Voces : DERECHO ~ DOCENTE ~ DERECHO CONSTITUCIONAL ~ FILOSOFIA DEL DERECHO ~ DERECHO POLITICO ~ OBRA LITERARIA ~ INTERPRETACION DE LA LEY
Título: El incumplimiento de la ley y la revolución empírica
Autor: Linares Quintana, Segundo
Publicado en: LA LEY 25/02/2008, 1
I. La revolución empírica
Como hay mal que por bien no venga, según el viejo adagio, aprovechamos el forzoso retiro, dedicando nuestro esfuerzo intelectual para concluir los borradores de un nuevo libro en preparación, —cuyo título— tentativo podría ser: La Revolución Empírica y la Ciencia del Poder en el NUEVO MILENIO, utilizando valioso material sobre el tema —que hemos vertido al español— obtenido durante nuestra residencia en los Estados Unidos, ejerciendo la cátedra de Ciencia Política y Derecho Constitucional Comparado en la Universidad de North Carolina (Chapel Hill), durante los ciclos lectivos 1951-1952 y 1953-1954; actuación que nos hizo merecedor de que se nos concediera otorgarnos el Doctorado en Derecho honoris causa y se nos adjudicara la Cátedra titular en forma definitiva.
Nuestra permanencia en los Estados Unidos hizo posible que, en plena Revolución Empírica, pudiéramos informarnos y cambiar ideas directamente con los protagonistas principales del trascendental movimiento que ocasionó cambios fundamentales en el proceso de cientificación de la Ciencia Política o del Poder. Tales circunstancias nos facilitaron reunir invalorable material para el referido libro, que servirá para informarse del estado actual de la Ciencia del Poder, que esperamos publicar próximamente.
David Easton, notable Profesor de la Universidad de Chicago y protagonista por excelencia de la Revolución Empírica, en su clásico libro "The Political System: an inguiry into the state of Political Science", editado en la ciudad de New York en 1964, expuso las bases y postulados fundamentales del transcendental movimiento ideológico y metodológico que se expandió rápidamente en el mundo, calando hondo en las entrañas mismas de la Ciencia Política y que de cierta manera comportaba un revival de la concepción aristotélica originaria (1).
En dicha obra, de amplísima difusión mundial, Easton expresaba que en el último medio siglo, la Ciencia Política ha sufrido una transformación radical. Ningún factor por sí solo, ha tenido tanta influencia en este cambio como la Revolución Empírica, que tuvo lugar en Europa, que echó raíces en el siglo XIX, y cuyo nombre fue usado por primera vez por Harold D. Lasswell y A. Kaplan, en su obra "Power and Society", con la posterior aprobación de David Easton, y así como de la generalidad de los científicos políticos (2).
Con su característica claridad y concisión, Friedrich explica en qué consiste la Ciencia Política o del Poder de acuerdo con el criterio moderno que prevalece en la actualidad: recorrer y resumir la experiencia política de la humanidad con el fin de establecer conclusiones generales sobre los factores que propician u obstaculizan el orden político y el bien común, en una tarea tan necesaria como arriesgada. Y con plena autoridad científica, el prestigioso catedrático de la Universidad de Harvard advierte que su obra fundamental El Hombre y el Gobierno, procura cumplir con tan esencial y difícil faena intelectual precisamente alguien que hubiese pasado toda su vida trabajando con los materiales de la Política, no sólo en teoría, sino en la práctica no sólo en un país, sino en muchos; no sólo de un modo pragmático, sino también filosófico. Los materiales se multiplican, los esfuerzos para la construcción y la reconstrucción de los órdenes políticos adquieren un alcance mundial, pero la insatisfacción ante los resultados en general también. Y señala que es el primero en admitir, sin embargo, que su obra no es la primera ni la última que intenta enfrentarse con la experiencia política de la humanidad en términos generales. Desde la Política de Aristóteles hasta las obras de nuestros contemporáneos —agrega— las cuestiones tratadas han ocupado la atención de los mejores cerebros, pues pese a cuanto se ha dicho y hecho, el destino del hombre depende de su capacidad de entablar relaciones con su prójimo, dentro del marco estable de una comunidad ordenada en la que gobernantes y gobernados estén unidos en la prosecución de fines comunes (3).
Sobre la base del análisis científico de la experiencia de los hombres y los pueblos, hoy se busca elaborar la teoría empírica de la Política. Consiste —como lo explica acertadamente Friedrich— en "recorrer y resumir la experiencia política de la humanidad con el fin de establecer conclusiones generales sobre los factores que propician u obstaculizan el orden político y el bien común". Trátase de la teoría política de la experiencia humana, entendida la teoría —si la diferenciamos de la filosofía y de la opinión— como "el conjunto, más o menos sistematizado, de generalizaciones demostrables —o, al menos, coherentemente argüibles— basadas en el análisis riguroso de hechos comprobables". Ahora bien, el entendimiento humano se apropia progresivamente del mundo real y de las cosas que contiene y, al mismo tiempo, este proceso no es nunca completo y hay siempre aspectos o fases de las cosas estudiadas que permanecen fuera del conocimiento humano en este punto, pero que pueden ser captados posteriormente. La experiencia política está condicionada por el aspecto que presentan las mentes humanas en sus operaciones, e incluso la ley más abstracta y general está condicionada por las formas de pensamiento que todo ser humano aporta a la descripción de las observaciones. Bien advierte Friedrich que "nunca describimos únicamente hechos, sino observaciones de estos pretendidos hechos. En el terreno de la historia, estos hechos son acontecimientos que creemos que se han producido y que, al producirse, han sido experimentados por seres humanos, en parte mediante la observación, en parte mediante la participación y en parte, finalmente, mediante la conjetura. El resto lo hace la comprensión simpática. La singularidad de los hechos históricos, al producirse sólo una vez en su marco específico, significa la exclusión de toda posible comprobación de la experiencia mediante la repetición. La narración de los hechos es el único documento sobre lo ocurrido y ha de convertirse, por lo tanto, en el foco de toda investigación científica. Esto significa que en la extensa área de hechos histórico-políticos de que se ocupa la Ciencia Política, tratamos con narraciones de hechos, no con los hechos directamente" (4).
De acuerdo con su sentido gramatical, el empirismo es el sistema o procedimiento fundado en la experiencia; y más específicamente, designa al sistema filosófico que toma la experiencia como la única base de los conocimientos humanos. La experiencia es el conocimiento que se adquiere exclusivamente con el uso, la práctica el vivir. Y como mucho se ha discutido y escrito sobre el tema, no sorprende que hace más de un siglo ya Sarmiento, con su proverbial agudeza, en carta dirigida a Victorino Lastarria, del 6 de diciembre de 1868, aludiera irónicamente al "charlatanismo, que es la aspiración de la Ciencia Política", en abierta paradoja con uno de los postulados esenciales de la Revolución Empírica, que exige la mayor exactitud y precisión en la terminología del método científico, por ella utilizado.
Señala Easton que para la investigación política norteamericana, el concepto fáctico de la Ciencia había nacido en el período que siguió a la guerra civil. Con anterioridad a esa época, la elaboración del inventario de hechos era prácticamente desconocida; después de ese lapso, surgió un punto de vista sobre la Ciencia que se convirtió en la base de la investigación política moderna; según el cual la esencia de la Ciencia se encuentra en la reunión de datos objetivos, los hechos desnudos, sobre la vida políticas fundamentalmente, surgió como reacción contra el tipo especulativo y elaboración de sistema, que prevaleció en el siglo XIX, especialmente en Europa y, sobre todo, en Alemania, donde se formaban los científicos sociales norteamericanos más prominentes, o de donde tomaban inspiración. Parte de esta especulación tomó la forma de la jurisprudencia racionalista que terminó en el callejón sin salida del positivismo legal. Sus limitaciones en cuanto a ayudar a comprender a la sociedad se hicieron aparentes desde la década iniciada en 1880. Sin embargo, una parte considerable de esta especulación, típica no solamente de la Ciencia Política sino de todas las Ciencias Sociales, participó en la construcción de amplia teoría sistemática sobre la vida social y política (5).
Un adecuado equilibrio y una razonable ponderación entre el enfoque, tradicional y estas nuevas orientaciones han de señalar el camino que conduce al reencuentro de la ciencia política y constitucional con el hombre. Que no es sino el rumbo que con profética y señera visión indicara Echeverría, en su luminosa Ojeada Retrospectiva, hace más de un siglo, cuando escribía: "El punto de arranque para el deslinde de estas cuestiones debe ser nuestras leyes, nuestras costumbres, nuestro estado social; determinar primero lo que somos, y aplicando los principios, buscar lo que debemos ser, hacia qué punto debemos gradualmente encaminarnos. Mostrar enseguida la práctica de las naciones cultas cuyo estado social sea más análogo al nuestro, y confrontar siempre los hechos con la teoría o la doctrina de los publicistas más adelantados. No salir del terreno práctico, o perderse en abstracciones; tener siempre clavado el ojo de la inteligencia en las entrañas de nuestra sociedad..." (6).
Además, el reordenamiento de la Ciencia Política a que asistimos procura encuadrar al estudio y la investigación de la política dentro del más estricto marco científico, a fin de que verdaderamente nuestra disciplina merezca con justicia el calificativo de Ciencia; lo que exige, asimismo, que su método sea realmente científico. En un notable análisis de la teoría y el método del análisis político, el profesor Meehan señala que aún hoy no es raro encontrar estudios de política que involucran un conjunto de supuestos y un modus operandi que sólo difieren en detalle de los empleados por Hobbes y Locke, y aun por Platón y Aristóteles; ya que, a su juicio, para algunos modernos especialistas parecería no existir la ciencia moderna, y su terminología incurre en ambigüedades e imprecisiones que suelen vincularse con la época en que la Filosofía y la religión eran las madres de las Ciencias. Según el profesor Meehan, "las Ciencias Físicas y la Filosofía de la Ciencia son fuentes de información para el científico-político que se dedica a explorarlas. Metodológica y substancialmente la Ciencia tiene mucho que ofrecer al estudioso de la Política" (7).
Claro está que resulta indispensable el investigador, empleando la mayor ponderación posible, al analizar los distintos elementos que integran el fenómeno político, mantenga un justo equilibrio sin acordar preferencia a unos respecto de otros. Bien advierte Friedrich que "se considera, por consiguiente, la polaridad de las personas y de los procesos. Las instituciones son y pueden ser vistas como cristalizaciones de procesos, y las funciones como proyecciones de las personas. En muchos casos, los problemas políticos no podrán ser resueltos si se deja fuera del cuadro esta relación entre personas, procesos, funciones e instituciones. El énfasis excesivo en uno u otro de estos componentes de toda situación política es una distorsión de la experiencia. Politica est res dura, cosa dura, y exige el análisis más endurecido" (8).
Mas el énfasis en el enfoque científico, con todas las rigurosidades que el mismo comporta, y que lleva a la utilización estricta de las técnicas empíricas, no debe llevar al menosprecio de la teoría, sin cuyo auxilio la mejor investigación empírica caería en el caos y la perdición. Como bien lo proclama Dahl, "el empirismo crudo, no acompañado por la guía de una teoría adecuada, casi ciertamente será estéril; igualmente estéril es la especulación que no es, o no puede ser, sometida a comprobación empírica... La Ciencia Política empírica haría bien en hallar un lugar para la especulación. Fácil y grave error en que incurren los estudiosos de la Ciencia Política, impresionados por las realizaciones de las Ciencias Naturales, es el imitar sus métodos, excepto el más crítico: el uso de la imaginación" (9).
Esteban Echeverría, al que puede con justicia considerarse como el fundador de la ciencia política en nuestro país, si bien no formuló, en forma precisa y orgánica una tipología de los sistemas políticos, expuso a través de las densas páginas que escribió sobre la materia los elementos integradores de una sistematización semejante. Lejos de ser un teórico, como la generalidad de los estudiosos sociopolíticos de la época, Echeverría adentróse siempre en la realidad para formular sus conclusiones. "El punto de arranque para el deslinde de estas cuestiones —escribía, en su luminosa Ojeada Retrospectiva, hace más de un siglo— debe ser nuestras leyes, nuestras costumbres, nuestro estado social; determinar primero lo que somos y aplicando los principios, buscar lo que debemos ser, hacia qué punto debemos gradualmente encaminarnos. Mostrar en seguida la práctica de las naciones cultas cuyo estado social sea más análogo al nuestro, y confrontar siempre los hechos con la teoría o la doctrina de los publicistas mas adelantados. No salir del terreno práctico, no perderse en abstracciones; tener siempre clavado el ojo de la inteligencia en las entrañas de nuestra sociedad" (10).
Las conclusiones del Dogma Socialista o de Mayo, uno de cuyos capítulos fundamentales redactara Alberdi, demuestran con plena evidencia el adecuado método empírico utilizado, que permitiera sugerir a los Constituyentes, con sabiduría y clarividencia indiscutibles, la forma mixta de Estado que, integrando las tendencias unitaria federal manifestadas en nuestra experiencia histórica, proporcionara la solución institucional al problema que hasta entonces parecía desembocar en una fatal y excluyente alternativa. Bien pudo escribir Juan María Gutiérrez que "su figura se levanta sin rival entre los iniciadores en nuestro país de la verdadera ciencia que se ocupa de resolver por medios experimentales el gran problema de la Organización de la libertad para los pueblos, que más que capacidad tienen el instinto que despierta en ellos la aspiración a gobernarse a sí mismos" (11). Con injusta inexactitud se ha achacado falta de originalidad al genial autor del Dogma de Mayo, base ideológica de nuestra Constitución de 1853-60. "El día que se estudie el Dogma Socialista sin preconceptos, con el espíritu limpio de sistemas —ha dicho Cháneton—, sin propósitos bastardos como de Ángelis, sin prejuicios positivistas como Groussac o Ingenieros, se comprenderá hasta qué punto es ésta una obra entrañablemente argentina y original. Y resultará fácil explicarse el principado intelectual que todos los hombres de su generación reconocieron sin discrepancias en Esteban Echeverría". Y agrega que "cuando se hable, pues, de su falta de originalidad, después de mostrar lo que dijo y lo que enseñó, podréis interpelar al contradictor —con la seguridad de que no sabrá responder a conciencia—: ¿Quién había pensado hasta entonces, en esta tierra argentina, con más originalidad que Echeverría?" (12).
