los más indefensos, viendo en ellos a nuestro propio pasado de niños, a nuestro presente de ternura e inocencia y a nuestro futuro de nación madura y testimoniante del amor por nuestros hijos.
(1) Doctor en Derecho. Miembro Correspondiente de la Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales de Córdoba.
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