Con acierto, escribía Alberdi que "la política y el gobierno, considerados como ciencia abstracta y especulativa, ciencia de meras ideas filosóficas, es estudio de escuela que no merece inquietar a los pueblos ni dividir a los hombres. La política aplicada, los hechos, los pueblos, los intereses, las reglas prácticas que son objeto de ella, esto es realmente la política que merece este nombre y vale la pena de ocupar al mundo. Preguntar cuál es mejor en general, es decir, en abstracto, si la forma republicana o la monárquica, es una puerilidad de escuela. Se debe responder al instante: ¿de cuál república y de cuál monarquía se trata? Porque no se debe discutir jamás semejantes cuestiones, sino con aplicación a la república A o B o a la monarquía C o D" (13). Por eso ponía énfasis el autor de las Bases en que "la elección de forma de gobierno no es materia de abstracciones; se hace por motivos prácticos de conveniencia". "El hombre —afirmaba— no elige discrecionalmente su Constitución gruesa o delgada, nerviosa o sanguínea; así tampoco el pueblo se da por su voluntad una Constitución monárquica o republicana, federal o unitaria. Él recibe esas disposiciones al nacer: las recibe del suelo que le toca por morada, del número y de la condición de los pobladores con que empieza, de las instituciones anteriores y de los hechos que constituyen su historia; en todo lo cual no tiene más acción su voluntad que la dirección dada al desarrollo de esas cosas en el sentido más ventajoso a su destino providencial" (14).
Anticipándose en muchos años a la moderna concepción de la teoría empírica de la política, Bartolomé Mitre, desde su banca de constituyente en la famosa Convención Reformadora de la Provincia de Buenos Aires 1870-1873, sostuvo que "la Ciencia Política es una Ciencia experimental cuyas teorías son las consecuencias probadas y en tal sentido es una Ciencia popular que está en la conciencia del mundo entero". En la misma oportunidad, dijo Mitre que "la política aplicada a las instituciones es la Ciencia la experiencia, o en otros términos, una Ciencia experimental que nace de los hechos, de los que se deduce la teoría, que al fin se eleva a la categoría de principio" (15).
Con referencia más específica al Derecho Constitucional, puede decirse, con Friedrich, que el Derecho es historia congelada. En un sentido elemental, todo lo que estudiamos cuando estudiamos derecho es la narración de un acontecimiento histórico, y toda la historia consiste en relatos o testimonios de esta clase. Las instituciones que constituyen los Derechos de los distintos países son excrecencias de ese proceso que, según la memorable frase de Burke, une lo muerto y lo pasado con las generaciones que aún están por nacer. Por el otro lado, no es posible concebir la Historia sin el Derecho, sobre todo si nos referimos a la Historia de nuestro mundo occidental. Como acota Friedrich, "es evidente que ni la Historia medieval ni la moderna se hubieran podido escribir sin prestar cuidadosa atención a las instituciones legales. Desde el feudalismo hasta el capitalismo, desde la Carta Magna hasta las Constituciones de la Europa contemporánea, el historiador, a cada vuelta, da con el Derecho como un factor decisivo". Y subraya que "ese encuentro de la Historia y el Derecho es especialmente frecuente en la Historia del pensamiento político". Por ello, concluye el autor citado que la experiencia es, pues, experiencia histórica. Sin Historia no puede haber, ni habría, Derecho ni Jurisprudencia. La Historia en este caso, se concibe simplemente como testimonio de la experiencia humana (16).
La teoría empírica de la Política ha sido cultivada en los últimos años, con reconocida eficacia, en el área del análisis de los sistemas políticos, estableciéndose una confrontación entre los regímenes democráticos y los regímenes autoritarios y formulándose estrategias y tácticas para la investigación (17).
Enseña Duverger que la investigación científica en el campo de las ciencias sociales, y dentro de éstas el ámbito de la ciencia política y constitucional, comprende dos elementos: la búsqueda y observación de los hechos y el análisis sistemático de los mismos. Sin la búsqueda y la observación de los hechos, el análisis sistemático se reduce a un razonamiento filosófico y abstracto, y sin este último, la observación y la búsqueda resultan nada más que empíricas. Sin embargo, no debe olvidarse que ni uno ni otros elementos se sitúan en momentos diferentes y sucesivos de la investigación; no se observan primero los hechos para analizarlos sistemáticamente luego, sino la sistematización interviene de la observación, está íntimamente ligada a ella —formulación de hipótesis, elaboración de una tipología, etc.— y sin ella no puede progresar (18).
Desde luego que el empirismo ha dado lugar a criticables exageraciones en el dominio de la ciencia política, puestas de manifiesto por numerosos y calificados especialistas de todo el mundo. Con frecuencia la excesiva preocupación por los hechos no solamente desfigura la realidad misma, sino que hace perder orientación a quien investiga, extraviándolo en la selva oscura de los datos. "La impresión que produce la aplicación de los métodos empíricos en ciencia política —dice Verdú— no es muy alentadora, pues parece que el objeto de aquélla se disuelve en una serie de procedimientos explicativos de los fenómenos políticos. Los datos se acumulan, sus explicaciones se amontonan, pero es menester la sistemática que los agrupe coherentemente e incorpore a una línea teórica. Hay que evitar que el énfasis sobre los hechos oscurezca los procedimientos lógicos englobantes del conocimiento político" (19). Débese, asimismo, comprender y aceptar que por la diferencia misma de naturaleza, la ciencia política no puede mantener los standard de empirismo que las ciencias físicas requieren (20). Por otra parte, la acentuación exagerada del empirismo y, además, mal entendido éste ha llevado, sobre todo en los Estados Unidos, al descuido por la teoría, a la vez que el mal uso de ésta (21).
Advierte Van Dike que los procedimientos investigativos se considerarían científicos o no en atención a la garantía que ofrezcan sus resultados. Si la repetición del éxito es posible, o si los hallazgos se basan claramente en pruebas que son convincentes para aquellos que están en situación de poder juzgar, se entiende que los procedimientos utilizados son científicos. Y cita a Hyneman quien dice que un investigador político emprende un estudio científico: a) si tiene como objeto de investigación una materia que puede ser ilustrada por pruebas empíricas; b) si concede a las pruebas empíricas la máxima fuerza probatoria; c) si en la búsqueda, el análisis y la evaluación de las pruebas se acerca a los más altos criterios que otros científicos sociales han probado que son alcanzables; y d) si da cuenta de sus procedimientos y de sus hallazgos de manera que permita a otros estudiosos amplia posibilidad de juzgar si sus pruebas confirman sus hallazgos (22). Se ha señalado que resulta inevitable que los científicos políticos empleen en sus investigaciones diferentes métodos, técnicas y enfoques. Aparte de estas diferencias, los politicólogos tienen en común ciertos compromisos con los métodos académicos. Aunque los practiquen de muy diversas maneras, en general están obligados por los principios fundamentales del empirismo. Es decir, que en mayor o menor medida están ligados a la proposición de que el conocimiento de la conducta y las instituciones sociales debe nacer de la experiencia de la percepción sensorial de los hechos ocurridos en el mundo real. Para el empírico, el conocimiento es una serie de generalizaciones basadas en la observación de casos y hechos concretos. "Los científicos de la política —dice Sorauf— pueden diferir en cuanto a lo sistemáticamente que juzgan las observaciones y el registro de las mismas; pero, a pesar de ello, está presente su aceptación de los métodos empíricos. Tal vez exista otra forma de expresar esta aceptación del empirismo: los peritos en ciencia política están de acuerdo, fundamentalmente, acerca de lo que es la realidad en el mundo de los acontecimientos, así como acerca de la manera como se procede a derivar generalizaciones de tales acontecimientos. Comparten la definición de prueba como aquello que puede ser observado, y se muestran reacios a aceptar un hecho si no cuentan con el peso de la prueba. Por consiguiente, procuran conseguir los informes o documentos originales, o bien observan el comportamiento, o interrogan a otros observadores. Además, practican los rigurosos métodos del científico para poner a prueba hipótesis y proposiciones, valiéndose de pruebas empíricas. En otras palabras, no se fían de la contemplación ni de la excogitación como sistemas para conocer lo relacionado con la política. Ni tampoco deducen explicación alguna de hechos concretos, ni acciones, de principios generales acerca de aquello que parece natural, razonable o lógico (23).
Brecht advierte que la expresión método científico puede usarse de diversos modos. En su más amplio sentido, distingue los procedimientos que se consideran científicos de los que se consideran no científicos, pero sin decir nada explícito acerca de la razón de la diferencia. En un sentido más específico, la expresión designa un determinado tipo de método; con lo cual quedan todavía abiertas dos posibilidades de interpretación. Método científico puede, en efecto, significar el único método justificado para pretender carácter científico —mientras todos los demás son acientíficos—, o bien simplemente método que vale la pena destacar porque está clara y precisamente definido, porque su carácter científico está fuera de duda, pero sin que con ello se pretenda que sea necesariamente el único método científico (24).
Según Brecht, en toda investigación —tanto en el ámbito de las ciencias sociales, incluida la ciencia política, cuanto en el de las ciencias de la naturaleza— el método científico se concentra en los siguientes actos científicos, operaciones científicas o pasos del procedimiento científico:
1) Observaciones de lo que puede ser observado y provisionalmente aceptado, por vía de ensayo, hasta más ver, aceptación o recusación de las observaciones como suficientes.
2) Descripción de lo observado y provisional aceptación o recusación como correcta y adecuada.
3) Mediación de lo que pueda ser medido; cierto que esto no es más que una forma especial de la observación y la descripción, pero lo bastante característico como para enseñarla por separado.
4) Aceptación o recusación provisionales de los resultados de la observación, descripción y medición como hechos o realidad.
5) Generalización inductiva provisional de los hechos particulares aceptados o las generalizaciones fácticas inductivamente conseguidas, mediante apelaciones a determinadas conexiones, especialmente conexiones causales.
6) Deducción lógica a partir de las generalizaciones fácticas conseguidas o de los intentos hipotéticos de explicación, con objeto de expresar claramente en palabras y otros signos lo que queda implícitamente dicho en las generalizaciones y en los intentos de explicación respecto de otras observaciones posibles o respecto de hechos ya aceptados, generalizaciones fácticas ya aceptadas o intentos hipotéticos de explicación también ya aceptados.
7) Comprobación, testing, mediante ulteriores observaciones de si la aceptación provisional de observaciones, descripciones y mediciones ha sido correctamente ejecutada, y de si sus resultados se justifican como hechos y las expectativas derivadas de sus generalizaciones o intentos de explicación resultan también cumplidas.
8) Corrección de la aceptación provisional de observaciones, etc., y de sus resultados, de las generalizaciones inductivas y las explicaciones hipotéticas, en la medida en que resultan inconciliables con otras observaciones, generalizaciones o explicaciones previamente aceptadas; o bien corrección de lo previamente aceptado.
9) Previsión de acontecimientos o estados que deben esperarse como consecuencia de acontecimientos o estados pasados, presentes o futuros o de toda constelación posible de tales acontecimientos o estados; y ello con el fin de: a) someter una vez más a prueba hipótesis fácticas y teóricas; o bien b) suministrar una aportación científica a la acción práctica de elección entre varias alternativas posibles de la conducta.
10) Recusación —o sea, eliminación de entre las proposiciones aceptables— de todas las afirmaciones que no han sido conseguidas ni confirmadas del modo aquí descrito, especialmente de todas las proposiciones a priori, con la excepción de aquellas que son inmanentes al método científico o que se utilizan meramente como suposiciones provisionales o hipótesis de trabajo (25).
La tendencia a la aplicación de rigurosos procedimientos científicos ha tenido proyecciones de incalculable valor en el campo de la metodología de las ciencias sociales y políticas. Como bien afirman Festinger y Katz, "el descubrimiento contemporáneo de que la metodología científica puede aplicarse a los problemas humanos revolucionó la psicología y afectó notablemente todas las ramas de las ciencias sociales" (26). Y si bien tan importante movimiento dio lugar, a abusos y exageraciones por parte de quienes olvidaron las profundas diferencias que separan las ciencias sociales y políticas de las Ciencias Físicas y Naturales, que acarrean considerables limitaciones al empleo del enfoque científico en el área de dichas disciplinas, no puede negarse el efecto beneficioso que ha reportado a las mismas, dentro del propósito de cientifizarlas. Es que —como afirman Lastrucci— "el hombre está ahora presenciando la segunda gran embestida ideológica de la ciencia, y está asustado y atónito por lo que ve. La primera gran agitación en el pensamiento occidental ocurrió en la edad media cuando la naciente ciencia de Copérnico, Galileo, Newton obligó al hombre medieval a revalorarse en relación al cosmos. Hoy, sin embargo, la Ciencia, está forzando al hombre a reorientarse en relación a su supervivencia potencial sobre su propio estremecido planeta" (27). Metodológica y sustancialmente, la ciencia tiene mucho que ofrecer a los estudiosos de la política. Pero —como señala Meehan—, "los científico-políticos no pueden abdicar de su propia disciplina en el nombre de la ciencia o de cualquier otra disciplina" (28).
La acentuación de la rigurosidad científica en la metodología de la ciencia política y constitucional no comporta, sin embargo ignorar la naturaleza particular de la disciplina a la vez que las notables diferencias que presenta con relación a las Ciencias Físicas y Naturales. Robert Oppenheimer, uno de los sabios más destacados en la investigación atómica hace notar que en la mayoría de los estudios científicos, las cuestiones del bien y del mal, o de lo injusto, desempeñan a lo sumo un papel menor y secundario. En cambio, son fundamentales para, las decisiones prácticas de orden político, ya que sin ellas la acción política carecería de sentido. "Las decisiones de orden práctico, —dice— y, sobre todo, las decisiones políticas, nunca pueden separarse enteramente de las pretensiones de interés especial en conflicto. Estas son también parte del significado de una decisión y de una conducta, y deben ser una parte esencial de la fuerza que ha de realizarlas. Las decisiones son actos únicos en su género. En la política poco hay que pueda corresponder a la repetición de un experimento que lleva a cabo el hombre de ciencia. Un experimento que fracasa en su propósito puede ser tan bueno o mejor que uno que tiene éxito, que puede ser más instructivo. Una decisión de orden político no puede ser tomada dos veces. Todos los factores que le sean pertinentes sólo se hallarán reunidos una única vez. Las analogías de la historia pueden proporcionar una guía, pero sólo muy parcial. Son éstas diferencias formidables entre los problemas de la ciencia y los de la práctica. Ellas muestran que el método científico no puede ser adaptado directamente a la solución de problemas en la política y en la vida espiritual del hombre. Y, sin embargo, hay una pertinencia de un carácter más sutil, pero no por ello trivial" (29).
Asimismo, Friedrich opina, con acierto, que, en cualquier caso, las generalizaciones acerca del valor científico relativo de los diferentes campos de, conocimiento humano, están sujetos a dos objeciones fatales. En primer lugar, contienen una simple perición de principio, ya que para probar la supuesta diferencia comparan los métodos de las Ciencias Sociales con los utilizados en las Ciencias Naturales; y como consecuencia de ello que las Ciencias Sociales carecen de la exactitud del experimento o de la medida cuantitativa. Pero la aplicación de los métodos de las Ciencias Naturales a las Ciencias Sociales solamente podría estar justificada si los materiales sobre los que operan las Ciencias Sociales fuesen los mismos de las Ciencias Naturales. Por todo ello, Friedrich aconseja a los politicólogos, que se concentren en aquéllas situaciones en las que pueden emplear y pueden ejercer su juicio crítico. Con frecuencia es un gran paso adelante determinar las posibilidades, es decir las alternativas disponibles; y advierte que muchos de los errores más graves que se cometen de una Política práctica son debidos a que quienes incurren en ellos tratan de realizar algo imposible. Sin embargo, el conocimiento insuficiente para la predicción puede ser valioso como guía, como advirtió John Stuart Mill. Claro está que, como señala acertadamente Friedrich, el biólogo, el médico, así como el cultivador de las Ciencias Sociales, manejan con frecuencia ese tipo de conocimiento. Se ocupan de la vida orgánica y social en su manifestación real; y tienen que estar, en todo momento alerta a la posibilidad de que aparezca el acto creador que añade a lo que se repite siempre lo que no ha existido nunca (30).
En cuanto conocimiento cierto de las cosas, por sus principios y causas, la Ciencias del Poder, o Ciencia Política, ha experimentado al correr de los tiempos, y del mismo modo ocurrido con otras ramas del conocimiento, un largo y laborioso proceso de desarrollo y adelanto, desde sus inicios mismos con los geniales diálogos de Platón y Aristóteles hasta los días; proceso evolutivo que podríamos denominar con el poco agradable pero exacto neologismo de cientifización; proceso signado por el ininterrumpido afán del científico de encuadrar la metodología de sus investigaciones en el marco de la mayor rigurosidad y estrictez impuestos por el innato estímulo del perfeccionamiento humano, que requiere el continuo cambio de ideas y procedimientos; cambios que muchas veces no suceden por lenta y progresiva evolución, sino rápida y hasta abruptamente por una verdadera revolución.
Resulta oportuno recordar que Alexis de Tocqueville en su clásico libro La Democracia en América, llegó a afirmar "es necesaria una Ciencia Política nueva para un mundo enteramente nuevo". Por su parte Harold D. Lasswell, uno de los más destacados científicos políticos de la actualidad, a quien se atribuye justificadamente haber bautizado al trascendental movimiento que conmovió y transformó a la Ciencia Política moderna, ocurrido hace medio siglo y cuyas consecuencias calaron tan hondo: como Revolución Empírica, expresa en su última obra The Future of Political Science, el presente período de transformación mundial podría llamarse la era de la ciencia o de la antropolítica; y agrega que nadie imagina que entre todas las ciencias y las artes, la ciencia política ha sido la única en permanecer sin ser afectada por los cambios ocurridos en el mundo en movimiento. Y en lo que concierne a la Ciencia Política, los efectos se vinculan con el proceso político mismo; por lo que resulta imposible creer que el Gobierno y el Derecho hayan podido quedar al margen de los acelerados tiempos de la Historia (31).
Según Friedrich, los problemas metodológicos en la Ciencia Política son, naturalmente, parte de problemas más amplios relativos al método en las Ciencias Sociales. "En realidad —dice—, no pueden estudiarse sin considerar el método científico en cuanto tal" (32). El acuerdo sobre el uso de métodos particulares es lo que diferencia al científico del lego y del charlatán, y permite que las afirmaciones científicas puedan ser discutidas efectivamente con otros científicos. Los métodos, las vías para alcanzar el resultado, permiten a todos los miembros del grupo dedicado a esta ciencia particular recorrer todos los pasos que condujeron a determinada afirmación, reexaminar los hechos y comprobar las generalizaciones basadas en ellos. Este proceso es el que da orden y coherencia al progreso de la ciencia o lo hace, de hecho, posible (33). "El método científico —observa Berelson— se distingue por la sistemática y cuidadosa atención que presta a la acumulación de pruebas objetivas y los procedimientos científicos presentan estas pruebas de una manera que demanda el respeto de los hombres de razón, por escépticos que puedan ser al principio" (34).
No debe malinterpretarse el verdadero sentido del empirismo en la Ciencia Política, y Constitucional, que en manera alguna comporta la burda imitación de la investigación en las Ciencias Físicas y Naturales. "Si la moderna Ciencia Política es empírica —advierte de Sola Pool— es únicamente en el sentido de la búsqueda mediante la precisión cuantitativa y descriptiva para permitir la última verificación o desaprobación por medio de la observación" (35).
La experimentación, dentro del área de la disciplina, ha sido encarada de diversas maneras. En primer lugar, se puede ensayar la reconstrucción, del pasado o analizar los acontecimientos presentes, dentro de los límites relativamente estrictos de un cuadro conceptual determinado, y en relación no sólo a la materialidad de los hechos en tanto elementos constitutivos del relato, sino igualmente al análisis del relato en función de hipótesis específicas. En segundo lugar —sobre todo en el estudio de las relaciones internacionales— (36), puede utilizarse la simulación. Algunos consideran que la simulación comporta un real enfoque para el estudio de la Política (37).
El estacionamiento que en algún instante de su evolución mostró la Ciencia Política, así como la mayoría de los errores incurridos por no pocos de sus estudiosos, se han debido a la reluctancia por el uso de los procedimientos científicos exigidos para la investigación de una verdadera Ciencia. Bien afirma Easton que "podríamos atribuir parte del lento avance de la investigación política a la falta relativa de preocupación para las cuestiones de metodología, la lógica que debe haber tras los procedimientos científicos que los especialistas en Ciencia Política dicen con frecuencia que están usando. Tales cuestiones de lógica son tan importantes para la Ciencia Política como lo son para todas las Ciencias Físicas y Biológicas". Y agrega: que, de hecho, la Ciencia Política es la última de las Ciencias Sociales, en los Estados Unidos, que ha recibido la influencia de los procedimientos científicos rigurosos (38). Tratándose de una verdadera Ciencia, como lo es, la Ciencia Política exige para su investigación procedimientos tan rigurosamente científicos como los que requiere cualquier otra Ciencia. Por ello, ha podido decir Karl Deutsch que "la moderna Ciencia Social también ha aumentado nuestras facultades para observar y comparar sistemáticamente este mundo empírico de hechos que nos rodea, y para someter a muchos de estos hechos y procesos a medición cuantitativa y análisis lógico y matemático. Al mismo tiempo, las Ciencias del Comportamiento nos han proporcionado una buena medida de información nueva y parcialmente verificada acerca de cómo la gente piensa, percibe y actúa, individualmente y en grupos (39).
Técnicas cuantitativas
No comporta una novedad el empleo de las técnicas cuantitativas, y específicamente de las matemáticas, en la investigación en el dominio de la Ciencia Política y Constitucional. Plutarco recuerda el aserto, quizás apócrifo, que formulara Platón, respondiendo a la pregunta de uno de sus discípulos, de que "Dios, siempre geometriza". Por otra parte, en la puerta de la Academia leíase la enfática inscripción: "No entre quien no sea matemático". Lo que no hace sino trasuntar la elevada estima en que los grandes filósofos políticos de la antigüedad tenían a las Matemáticas, en cuya historia y desarrollo cúpoles importante papel tanto a Platón como a Aristóteles: al primero como inspirado profesor y al segundo como autor de varios fundamentales tratados de lógica matemática. Alker afirma que desde que los geómetras egipcios mensuraron las tierras del rey y prorratearon sus contribuciones, las matemáticas han sido aplicadas a la práctica y al análisis de la política, poniendo en relieve la importante función desempeñada por las matemáticas en la Filosofía y la Ciencia Política de la Grecia antigua. Llama así la atención acerca de la influencia ejercida por la doctrina pitagórica sobre el sistema de ideas platónicos (40).
Hobbes escribió, en su "Leviatán", que "la destreza en hacer y mantener a los Estados descansa en ciertas normas semejantes a las de la Aritmética y la Geometría, no, como en el juego de tenis, en la práctica solamente" (41). Por lo demás, Rousseau y Condorcet expusieron opiniones favorables a la utilización de las matemáticas en las Ciencias Sociales y, Políticas, y a partir de Comte, muchos sociólogos mostraron inclinación a recurrir a las técnicas de las ciencias exactas dentro del ámbito específico de sus estudios. Durkheim llegó a creer que el empleo de tales procedimientos haría que los progresos del arte político pudieran seguir a los de la Ciencia Social, del mismo modo que los descubrimientos de la fisiología y de la anatomía habían contribuido a perfeccionar el arte de curar. Harto significativo resulta que tanto Croce como Quetelet, considerados fundadores de la Estadística, designaron con el nombre de Física Social a la disciplina que creaban (42).
Las técnicas cuantitativas se fundan sobre la Estadística Matemática, que consiste en el estudio de los hechos o los datos capaces de tener proyección política, que se prestan a numeración o recuento, y la comparación de las cifras referentes a los mismos. Los datos observados se someten, ante todo, a una descripción estadística. Por ejemplo: serán numerados los comportamientos y se los clasificará según estén en favor o en contra de una decisión, experiencia o doctrina determinadas. Con posterioridad, esta primera observación global servirá de base a un análisis por factores e interdependencias; se tratará de identificar los factores del comportamiento, de poner de manifiesto sus interdependencias, de medir su grado de eficacia en función de los sujetos o grupos de sujetos. Y siendo de por sí datos, serán sometidos a los mismos tratamientos estadístico y analítico. Del análisis se deducen los elementos de una primera teoría matemática formulada, hasta donde sea posible, en lenguaje cifrado o en ecuaciones o hasta en esquemas gráficos. Más tarde se efectuarán nuevas observaciones para verificar su justificación y llenar sus lagunas. Intervendrá, luego, la experimentación en la medida en que es posible reconstituir, en una probeta aislada, por así decirlo, el fenómeno social estudiado, eliminando los factores irrelevantes. Finalmente, luego de agotar el material observado mediante un análisis exhaustivo, se establecen métodos conceptuales que asimismo se trata de reducir a una fórmula matemática. Como advierte Burdeau, en último análisis, el recurso a las técnicas de las ciencias exactas se concreta en adoptar una actitud, resueltamente inductiva y una expresión cifrada o simbólica (43).
Pero si no puede considerarse una novedad la utilización de las técnicas matemáticas en el campo de las Ciencias Sociales y particularmente en el ámbito de la Ciencia Política, es evidente que data de relativamente poco tiempo la tendencia al empleo intensivo del análisis matemático con relación al fenómeno político. Y, como señala Benson, ha sido el enfoque del comportamiento político o conductista —con su inclinación a concentrar la atención sobre las acciones de los individuos actores— el mayor estímulo para el empleo de las técnicas matemáticas en el área de la ciencia política, particularmente con respecto a tópicos determinados, como las elecciones, los conflictos y las relaciones entre grupos. Una razón importante para la asociación del método matemático en la Ciencia Política con el movimiento conductista, es que los conductistas, al enfocar las acciones y las interacciones de los individuos y los grupos, encuéntrense frecuentemente involucrados en la investigación interdisciplinaria particularmente, con los demás científicos sociales. Por lo demás, la utilización de las máquinas electrónicas ha resultado invalorable por su rapidez y capacidad para proporcionar información y, sobre todo, para la simulación del comportamiento en el mundo real, como veremos más adelante (44).
Paralelamente al debate suscitado en abstracto acerca de las posibilidades de aplicar el análisis matemático a los fenómenos políticos, algunos científicos han preferido trasladar la controversia al nivel del caso concreto, para extraer conclusiones ajustadas a la realidad. Así, por ejemplo, el profesor Fisher, de la Universidad de Harvard, ha encarado el problema en relación al análisis matemático de las decisiones de la Corte Suprema de los Estados Unidos con vistas a la predicción sobre la base del conocimiento de los hechos del caso, llegando a la conclusión de que es factible dicho tipo de predicción en la medida en que los casos no ofrezcan modalidades nuevas y existan claros precedentes. Cabe señalar que también se ha pretendido emplear las técnicas cuantitativas para clasificar a los jueces y en general analizar los distintos aspectos de su desempeño (45) Lasswell ha llegado a afirmar que se está aproximando el tiempo en que las máquinas estarán tan desarrolladas como para hacer posible la realización de juicios en los que los seres humanos que han de decidir y los robots serán enfrentados unos contra otros; y cuando las máquinas estén aún más perfeccionadas todavía, se construirá, por ejemplo, un escaño de robots jueces (46).
Sin aceptar las criticables exageraciones a que ha llegado la cuantificación en nuestros días, particularmente en los Estados Unidos, debe reconocerse la utilidad de su empleo adecuado y ponderado. Como advierte Giorlandini, "hay ámbitos, dentro de lo político, que imponen la utilización del método matemático, admitiendo siempre la unilateralización resultante de tal manipulación, pero innegablemente útil para que, ubicada la conclusión en el conjunto de causas de un proceso, se arribe a una meta aproximada a la verdad real que, por otra parte, nunca será absoluta (47). Cartwright afirma, a su vez, que una parte notablemente amplia de la moderna investigación social y psicológica consiste en la clasificación, el ordenamiento, la cuantificación y la interpretación de la palabra y otros productos simbólicos de los individuos y los grupos; en cuya labor una de las tareas más importantes es la de convertir fenómenos simbólicos en datos científicos (48).
Como observa Gaudenet, la estadística aparece como una de las ramas más vivas de las matemáticas y el cálculo electrónico le abre posibilidades incalculables. También los politicólogos se han dedicado, después de algún tiempo, a desprender del fenómeno político algunos elementos cuantificables para poderlos tratar según los métodos matemáticos (49).
Meynaud anota que la utilidad del método estadístico es de dos órdenes. En primer lugar, es sumamente beneficiosa la exposición de los datos, de forma que facilita su comprensión y asimilación. Los cuadros y diagramas facilitan la comunicación de los resultados y hacen visibles inequívocamente las lagunas de la documentación que suelen pasar desapercibidas en las exposiciones de tipo literario. Pero, además y principalmente, el método estadístico comporta procedimientos de análisis que han demostrado su utilidad en todas las ramas del conocimiento científico, desde el establecimiento de promedios e índices hasta los más sutiles cálculos de correlación. Los especialistas de la ciencia política, mediante los estudios cuantitativos, han logrado un instrumental de alta precisión en función de las series disponibles. Una de las técnicas que mayor utilidad, ha tenido es la de la correlación, que permite medir el grado de similitud, en magnitud y en sentido, que existe entre los valores correspondientes de dos caracteres; o, en términos más simples, hace posible comparar las variaciones relativas de dos o más fenómenos. De esta manera se estudiará el grado de correlación entre la estructura social de la población y los resultados electorales y, llegado el caso, se expresará mediante coeficientes adecuados (50).
Las investigaciones sobre el comportamiento electoral, tan frecuentes en los últimos tiempos, se basan en el estudio sistemático de los resultados electorales a través de las estadísticas, complementado por los sondeos, que permiten al estudioso vincular la decisión del elector con las motivaciones que han influido su voto. Precisamente, los sondeos han perfeccionado el análisis de los partidos políticos. En la generalidad de los países, y en particular en la República Argentina, el conocimiento sociológico de las agrupaciones partidarias es deficiente. A falta de otros instrumentos, el sondeo de la opinión pública aparece como medio eficaz para lograr inapreciable información; verbigracia: participación del ciudadano en la vida interna partidaria, motivos de la abstención electoral, proselitismo, razones de la elección del partido, comparación entre los partidos (51).
Con relación a las Ciencias Sociales en general, la aplicación de las técnicas matemáticas suscita una objeción que se refiere, a la vez, a la actitud intelectual, la inducción y la formulación matemática de sus resultados. En cuanto a la actitud, se señala que si bien la observación es necesaria, en todo caso nunca podría llegar a ser suficiente. Se ha dicho que los hechos sociales no pueden compararse a florecillas que nacen en los campos y que basta recoger. La intuición es, pues, indispensable para distinguir lo importante de lo accidental. Y si llegara a faltar, como anota Burdeau, la Ciencia correría el peligro de convertirse, en un protocolo o en una versión taquigráfica. Por otra parte, si bien algunos fenómenos sociales son tributarios de la observación estadística, ésta es completamente ineficaz en otros casos. Si el hecho está desprovisto de significación objetiva deja de depender de la observación para entrar en el campo de la introspección. Pero la objeción es mucho más fuerte con respecto a la posibilidad de una formulación matemática. ¿Es lo cualitativo, característica dominante de los fenómenos sociales, reducible a lo cuantitativo, condición de un lenguaje matemático? Si se afirma que la palabra método significa, cuantificación, surgirá la acusación de que se desconoce el valor único de la persona humana. A su vez, los matemáticos podrán decir que no se posee, de los objetivos de su Ciencia, más que una visión superficial y hasta caduca (52).
Con referencia específica a la Ciencia Política, parecería provechosa la imitación de las Ciencias de la Naturaleza; desde que si le es necesario observar lo real, no puede obtener más que ventajas de la utilización de aquellas técnicas cuya eficacia está comprobada en la actualidad: no sólo debe registrar los hechos, sino también consignar los resultados obtenidos en el lenguaje más preciso, o sea, mediante cifras, ecuaciones, gráficos o símbolos. Claro está que no en todas las materias de la Ciencia Política resulta igualmente fácil la utilización de los procedimientos cuantitativos. Además, en cuanto a la extensión del campo de utilización del método cuantitativo, parecería que fuera más estrecho para la Ciencia Política que para la Física o la Biología, por ejemplo. En estas últimas, una vez identificados los fenómenos, se someten sin resistencia a la observación. En materia política, en cambio, los hechos no se someten por sí mismos a la prueba, sino que hay que ir a buscarlos, cosa que generalmente resulta dificultosa. Cuanto más especializada es la Ciencia Política, encuéntrase en mejores condiciones para utilizar las técnicas de las Ciencias de la Naturaleza; mas como Ciencia de síntesis, la Ciencia Política es menos propicia (53).
Otro problema que suscita la aplicación al ámbito de la Ciencia Política de los métodos matemáticos es la duda que se plantea acerca de si bastan dichas técnicas. Físicos, biólogos y naturalistas no están seguros de la eficacia absoluta de sus instrumentos cognoscitivos como lo creen algunos de los científico-políticos que pretenden servirse de ellos. Por otra parte, la naturaleza de la investigación política no autoriza a pretender de las técnicas positivas todo lo que las Ciencias de la Naturaleza han obtenido de ellas. J. Robert Oppenheimer, considerado el inventor de la bomba atómica, ha dicho "que no existe ninguna unidad de técnica, de apreciación, de valor y de estilo entre las diversas actividades a las que damos el nombre de Ciencia. No estoy seguro de que la victoria del espíritu humano, tan espectacular en esta empresa (la investigación de las regularidades), no haya tenido por efecto hacernos un poco sordos al papel, que en la vida, desempeñan las contingencias y las particularidades... Esta noción puede ser muy útil a nuestros amigos que se consagran al estudio del hombre y a su vida: tal vez les sirva mucho más que la insistencia en seguir las vías a través de las cuales la Ciencia de la Naturaleza ha conseguido éxitos tan resonantes". En esto ve Burdeau, prudentemente, un llamado de atención a los especialistas de la Ciencia Política contra la tentación de jugar a ser sabio. "Es lícito que utilicen los métodos de las Ciencias de la Naturaleza —dice—, aun de las mismas Ciencias Exactas, como instrumentos de investigaciones parciales —búsqueda de los hechos, clasificación, determinación de su volumen en cantidad y en intensidad, apreciación de las relaciones entre datos poco numerosos, muy precisos y relativamente estables— pero como procedimientos capaces de proporcionar una explicación global o la enunciación de una constante de un sistema complejo de fenómenos, nos parece que por el momento constituyen más bien una fuente de sinsabores que de provecho". Claro está que el propio Burdeau se cuida de advertir que estas reservas no comportan condenar toda aproximación metodológica entre la Ciencia Política y las Ciencias Exactas, sino que su objeto es incitar a la prudencia; mas una vez que se ha tomado esta precaución, nada impide encarar las nuevas perspectivas que ofrecen determinadas orientaciones de los estudios matemáticos. Al ampliar los cuadros de las matemáticas tradicionales —justamente aquellos cuya adaptación a los problemas sociales no se consideraba posible—, las investigaciones recientes sobre la teoría de los grupos, la teoría de los conjuntos la extensión del cálculo de probabilidades, introducen en las Matemáticas una disociación entre las ideas de rigor y de medida. Liberadas de la esclavitud del número, las Matemáticas se inclinarían a técnicas cualitativas (54).
Como ha señalado muy acertadamente Meynaud, las reticencias del especialista en Ciencia Política respecto a las Matemáticas, provienen de causas múltiples. Una de las más relevantes es la noción, todavía muy extendida, de que la aplicación de las técnicas de estas últimas llevaría a descuidar completamente los aspectos cualitativos de una situación o de una evolución. Esta idea deriva de un malentendido sobre la naturaleza de las Matemáticas que, en algunos aspectos —lógica simbólica— es puramente cualitativa. Esta comprobación elemental de la situación actual de las investigaciones ¿constituye el fundamento de lo que se comienza a llamar las Matemáticas del hombre o de las Ciencias Humanas. El objetivo de la nueva disciplina es expresar, en fórmulas adecuadas las observaciones relativas al comportamiento social (55).
Como señala van Dike, los métodos son obviamente cuantitativos cuando comprenden la medición y la contabilización. De manera más amplia, las referencias a cifras o a relaciones numéricas son cuantitativas, incluso cuando las referencias son tan solo a una fecha, que refleja las unidades de tiempo desde el nacimiento de Jesucristo. Muchos otros conceptos, aparte de las unidades de tiempo, son contados o medidos: palabras, temas, tópicos, extensión de las columnas, gente, votos, pasos, unidades de producción, etc. Quienes subrayan la importancia de los métodos cuantitativos desean, sin duda, que sean aplicados de manera más bien meticulosa, insistiendo en que lo que se cuenta sea definido con precisión y sea objetivamente identificable y que el cálculo sea hecho con cuidado. Los procedimientos deben ser tales que permitan la repetición. El conocimiento que se obtenga debe ser susceptible de demostración. Según indica van Dike, los métodos cuantitativos han sido empleados, en general, en relación con las cuestiones que se refieren a grandes números de unidades del mismo tipo, verbigracia, votantes, y en relación con el análisis de contenido (56).
Los métodos cualitativos pueden definirse como aquellos que no son cuantitativos, o sea, que no comportan medición y contabilización. Reposan totalmente en las condiciones personales del científico: su lógica, juicio o penetración, su imaginación o intuición o su habilidad para formar impresiones exactas o percibir relaciones. Así, por ejemplo, como aclara van Dike, cuando un método es impresionista o cuando implica solamente estimaciones aproximadas, con preferencia a contabilidad precisa, es considerado cualitativo, inclusive cuando conduce a afirmaciones casi cuantitativas. Cuando decimos que algo sucede normalmente, frecuentemente, generalmente, etc., estamos formulando afirmaciones de tipo cuantitativo. Mas tales afirmaciones por lo general sólo reflejan impresiones o estimaciones muy poco precisas y no contabilidad o mediciones. Análogamente, los métodos son cualitativos cuando se basan en la aplicación de la inteligencia del científico a la existencia o inexistencia de pruebas, si no se considera la frecuencia relativa. El examen inteligente de una afirmación del presidente de los Estados Unidos, por ejemplo, puede proporcionar la base para explicar o predecir la acción gubernativa; y en algunos casos, la ausencia de una declaración tiene el mismo significado. Asimismo, el conocimiento de una acción o de una serie de acciones completamente diferentes del gobierno soviético puede, análogamente, proporcionar la base para una respuesta de una cuestión que de otra manera no podría ser contestada (57).
Los métodos cuantitativos y cualitativos difieren en su aplicabilidad a diferentes tipos de preguntas o de situaciones. Se tiende a tratar las cuestiones complejas cualitativamente; muchas de ellas deben tratarse de este modo porque es imposible o poco práctico subdividirlas o volver a formularlas de manera que haga posible la cuantificación. Señala van Dike que las técnicas estadísticas no son adecuadas para campos de complejidad organizada, en los que algunas afirmaciones sólo pueden hacerse para dos o más cosas consideradas en sus interrelaciones, en las cuales el hecho pertinente no es la presencia o la ausencia de algo en tal y cuál cantidad, sino más bien la naturaleza de la ordenación de las entidades observables. Las cuestiones relativas a los acontecimientos, condiciones, prácticas o instituciones que sean únicas o altamente distintivas, son tratadas comúnmente con métodos cualitativos, pues es limitada la posibilidad de emplear eficientemente la contabilidad. Las cuestiones que se refieren al significado o importancia de las palabras o acontecimientos son tratadas generalmente con métodos cualitativos. O sea, que los métodos cualitativos son empleados en el tratamiento de la mayoría de las cuestiones examinadas por los científicos políticos. En cambio, los métodos cuantitativos han sido usados, por lo común en relación con las cuestiones que se refieren a grandes números de unidades del mismo tipo, por ejemplo, votantes, y en relación con el análisis de contenido. Como observa van Dike, "no existe duda de que los resultados logrados por los métodos cuantitativos son considerados generalmente como más seguros —y pueden, en verdad, ser más seguros— que los conseguidos por métodos cualitativos. A medida que los científicos políticos empiezan a emplear métodos cuantitativos con mayor totalidad —lo cual están haciendo en número creciente— la Ciencia Política ganará, indudablemente, en influencia. Al mismo tiempo no hay nada mágico en este método. El mejor de los métodos puede raramente ser fructífero a menos que su uso sea guiado por la imaginación y el fin apropiado. Parece plausible que las cuestiones que se preguntan hagan más que los métodos empleados para determinar la influencia de los científicos individuales y las disciplinas. Quienes se limitan a la persecución de los hechos de un bajo nivel de generalidad y cuya producción consiste tan solo en información variada, no pueden alcanzar mucha influencia. Pero quienes, con imaginación y sentido de los fines que les llevan a plantear preguntas importantes, pueden esperar tener mucha influencia. Puede incluso ocurrir que utilicen o desarrollen métodos, quizá métodos cuantitativos, que, en consecuencia, parezcan irrelevantes o innecesarios" (58).
Al decir de Alker, las Matemáticas son el estudio lógico de relaciones simbólicas y consideran los sistemas de interrelaciones lógicas entre símbolos cualitativos y cuantitativos. A causa de que por su naturaleza están libres de todo contenido específico sustantivo, estos sistemas abstractos lógicos han sido aplicados a una variedad de experiencia humana, incluyendo la política (59). Como advierte Duverger, las técnicas matemáticas son formas perfeccionadas del análisis comparativo. La traducción de los fenómenos en cifras y en símbolos permite comparar muchos a la vez, confrontar sus respectivas características con gran precisión y llevar muy lejos el análisis. Si los científicos sociales y políticos se esfuerzan por introducir al máximo en sus dominios la cuantificación y las matemáticas, no lo hacen por seguir la moda, como piensan muchos ignorantes, sino porque les proporciona unos instrumentos de análisis cuya eficacia no puede compararse con la de los procedimientos clásicos de comparación. Y así, Duverger piensa que "entre los resultados que pueden ser alcanzados mediante el empleo de las técnicas matemáticas, existe la misma diferencia que entre la marcha a pie y el empleo de un avión a reacción (60).
La investigación operacional nació durante la segunda guerra mundial para el estudio de las decisiones estratégicas. Hoy se aplica al análisis de problemas comerciales e industriales, al establecimiento de la planificación económica, a la elaboración de la política financiera, etc. La investigación operacional es una ciencia de la decisión en las organizaciones humanas complejas, en las que hay que tener en cuenta numerosos y diversos factores. El concepto de Ciencia de la decisión debe ser precisado. Toda decisión comporta una elección y la investigación operacional tiene como objeto precisar los límites exactos de dicha elección, las consecuencias concretas de una elección orientada en una dirección determinada. Como aclara Duverger, no se trata de sustituir una decisión voluntaria por una decisión mecánica, sino de aclarar aquélla determinando con la mayor claridad posible, las consecuencias que pueda acarrear (61).
Los científico-políticos, en particular en los Estados Unidos, han iniciado la utilización de las computadoras electrónicas en el campo de nuestra disciplina. Desde que la ingenua concepción de la computadora como una glorificada máquina de sumar y clasificadora de estadística es reemplazada por el concepto de un poderoso aparato lógico capaz de investigar casi toda imaginable cualidad de un sistema específico, podemos dejar de usar las computadoras como simples recursos estadísticos y comenzar a desarrollar su real potencial. La computadora, lisa y llanamente, puede tratar cualquier problema que pueda ser expresado en lenguaje claro y preciso; puede examinar las cualidades de cualquier teoría social que pueda ser planteada en palabras, por elaborada que pueda ser. Casi no existe límite para la utilización que los especialistas en ciencia política puedan hacer de la computadora, cuyo empleo supera las fronteras de nuestra imaginación. Por ejemplo, es posible programar un hombre político idealizado, con las características determinadas por estudios empíricos, y lograr el examen de las consecuencias lógicas de estos supuestos en un, estipulado conjunto de circunstancias. ¿Cómo una persona, con una particular clase de experiencia anterior, creencias particulares, valores particulares, ha de responder en un medio exterior dado? Cuestiones de esta índole pueden ser respondidas por la computadora. Se puede crear una cantidad de personas dentro de la computadora, cada una de las cuales tenga características particulares de comportamiento, y examinar las consecuencias de sus interacciones bajo diferentes condiciones. Se puede simular una burocracia y examinar su funcionamiento. La parte más difícil es la preparación de los datos iniciales y las reglas de operación que han de utilizar las máquinas (62).
Uno de los problemas importantes que plantea el empleo de las computadoras se refiere a los medios de comunicación del hombre con dichas máquinas. Estos medios de comunicación, que por extensión de los empleados corrientemente entre personas, se llaman lenguajes, se han desarrollado entre dos límites extremos, el del hombre y el de la máquina. Las computadoras obedecen exclusivamente al lenguaje de los impulsos eléctricos, al pasa o no pasa, al sí o no, al cero o uno, al que se llama un sistema binario de instrucciones. Cuando se quiere que una computadora realice una compleja operación de cálculo, es necesario combinar miles de instrucciones en sistema binario, lo que requiere muchas horas-hombre de tediosa labor de programación. Cuando las computadoras entraron en su segunda etapa de desarrollo, aparecieron otros lenguajes, los simbólicos, más parecidos a los utilizados por el hombre en sus actividades, que combinan el álgebra y frases de un idioma corriente, por lo general el Inglés, como son el Fortran, el Algol, el Mad, el Comic y el Cobol, para no citar sino los más usuales, que utilizan la capacidad de la máquina para traducirse automáticamente al lenguaje de éstas, o absoluto, mediante un programa intermedio o traductor. De manera que en la actualidad, para programar una computadora, o sea para darle las instrucciones necesarias para realizar determinadas operaciones, se requiere aunar dos tipos de conocimientos: de técnica de programación, por un lado —relativamente fácil de aprender en pocas semanas— y por el otro, de tipo científico, que exige el dominio preciso y detallado del problema a resolver, el que debe ser formulado matemáticamente y de acuerdo con las técnicas de cálculo numérico más aptas para su resolución con la máquina, lo que exige normalmente varios años de estudio de Matemáticas, Física e Ingeniería. Esta necesidad de profundo conocimiento del problema era una condición sine qua non para poder plantearlo concretamente a la máquina. Ahora, los investigadores norteamericanos han creado un lenguaje, o mejor dicho, varios lenguajes orientados al problema y al hombre, tan próximos al lenguaje de éste que hacen no sólo innecesario conocer programación, sino también la técnica de la resolución del problema específico. Esta le ha sido enseñada a la máquina en uno de los lenguajes antes indicados, que son automáticamente traducidos por ésta al lenguaje simbólico Fortran mediante un programa traductor, y luego, del Fortran al absoluto (63).
El empleo de las computadoras en el campo del Derecho se va difundiendo cada día más en los Estados Unidos, donde importantes empresas comerciales proporcionan a los abogados servicios de investigación jurisprudencial, realizados sobre la base de la utilización de las computadoras electrónicas. A este respecto, se ha llegado a pensar en la posibilidad de ofrecer un servicio internacional sobre la base del empleo de una red de computadoras, que opere con las sentencias de los principales tribunales judiciales del mundo a la vez que con la doctrina de los autores (64).
Desde luego que la utilización de las computadoras electrónicas en el campo de la Ciencia Política es hoy indispensable, siempre que no se pretenda que las máquinas sustituyan a la mente humana. Como anota Charlesworth, con aguda ironía, "¿qué habría ocurrido si la manzana que cayó sobre la cabeza de Newton hubiese caído sobre una computadora?". Mas tal temor resulta infundado, si se tiene en cuenta que el acto de la decisión únicamente puede y debe ser realizado por el ser humano, y que los mecanismos electrónicos solamente proporcionan información al individuo para decidir con menores probabilidades de equivocarse (65).
Las críticas que se han formulado, por no pocos, se han dirigido más que al empleo de las computadoras electrónicas en el ámbito de la ciencia política, al abuso de su utilización y hasta la equivocada pretensión de que la máquina sustituya al hombre en la decisión, cuando no constituyen sino un reflejo del humano sentimiento de aversión hacia la mecanización operada en todos los aspectos de la vida contemporánea, que en no pocas situaciones convierte a la persona en una cosa. Como ha escrito Toynbee, aquélla "ha llegado a ser una cifra, un número serial perforado, en una tarjeta que luego es procesada en una computadora. En una fracción de segundo, la computadora decide el destino del ciudadano-víctima entre un millón; y cuando la computadora ha pronunciado sentencia ésta es inapelable. La computadora es autocrítica e inescrutable" (66).
Sorokin ha observado que potencialmente el valor de los métodos cuantitativos es mucho mayor que su valor real demostrado hasta ahora por los estudios existentes. Este valor real —a juicio del destacado sociólogo ruso—, especialmente en los estudios de uniformidades, factores y causas, ha sido hasta el momento muy modesto. Y la modestia de los resultados ha disminuido notablemente debido a un mal uso y al abuso cuantofrénico de los métodos matemáticos y estadísticos. En la totalidad de las diferentes investigaciones cuantitativas, esta parte cuantofrénica es desgraciadamente grande. Sostiene que "puesto que la llamativa frase de investigación cuantitativa precisa se ha convertido en una especie de manía entre los investigadores, y puesto que una actuación mecánica de las operaciones estadísticas cuantofrénicas no requiere discernimiento, pensamiento lógico, largo aprendizaje y una sólida preparación científica o un destello de genio, es completamente comprensible la reciente difusión de la irreflexiva investigación estadística". Y agrega, con ironía no disimulada, que "en la rabiosa epidemia de cuantofrenia, todo el mundo puede coger unas cuartillas, llenarlas con toda clase de preguntas, enviar los cuestionarios a todos los sujetos posibles, recibir las respuestas, clasificarlas de éste o aquél modo, someterlas a una máquina de tabular, colocar los resultados en varias tablas (con todos los porcentajes computados mecánicamente, los coeficientes de correlación, los índices, las desviaciones tipos y los errores probables), y luego escribir un ensayo o un libro lleno de impresionantes adornos de tablas, fórmulas, índices y otras evidencias una investigación objetiva, esmerada, precisa, cuantitativa" (67).
Teoría de los juegos y estrategia política
La teoría de los juegos fue expuesta en 1944 por el físico matemático J. Von Neumann y el economista A. Morgenstern quienes, a su vez, recogieron ideas anteriores (68). Concebida originariamente para la explicación del comportamiento económico, hoy se ha difundido ampliamente en numerosos campos, inclusive el de la teoría militar. La teoría únicamente concierne a los juegos de estrategia, en los que, por oposición a los juegos de azar, la maestría del jugador constituye un factor del resultado. No es idéntico el caso del ajedrez, en que el conocimiento del jugador abarca todos los elementos a jugar, al caso del juego de las cartas, en que el conocimiento es sólo parcial. En la primera situación, el jugador puede emplear una estrategia pura; en la segunda, debe utilizar una estrategia mixta. Mas en todos los casos, los jugadores se enfrentan con un conjunto de elementos que representan las diversas posiciones del juego, cuya posibilidad tendrán que considerar tarde o temprano. Tres factores dominan la partida: la información del jugador sobre la posición del juego en el momento en que ha de decidir; la regla que muestra las posiciones disponibles en función del punto alcanzado; y la victoria, número conocido al final de la partida. Como dice Meynaud, la teoría de los juegos representa una tentativa de formalizar matemáticamente las decisiones intencionales y las estrategias. Según sus partidarios, la teoría de los juegos comporta un aporte a la explicación de los comportamientos sociales, o quizá, mejor, constituye un método de análisis de éstos. Toda decisión política implica una elección entre varias posibilidades; por lo que puede esperarse que esta técnica metodológica facilite la sistematización de las opiniones que se enfrentan entre sí, así como la elección de los criterios de apreciación (69).
En sus distintas variantes —teoría del juego, teoría de la decisión, teoría de la utilidad— la teoría de los juegos ha sido ampliamente usada en cuestiones económicas y militares y en algunas clases de situaciones políticas. Como todas las estructuras matemáticas, la teoría de los juegos es formal y lógica y no tiene relevancia en el mundo real, sino en cuanto sus axiomas sean adecuados a los hechos. Pero la situación que la teoría de los juegos considera se asemeja a muchos aspectos de la vida real, y en cuanto muestra la subyacente lógica del comportamiento bajo las circunstancias estipuladas, parece ofrecer reales percepciones de la estructura de la conducta humana racional. La forma primera de la teoría, por ejemplo, trataba situaciones en las cuales dos antagonistas perseguían metas antitéticas y mutuamente exclusivas de acuerdo con un conjunto dado de reglas en que la ganancia de un antagonista igualaba la pérdida del otro jugador. Desde entonces, se han utilizado varias otras formas de la teoría de los juegos, en las cuales uno de los jugadores pierde en medida desigual a la que el otro de los jugadores gana y en las que el juego no está limitado a dos jugadores... Es importante aclarar que la teoría de los juegos nada nos dice acerca de lo que la gente hace o debe hacer en la vida real. Únicamente nos dice lo que la gente haría si se cumplen tres condiciones: a) si la persona puede siempre decidir, en cada situación, cuál resultado prefiere entre diversas alternativas y qué precio o riesgo es preferido; b) si la persona puede utilizar toda la información disponible y calcular el resultado efectivo de una situación que es determinada y el resultado esperado en situaciones que involucran riesgo; c) si las reglas que gobiernan la secuencia de las acciones permitidas son fijas y explícitas (70).
En la contienda política —dice Duverger— como en todas las luchas complejas, cada uno actúa según un plan preconcebido, más o menos elaborado, donde prevé no solamente sus propios ataques, sino las respuestas del adversario y los medios de hacer frente a e ellas. Este plan de lucha es lo que constituye una estrategia, mientras que los diferentes elementos que la componen —acciones sobre el adversario y réplicas a sus reacciones— son lo que se llaman las tácticas. El análisis de las estrategias políticas —según Duverger— se encuentra todavía poco desarrollado, salvo en los dominios de las relaciones internacionales y de las luchas sindicales. Por otra parte, se han estudiado principalmente las luchas en torno a decisiones particulares. Desde hace algunos años, se ha tratado de aplicar en su análisis métodos matemáticos, utilizando la teoría los juegos de estrategia y las técnicas del cálculo operativo (71).
La aplicación de la teoría de los juegos dentro del ámbito de la Ciencia Política es hasta ahora reducida, limitándose a obras de un alto nivel de abstracción. Meynaud piensa que es escaso el número de politicólogos que posean la cultura matemática suficiente para su aplicación. Señala, asimismo, que un sector de eventual operación de dicha teoría es la determinación de las reglas del juego en política o para conferir mayor racionalidad a las decisiones de los responsables (72). Hay, en cambio, quienes piensan que para aplicar la teoría de los juegos a la política no se requiere dominar matemáticas avanzadas (73). A pesar de que la teoría de los juegos goza hoy de prestigio entre los especialistas, es asimismo objeto de serias observaciones. Si bien resulta atrayente la asimilación que hace de los juegos estratégicos y de formas determinadas de la actividad social, existen diferencias importantes. Las reglas de los juegos están formuladas para dar posibilidades iniciales iguales a cada participante; lo que casi nunca sucede en las relaciones sociales, en las que es regla la desigualdad derivada de motivos asaz diferentes. Las reglas del juego estratégico son inmutables, debiendo los jugadores someterse a ellas; en tanto que en la vida social y en particular en la política, las reglas son con frecuencia materia de controversia y lucha, verbigracia, la legislación electoral. El juego, en fin, es, como bien se ha dicho, un mundo aparte, cerrado en sí mismo y aislado en el tiempo y en el espacio, mientras los procesos sociales son continuos e indefinidos. Por otra parte, surgen dudas en cuanto al alcance del empleo de dicha teoría fuera del ámbito de las Matemáticas puras. En la realidad no es lo común que los participantes dispongan, como debiera ser, de una información que agote los datos útiles, ni que el adversario actúe con conocimiento de causa aguardando un resultado preciso. No es posible descartar el error, el capricho o la tontería. Por lo demás, la utilización del procedimiento se reduce al examen de fenómenos aislados en los que se enfrentan un número pequeño de participantes. Claro está que la mención de los inconvenientes y obstáculos no supone desconocer las ventajas del empleo razonable de los juegos. Como anota Meynaud, "la Ciencia Política sacrificaría posibilidades de renovación, cuyo alcance no podríamos ahora precisar, si cortase sistemáticamente los contactos con estas corrientes o si no hiciese nada o muy poco para intentar integrarlas en la explicación. Como mínimo, parece conveniente que estos métodos e instrumentos nuevos se estudien y ensayen muy atentamente sobre problemas precisos. Al término de tal análisis será menos presuntuoso escribir un estudio sobre las relaciones entre las matemáticas y la ciencia política de lo que resulta todavía hoy" (74).
Duverger, en su notable curso sobre las estrategias políticas, dictado en la Universidad de París en 1958, afirmó que para el estudio de aquéllas eran posibles tres métodos. En primer término, el método psicológico, que es el más conocido y más clásico. El análisis psicológico de los líderes políticos y de los presidentes del Consejo de Francia revelaría la estrategia de estas personalidades. Podríase así determinar la habilidad de los hombres a la vez que su medida de personalidad y de agresividad con respeto al grupo. A juicio del distinguido profesor francés, este método sería muy valioso para las personalidades más fuertes que con frecuencia adoptan tácticas personales. El método sociológico, en segundo lugar, permite conocer las relaciones de las tensiones entre los diferentes grupos. Pero, a juicio de Duverger, el método más útil y menos utilizado para el estudio de las estrategias políticas es el método o teoría de los juegos, que resulta impracticable quien no posea profundos conocimientos matemáticos (75).
Duverger observa que el término estrategia es nuevo en el campo de la Ciencia Política. De origen militar, designa el arte de preparar un plan de campaña, de dirigir un ejército sobre puntos decisivos y estratégicos, y de reconocer los puntos sobre los cuales, en las batallas, deben dirigirse las grandes masas de tropas para asegurar el triunfo. Estrategia se opone a táctica, que designa las operaciones que los ejércitos que se enfrentan realizan uno contra el otro. Táctica es, así, en primer lugar, el arte de combatir y de emplear las fuerzas armadas en los terrenos y en y en las posiciones que les sean favorables. La táctica ejecuta los movimientos que son dirigidos por la estrategia. En segundo lugar, la táctica es la manera de conducir o de dirigir los cuerpos deliberantes. Duverger afirma que la noción de estrategia comporta varias ideas que le son inherentes: una idea de batalla, de combate, de guerra; una idea de plan de combate preparado con anticipación, en previsión de los objetos de la batalla, de las reaccionesdel adversario, etc.; una idea de plan de conjunto, de plan global, que comprende toda la campaña. Es esta nota de plan provisional y de conjunto que diferencia la estrategia de la táctica; esta última se ubica en el nivel de los detalles de la ejecución: es solamente el arte de combatir, la acción de las fuerzas armadas, la ejecución del plan de combate (76).
En el dominio de la teoría de los juegos, la estrategia asume una importancia enorme. Corresponde, desde luego, distinguir las dos ramas de la teoría de los juegos: los juegos de azar y los juegos de estrategia. La lotería es un juego en el que interviene exclusivamente el azar; el bridge y el póker, en cambio, son juegos de estrategia, en los cuales se prepara un plan y se prevén las reacciones del adversario. La teoría matemática de los juegos de estrategia busca analizar matemáticamente las decisiones humanas en las situaciones probables. La noción de la estrategia en la teoría de los juegos es un poco diferente del concepto militar: se define únicamente por el carácter completo del plan. Todo el objeto de la teoría de los juegos de estrategia es definir las diferentes estrategias posibles y medir las chances de éxito de cada una por una evaluación matemática de las ventajas y los inconvenientes de cada eventualidad. Debe abarcar un plan completo que incluya todas las réplicas del adversario. Duverger piensa que la aplicación de esta teoría en el campo de las Ciencias Sociales, y en particular en el de la ciencia política, que está hoy muy de moda, debe hacerse con prudencia, por cuanto pocos problemas políticos pueden ser planteados en términos matemáticos sin privarlos de substancia (77).
Como aclara Duverger, la estrategia política no es una rama o un campo particular de la Ciencia Política, sino un enfoque o ángulo de visión. Es una manera de enfocar los fenómenos políticos bajo un determinado aspecto. Estudiar las estrategias políticas consiste en estudiar la vida política en una óptica de combate, de lucha, de rivalidad: lucha de partidos, rivalidades de grupos de presión, enfrentamiento entre los órganos estatales, etc. Puede decirse, así, que la estrategia política es el aspecto dinámico de la vida política. Un estudio institucional se contentará con describir las estructuras de los partidos, sus elementos o doctrinas, desde un punto de vista estático. El estudio estratégico, por el contrario, investiga el funcionamiento de esos elementos y su orientación. El estudio de las estrategias políticas tiene por objeto investigar si esas luchas son ordenadas u organizadas y descubrir las relaciones permanentes, las leyes sociológicas de las rivalidades políticas. Toda ciencia debe establecer leyes para prever; la meta de la ciencia política también es prever. Pero el concepto de estrategia política no se sitúa directamente sobre el plan previsional. No se trata de establecer planes de acción y hasta es posible que no se establezcan nunca. Se trata de estudiar y determinar las leyes que rigen los combates políticos y por el conocimiento de dichas leyes podría quizá llegarse a una previsión indirecta (78).
Se ha advertido, con acierto, que es crucial que el científico social reconozca que la teoría de los juegos no es necesariamente descriptiva sino más bien condicionalmente normativa. Establece, no cómo la gente se comporta o cómo se comportaría en un sentido absoluto, sino cómo ha de comportarse para lograr determinados fines (79).
II. Incumplimiento de la ley
La aplicación de una ley, y por consiguiente de una Constitución, que es la ley de las leyes, requiere su previa interpretación. Ésta es un acto de comprensión. Claro está que no se interpretan normas, sino conductas con las normas. Por eso es que la interpretación es de normas y de comportamientos o conductas. Vale decir que en un sentido lato, la interpretación es una actividad cognoscitiva dirigida a averiguar el significado, valor y alcance de determinadas normas y conductas a fin de ejecutar, o llevar a cabo, las reglas o prescripciones jurídicas que deben seguirse o a que se deben ajustar comportamientos, tareas o actividades. De lo que resulta la íntima relación existente entre las problemáticas de la interpretación, aplicación y cumplimiento de las normas y conductas.
Por lo dichos resulta indiscutible que una de las precisiones más importantes que hoy impone establecer el accionar político en el mundo, se refiere al debido cumplimiento de la ley y, en primer término, de la ley de las leyes que es la Constitución, requisito indispensable para el correcto funcionamiento del Gobierno de la Ley, en contraposición con el Gobierno de los Hombres.
Cuatro siglos antes de Jesucristo, Aristóteles enseñaba a sus discípulos: "Cuando la Ley manda, es como si Dios y la razón mandaran; cuando se concede la superioridad al hombre, es dársela a la vez al hombre y a la bestia".
Asimismo, sentenciaba el notable pensador ateniense, con justicia reputado como el fundador de la Ciencia Política. El orden está en la ley. Más vale que mande la ley y no un ciudadano, sea quien fuere".
Pero el famoso Estagirita cuidaba de advertir, con su profunda sabiduría: "El Estado no puede considerarse bien regido, aunque las leyes sean buenas, si éstas no se cumplen".
Pero para que el Estado de derecho sea efectivamente en la realidad el gobierno de las leyes, no basta que los gobernantes ajusten a ellas su desempeño, sino que es indispensable que también los habitantes las cumplan en todo momento, por cuanto la ley rige tanto para unos como para otros.
Y ese cumplimiento de la ley no debe ser el resultado del temor a la sanción, sino el fruto del íntimo y sincero convencimiento de que no se hace sino ejecutar el deber más primordial que hace al ciudadano merecedor del goce de los derechos y prerrogativas de la civilidad.
Bien escribía el Mahatma Gandhi, en 1947: "de mi ignorante pero sabia madre aprendí que los derechos que merecerse y conservarse, procede del deber bien cumplido. De tal modo que hasta del derecho a la vida sólo somos acreedores cuando cumplimos el deber de ciudadanos del Mundo".
En tanto el ciudadano encuadre su conducta en el marco de la ley, estará respaldado y defendido por todo el poder del Estado en el ejercicio de todos y cada uno de sus derechos.
Como dijera el Congreso General Constituyente de 1853, al clausurar sus sesiones, dirigiéndose al pueblo de la República: "Los hombres se dignifican postrándose ante la ley, porque así se libran de arrodillarse ante los tiranos".
Nuestra historia nos muestra ejemplos magníficos del acatamiento republicano a la ley.
Sancionada la Constitución de 1819, debió ser jurada el 25 de Mayo, y, en el Ejército, jefes y oficiales prestaron juramento individual.
Cuenta el General Paz, en sus clásicas Memorias, que luego que prestó el juramento de rigor ante el General Belgrano, el inmortal creador de la Bandera le dijo gravemente:
"Esta Constitución y la forma de gobierno adoptada por ella, no es, en mi opinión, la que conviene al país; pero, habiéndole sancionado el soberano Congreso Constituyente, seré el primero en obedecerla y hacerla obedecer".
Tiempo después, al ser firmada la Constitución de 1853, el 1° de mayo, don Facundo de Zuviría, presidente del Congreso General Constituyente, que había sostenido la inoportunidad de sancionarla, expresó solemnemente:
"Por lo que hace a mí, señor, el primero en oponerse a su sanción, el primero en no estar de acuerdo con muchos artículos, y sin otra parte en su confección que la que me ha impuesto la ley en la clase de presidente encargado de dirigir la discusión, quiero ser también el primero en jurarla ante Dios y los hombres, ante vosotros que representáis a los pueblos, obedecerla, respetarla, y acatarla hasta en sus últimos ápices, en el acto mismo que recibe la última sanción de la ley. Quiero ser el primero en dar a los pueblos el ejemplo de acatamiento a su soberana voluntad, expresada por el órgano de sus representantes en su mayoría".
Cuando se habla del cumplimiento de la ley por gobernantes y gobernados, no se alude solamente a la ley en sentido jurídico, sino también y principalmente a la ley moral o ética que ha de inspirar todas las acciones humanas.
La crisis política que aflige a la humanidad no es sino la exteriorización, en el ámbito institucional, de la profunda crisis de orden ético y espiritual que carcome al mundo.
Parecería que cada día se abre un abismo más hondo entre la moral privada y la moral pública.
"Esta dualidad entre la moral individual y la cívica —ha dicho Bertrand Russell—, que todavía persiste, es un factor que hay que tener en cuenta en cualquier teoría ética adecuada. Sin moralidad cívica, las comunidades perecen; sin moralidad individual, su supervivencia carece de valor. Por consiguiente, la moral cívica y la individual son igualmente necesarias en un mundo encomiable".
Razón tenía Ortega y Gasset cuando afirmaba que "La vida humana no sólo es lucha con la materia, sino también lucha del hombre con su alma".
El desarrollo espiritual del hombre no ha corrido parejo con el asombroso progreso tecnológico.
Quizás el hombre actual no sea peor que el del siglo XV, o que el de la antigüedad, pero es evidente que cuenta con fuerzas y elementos capaces de multiplicar al infinito las posibilidades del mal.
Como señala Madariaga, "la humanidad se halla en el pavoroso estado del aprendiz de brujo. Ha desencadenado en sí misma poderes físicos muy superiores a su poder moral, y si no gana pronto en lo moral el tiempo perdido, no podrá salvarse, de una destrucción que al fin y al cabo habrá merecido".
En carta que, desde Londres escribía a Juan María Gutiérrez el 4 de septiembre de 1859, decía Alberdi:
"¡Qué de cosas bellas grandes podremos ver realizadas si conseguimos mantener el país en orden!".
Y el orden en nuestro país como en todo el mundo, supone, necesariamente, el imperio de la ley; de la ley jurídica y también de la ley moral.
Como sostenía el eminente brasileño Ruy Barbosa en un memorable discurso que Pronunciara en 1897:
"La defensa de la República está, en sus leyes... La República es la ley en acción. Fuera de la ley, la República está muerta".
El Estado constitucional respeta y asegura la inviolabilidad del hombre —en cuanto ser libre, capaz de decidir sus propias acciones y de escoger sus propios fines— necesaria para que pueda obrar como un ser naturalmente investido de libertad, de responsabilidad y de dignidad. La seguridad jurídica es el conjunto de las condiciones que posibilitan una acción semejante, libre de todo daño o riesgo y que, al decir del eminente constitucionalista español Luis Sánchez Agesta, "presupone la eliminación de toda arbitrariedad y violación en la realización y cumplimiento del Derecho por la definición y sanción eficaz de sus determinaciones, creando un ámbito en la vida jurídica en la que el hombre pueda desenvolver su existencia con pleno conocimiento de las consecuencias de sus actos y, por consecuencia, con plena libertad y responsabilidad". La seguridad jurídica constituye así el oxígeno sin el cual resulta imposible la manifestación y el cabal desarrollo del individuo, a fin de que —según la acertada expresión de Jean Jaures— "ninguna persona humana, en ningún momento del tiempo, pueda ser apartada de la esfera del Derecho".
Moral y democracia
"La democracia es el único camino para obtener una racionalización moral de la política" (Jacques Maritain, El hombre y el Estado, p. 76).
Si bien es cierto que Rousseau calificara de "inútil y vasta" a la ciencia política, y que el historiador británico Buckle se lamentara de que "la ciencia política, lejos de ser una ciencia, es una de las artes más atrasadas", no debe olvidarse que Aristóteles, su ilustre y sabio fundador, la consideraba como la ciencia soberana, o sea, la más fundamental de todas, cuyo fin es el verdadero bien, el bien supremo del hombre; como tampoco que Emerson la llamara "la más grande ciencia al servicio de la humanidad" (80).
En nuestro país, ya Monteagudo, en 1815, sostenía que "la ciencia de la política es la más necesaria; ella es la que funda los Estados y de ella depende su prosperidad y su conservación; jamás será demasiado el trabajo que se tome en cultivar sus principios" (81).
En nuestros días, David Easton, uno de los más grandes científicos políticos del mundo, en su medular libro "The Political System", señala que "desde los tiempos de Aristóteles, la ciencia política ha sido considerada como la ciencia maestra" (82).
La política es bifronte: si es ciencia también es arte. En general, la distinción entre la ciencia y el arte políticos hace a la diferencia que existe entre lo especulativo y lo práctico. Como ciencia, persigue el estudio sistemático de los fenómenos políticos. Como arte, busca la solución de los problemas concretos y procura el mejoramiento de los comportamientos y de las instituciones políticas a la vez que de la lucha por el poder. La relación entre una y otro es íntima e indestructible. Quien pretendiera escindir una faceta de la otra se mecería en las nubes de la fantasía o, en el extremo opuesto, se extraviaría en la selva oscura del factualismo.
Bien enseñaba Raymond Aron que "entre la idea de un régimen y su funcionamiento, entre la democracia con la que todos hemos soñado en las épocas de tiranía, y el sistema de partidos que se ha instaurado en la Europa Occidental, existe un abismo no fácilmente salvable. Pero esta decepción es en parte inevitable. Toda democracia es oligarquía, toda institución es imperfectamente representativa, todo gobierno que se ve obligado a obtener el consentimiento de múltiples grupos o personas, actúa con lentitud y ha de tomar en cuenta la estupidez y el egoísmo de los hombres". Agrega Aron que "la primera lección que un sociólogo debe transmitir a sus alumnos, aun a riesgo de decepcionar sus ansias de creer y de servir, es la de que jamás ha existido un régimen perfecto" (83).
Asistimos durante los últimos años al reordenamiento y la reestructuración de la ciencia política, cuyo campo de acción se amplía y extiende, hasta el punto de perder nitidez las fronteras que anteriormente se creía que la separaban de otras ciencias afines, como la antropología, la sociología y la psicología. Su nota nueva y peculiar es poner énfasis sobre el gran protagonista del drama político, a través de cuyas virtudes, pasiones y defectos viven las instituciones. Como ha dicho Verdú, "el análisis del factor humano es capital en la ciencia política, porque el hombre es el elemento básico como actor, investigador, líder, gobernante y gobernado, en la convivencia" (84). Por eso, Bouthoul, anota con acierto que "cualquiera que sea la forma de gobierno, la política es dirigida por ciertos hombres, ejecutada por otros y, a fin, aprobada, tolerada, sufrida o ignorada por la mayor parte" (85).
Valioso capítulo de la ciencia política moderna ha sido llenado por quien fue el notable profesor de la Universidad de Yale, Harold D. Lasswell, pionero en los campos interdisciplinarios ubicados entre la ciencia política, la psicología y la sociología. Poniendo énfasis en el estudio de la personalidad humana en su proyección sobre la política y utilizando las técnicas del psicoanálisis, Lasswell dedicó muchos años al análisis de la mentalidad política. En su libro señero Psicopatología y Política, muestra la eficacia del empleo de la técnica de la entrevista prolongada, estudiando una serie de casos de políticos, e investigando los factores que influyen sobre las actitudes colectivas, tomando como punto de partida un examen prolijo de las biografías de individuos específicos, que le permite afirmar que la ciencia política sin la biografía es una forma de taxidermia.
Se comprende entonces, la importancia que para el estudio científico de la política reviste el aporte del político, en cuanto protagonista y hacedor de la política práctica, y contribución a lo que Maritain denominó la racionalización moral de la política.
El escritor español Leopoldo Eulogio Palacios, en su valioso libro "La Prudencia Política", destaca que la política es acción, no especulación. Pueden el científico o el sabio teorizar sobre la política. El político, en cambio, que como tal no es un científico, cuando se dedica a su menester, no teoriza, sino que ejecuta. Y agrega que "uno de los aspectos más importantes del prudencialismo, consiste en considerar que la política es una acción concreta, por la que el hombre trata de satisfacer sus necesidades apremiantes en el bien común, sin el que no puede realizar su vida ni perfeccionarse; y, por consiguiente, en afirmar que la norma y la dirección de esta acción política, no puede confiarse a la razón especulativa, que sólo concibe un hombre universal y abstracto de naturaleza inmutable, sino a la razón práctica, una de cuyas cualidades es la prudencia política, y cuya cara está vuelta al hombre concreto y real, situado en medio de un circunstancia punzantes y perentorias que no pueden pasarse por alto" (86).
Sin intentar una definición, consideramos que la prudencia política es la cualidad de la razón práctica que la dispone a discernir y distinguir, con miras al interés y bien común, entre lo que es bueno o malo, útil o inútil, necesario o innecesario, eficaz o ineficaz, adecuado o inadecuado, acertado o desacertado, y, en general, conveniente o inconveniente.
Ya Aristóteles sentaba en su Política que "la única virtud especial exclusiva del mando es la prudencia; todas las demás son igualmente propias de los que obedecen y de los que mandan" (87).Y en su Moral o Nicómaco, el genial estagirita explicaba que "en el fondo, la ciencia política y la prudencia son una sola y misma disposición moral; sólo que su manera de ser no es la misma. Así, en la ciencia que gobierna al Estado, debe distinguirse la prudencia reguladora de todo lo demás y arquitectónica, que es la que hace las leyes, y esta otra prudencia que aplicándose a los hechos particulares, ha recibido el nombre común que tienen ambas, y se llama política" (88).
En su célebre diálogo sobre El Político, afirmaba Platón que por encima de la jurisprudencia hay una ciencia maestra que prescribe lo que conviene y lo que no conviene; ella, decía, es la ciencia del auténtico político, que sin ser magistrado manda a la jurisprudencia y se sirve de los magistrados. Esta ciencia del verdadero político, semejante al arte del tejedor, reuniendo las cosas que convienen y desechando las que no convienen, forma, en interés del Estado, un verdadero tejido regio.
Platón llama a los políticos Pastores de hombres y también tejedores, porque —razonaba— "la acción política ha conseguido su fin legítimo —que es cruzar los caracteres fuertes con los moderados, formando un sólido tejido—, cuando el arte real, uniendo estos hombres diversos en una vida común, mediante los lazos de la concordia y de la amistad, realizando el más magnífico y el mejor de los tejidos, hasta formar un todo, y abrazando a la vez cuando hay en los Estados..., lo estrecha todo en sus mallas, y manda y gobierna sin despreciar nada de lo que puede contribuir a la prosperidad del Estado" (89).
Max Weber opinaba que "son tres las cualidades, decisivamente importantes para el político: pasión sentido de la responsabilidad y mesura. Pasión en el sentido de positividad, de entrega apasionada a una causa al dios o al demonio que la gobierna... La pasión no convierte a un hombre en político si no está al servicio de una causa y no hace de la responsabilidad para con esa causa la estrella que oriente la acción. Para eso se necesita —y esta es la cualidad psicológica decisiva para el político— mesura, capacidad para dejar que la realidad actúe sobre uno sin perder el recogimiento y la tranquilidad, es decir, para guardar la distancia con los hombres y las cosas. El no saber guardar distancia —dice Max Weber— es uno de los pecados mortales de todo político... El problema es precisamente el de cómo puede conseguirse que vayan juntas, en las mismas almas, la pasión ardiente y la mesurada frialdad. La política se hace con la cabeza y no con otras partes del cuerpo o del alma. Y, sin embargo, la entrega a una causa sólo puede nacer y alimentarse de la pasión, si ha de ser una actitud auténticamente humana y no un frívolo juego intelectual. Sólo el hábito de la distancia, en todos los sentidos de la palabra, hace posible la enérgica doma del alma, que caracteriza al político apasionado y lo distingue del simple diletante político estérilmente agitado. La fuerza de una personalidad política reside, en primer lugar, en la posesión de estas cualidades" (90).
Si para el ejercicio de cualquier función se requiere el cumplimiento de una auténtica vocación, lo es mucho más para la política. Por eso comporta una gran verdad el dicho de que el político nace y no se hace. Claro está que no basta la mera existencia de la vocación, sino que se requiere una especial y continuada dedicación al oficio. Como bien dice Marañón, "lo esencial para cumplir con rigurosa eficacia nuestra misión social no es la actitud, sino la afición, palabra ésta que los españoles debemos ajustar a su sentido estricto de amor a la cosa elegida y de ahínco y eficacia en ese amor... Un hombre lleno de aptitudes para una faena determinada, no la realizará si no la quiere, si no está aficionado de ella, aunque lleve en su bolsillo el carnet del Instituto de Orientación con nota de sobresaliente... Afición, vocación, es amor al deber, o deber impuesto por el propio y espontáneo amor a lo elegido. En cambió, la aptitud origina tan sólo un derecho, y los hombres con derechos sólo, no van a ninguna parte" (91).
Compleja y difícil faena la política. Como expresa Max Weber, "la política consiste en una dura y prolongada penetración a través de tenaces resistencias, para la que se requiere, al mismo tiempo, pasión y mesura. Es completamente cierto, y así lo prueba la historia, que en este mundo no se consigue nunca lo posible si no se intenta lo imposible una y otra vez. Pero, para ser capaz de hacer esto no sólo hay que ser un caudillo, sino también un héroe en el sentido más sencillo de la palabra. Incluso aquellos que no son ni uno ni lo otro han de armarse desde ahora de esa fortaleza de ánimo que permite soportar la destrucción de todas las esperanzas, si no quieren resultar incapaces de realizar incluso lo que hoy es posible. Sólo quien está seguro de no quebrarse cuando, desde su punto de vista, el mundo se muestra demasiado estúpido o demasiado abyecto para lo que él le ofrece; sólo quien frente a todo esto es capaz de responder con un sin embargo; sólo un hombre de esta forma construido tiene vocación para la política" (92).
Sánchez Agesta ha definido, en términos magistrales, la esencia y la naturaleza de la visión del político. "El político —dice—, de una manera casi biológica piensa en términos de poder. Su fundamental preocupación es adquirir poder, conservarlo, defenderlo y desarrollarlo. Para él la norma es un límite o un instrumento. Cuando se define como un político realista es porque está atento a los intereses, las demandas los deseos de quien conoce o apoya su poder. Bien sea el pueblo o los electores, bien un grupo oligárquico, bien un rey absoluto, un dictador o un jefe, cuyos pensamientos y deseos más ocultos tratará de adivinar. Valorará más la fidelidad a su persona o la atención a su juicio que la calidad y eficacia de quienes le sirven. Y verá en quienes se oponen a su poder enemigos con los que mantendrá una discusión polémica en una lucha, incluso a veces sucia, por el poder. Cuando el político supera este sentido elemental e intuitivo del poder y tiene la calidad de un hombre de Estado, ponderará al mismo tiempo los objetivos a realizar. Hombres y cosas, normas e instituciones serán para él instrumentos al servicio de esos objetivos. Su propia vida hallará su sentido en cumplirlos y su grandeza se medirá por su disposición para sacrificar goces y beneficios, salud y riquezas al servicio de los fines que se propone como un ideal. La pasión de estos fines le hará concebir la vida política como una lucha forjada para ajustar y resolver conflictos y suprimir todos los obstáculos que se oponen a la realización de sus objetivos". Y agrega el ilustre constitucionalista español que "la trampa del político es que tiene que respetar el derecho, con que se legitima su autoridad y que utiliza como instrumento de mando y como prevención de conflictos menores y se ve limitado por ese mismo derecho, cuyo respeto ha de enaltecer en su propio beneficio. Este es el clásico tema dramático de una tensión entre política y derecho" (93).
El tema hace a la esencia misma de la política, de la filosofía política y de la ciencia política, como que se relaciona con el trascendental problema de los fines y los medios.
¿Cuál es la meta última y misión primordial de la sociedad política? No puede ser desde luego, asegurar el bienestar material de unos individuos, ni tampoco lograr el predominio político sobre otros hombres.
Como enseña Maritain, "estriba más bien en mejorar las condiciones de la propia vida humana, o procurar el bien común de la multitud, de manera que cada persona concreta, no solamente en una clase privilegiada sino en toda la masa, pueda alcanzar realmente aquella medida de independencia propia de la existencia civilizada, que se asegura simultáneamente por las garantías económicas de trabajo y propiedad, derechos políticos, virtudes cívicas y el cultivo del espíritu. Esto significa que la tarea política es esencialmente un trabajo de civilización y cultura, de ayudar al hombre a conquistar su genuina libertad de expansión o autonomía —como dice el Profesor Nef, de "lograr la fe, la justicia, la sabiduría y los hermosos fines de civilización"— o sea, una labor de progreso en un orden que es esencialmente humano o moral, pues la moralidad no persigue sino el verdadero bien del hombre" (94).
La cuestión de saber cuáles han de ser los medios adecuados para alcanzar tales fines, lleva a lo que con acierto Maritain denomina el problema de la racionalización de la vida política.
"Hay dos caminos opuestos para entender la racionalización política —sostiene el eminente pensador francés—: El más fácil —que desemboca en un mal fin— es el técnico artístico. El más fatigoso pero constructivo y progresivo es el moral". Y en un luminoso desarrollo del tema, explica Maritain que en el alborar de la ciencia e historia modernas, Maquiavelo, en su Príncipe, nos ofreció una filosofía de la mera racionalización técnica de la política, la cual, pasaba a ser el arte de conquistar y mantener el poder por cualquier medio, y su ilusión era el éxito inmediato.
Pero también existe otro tipo de racionalización de la vida política, que no es artística ni técnica, sino moral. Esto implica el reconocimiento de los fines esencialmente humanos de la existencia política, y de sus raíces más profundas: libertad, justicia paz, ley, amor. Como advierte Maritain, "este modo de racionalización política nos lo descubrió Aristóteles y con él los grandes filósofos de la antigüedad y los grandes pensadores medievales. Después de una fase de racionalismo, que estimuló vastas ilusiones en las más puras esperanzas humanas, concluyó en la concepción democrática puesta en vigor durante el siglo pasado". En este punto afirma Maritain que "debe decirse algo de particular significación: la democracia es el único camino para obtener una racionalización moral de la política. Porque la democracia, es una organización racional de las libertades fundada en la ley" (95).
La democracia constitucional —sistema político llamado gobierno de las leyes, en oposición al gobierno de los hombres, epígrafe con que no se rotula mal a la autocracia porque en aquél a diferencia de ésta, la Constitución y la ley se imponen a la Voluntad de los individuos, sean gobernantes o gobernados— la democracia constitucional, decimos, se funda el principio de la soberanía popular, que requiere que el pueblo sea el titular de la soberanía y por ende del poder constituyente.
De donde resulta, que el funcionamiento exitoso del sistema exige un adecuado nivel de capacitación moral y cívica del pueblo, que debe ser protagonista activo y no mero espectador pasivo del drama institucional. Solamente por arte de magia quienes gobiernan podrían ser mejores que el pueblo de donde proceden y que los elige.
Por otra parte no es posible escindir la moral pública de la moral privada. Como escribiera el Premio Nobel Bertrand Russell, "la dualidad entre la moral individual y la moral cívica, que todavía persiste, es un factor que hay que tener en cuenta en cualquier teoría ética adecuada. Sin moralidad cívica, las comunidades perecen; sin moral individual, su supervivencia carece de valor. Por consiguiente, la moral cívica y la moral individual son igualmente necesarias en un mundo encomiable" (96).
En el Manual de Enseñanza Moral publicado por Esteban Echeverría en Montevideo en 1846, escrito originariamente para las escuelas primarias del Estado Oriental, y que constituye un verdadero catecismo cívico que debería conocer todo ciudadano, argentino, el insigne autor del Dogma de Mayo, enseñaba: "Como habéis nacido para ser ciudadanos de una patria libre, conviene que al entrar en la vida pública, tengáis una regla segura para formar juicio exacto sobre las cosas y los hombres públicos de nuestro país. Esa regla la encontraréis en la doctrina que os he expuesto anteriormente. Sabéis por ella que para servir eficazmente a la patria, para ser verdaderos patriotas, debéis consagrar vuestra devoción y vuestra acción incesante a la defensa de la causa de Mayo; porque en la realización de su pensamiento está vinculado el progreso y la completa emancipación de la patria. Si como hombres públicos, pues, o como ciudadanos desertáis de la bandera de Mayo, traicionaréis la patria. Si como hombres públicos o como ciudadanos no abogáis ni trabajáis por la democracia de Mayo, traicionaréis la patria. Si sacrificáis sus intereses, o su honor o su libertad a vuestra ambición egoísta, traicionaréis la patria. Y traicionando la patria, sus intereses, su causa o por egoísmo o por ambición, por indiferencia o por ignorancia, no habrá moralidad política en vuestros actos, y seréis infames y perjuros, y responsables ante Dios y la patria". Y el lustre argentino agregaba: "La moralidad política, por consiguiente, es la Fidelidad del ciudadano a la causa de la patria, y en ella consiste el verdadero patriotismo. Y esa regla de moralidad política que estáis obligados a observar siempre para con la patria, es precisamente la que debéis tener presente al formar juicio sobre los hombres públicos de vuestro país" (97).
Por su parte, José Manuel Estrada, desde su cátedra famosa, sostenía que existe una soberanía superior a todas las que se han disputado el dominio de la sociedad y los honores de la historia. En medio de las vicisitudes humanas y de la extrema movilidad de las pasiones, ella permanece inmutable con aquella augusta identidad de lo absoluto. Esta soberanía es la del bien moral. Para Estrada "la moral aplicada a la sociedad engendra la democracia; porque la democracia importa la perpetuidad de la soberanía común, y conserva la aptitud de todos para remover aquellas trabas que las vicisitudes de la historia y errores humanos pueden oponer al ejercicio de todo derecho y al cumplimiento de todo deber: al desarrollo de la persona, en una palabra; y esto bajo la responsabilidad que emana de su naturaleza intelectiva y libre. Y al engendrar la democracia limitada la omnipotencia del pueblo, sometiéndolo a la lógica de su fuerza generadora, y resguardando contra sus desbordes el derecho de cada uno, la integridad de la persona, que es inviolable y sagrada. Donde el pueblo cree poderlo todo, la democracia no existe".
Pensaba Estrada que "ninguna forma política reclama también una moralidad tan severa como la forma democrática"; porque "si los gobiernos fundados en iniquidad o en error pueden prescindir de la moral o alimentarse de una lucha insoluble contra ella, el gobierno del pueblo por el pueblo, que la reconoce como fundamento, no puede existir sino por el acatamiento de su soberanía, y adaptando a sus principios todos los actos del hombre en su capacidad social". Por eso, Estrada aceptaba como una profunda verdad la afirmación de Montesquieu de que "el resorte de la República es la virtud".
Y ante la pregunta de "¿cuál es el medio de desenvolver la moral y darle su imprescindible jerarquía respecto del hombre en su capacidad personal y social?", el ilustre constitucionalista y tribuno respondía con firmeza y sin hesitar: "educar"; proclamando con énfasis que es "la educación popular la única esperanza de éste y todos los pueblos que, aspirando a la libertad, aspiren a habilitarse para las austeras funciones cívicas de la democracia".
José Manuel Estrada seguía así la idea fuerza que inspiró todo el pensamiento y acción del gran Sarmiento, para quien las escuelas son la democracia", porque "la escuela de hoy —decía el genial sanjuanino— es el presupuesto de la política dentro de diez años, cuando los niños sean ciudadanos... Hay que educar al soberano" (98).
Estrada y Sarmiento se referían a la educación para la libertad, único medio para la formación moral y cívica del individuo, que lo habilite para el ejercicio de los derechos y el cumplimiento de los deberes que tal calidad le impone (99).
Bien proclamaba Mitre, desde su banca de senador, en 1870, que función tan importante "es una necesidad política en una democracia, porque educación del pueblo es lo que hace que la libertad sea fecunda, que la justicia sea buena, que el gobierno sea poderoso en el sentido del bien y que las conquistas del derecho se hagan ciencia y conciencia pública" (100).
Solamente esa educación del pueblo para la libertad hará posible que la democracia sea una realidad sobre la base del imperio de la moral de gobernantes y gobernados, y bajo la suprema regla de la prudencia, que, según el Libro de los Libros, es la ciencia del alma. Bien enseña Maritain, que "la democracia es el único camino para obtener una nacionalización moral de la política" (101).
Desde épocas remotas, la historia enseña, con la irrefutable prueba de los hechos, que el poder ejerce una atracción irresistible sobre el espíritu del ser humano, al que arrastra a los peores excesos. Ya Rousseau, en el Contrato Social, afirmaba que la tendencia al abuso y la degeneración es un "vicio inherente e inevitable que, desde el nacimiento del cuerpo político, tiende sin descanso a destruirlo, lo mismo que la vejez y la enfermedad destruyen al fin el cuerpo del hombre" (102). Y, contemporáneamente, no exagera Maurice Duverger, el eminente profesor de la Universidad de París, cuando advierte que ningún problema político presenta una importancia mayor que el de la limitación del gobierno, en una época como la actual, en que los progresos de la ciencia y la técnica ponen en manos de quienes representan la autoridad un poderío tan grande como ningún tirano ha conocido en el curso de la historia (103).
Ante la pregunta de si la democracia es un prerrequisito del gobierno constitucional, Wheare responde que si la democracia significa solamente el sufragio universal o la igualdad de condiciones, no es bastante para constituir el gobierno constitucional. El sufragio universal puede crear y mantener una tiranía de la mayoría, de la minoría, de un pequeño grupo de individuos o de un hombre. No pocos absolutismos del siglo actual se han apoyado en el sufragio universal. "El gobierno democrático —dice Wheare— para ser gobierno constitucional debe preservar la libertad" (104). Aron piensa que "el dogmatismo del liberalismo se opone al dogmatismo de la democracia: éste pone el acento sobre el modo de la designación de los gobernantes y el modo de ejercicio del gobierno; aquél sobre los objetivos que debe fijarse el poder y los límites que debe respetar" (105). El constitucionalismo y su institucionalización —la democracia constitucional— consuman la integración de ambos dogmatismos, al requerir el principio democrático —o sea, la elección de los gobernantes por el pueblo y la responsabilidad de aquéllos por su gestión ante éste— y también y fundamentalmente el principio de la limitación del poder como instrumento de su esencia teleológica, que es la garantía de la libertad.
La democracia constitucional —sistema político que conforma el ideal de gobierno y de forma de vida a que aspiran los países civilizados— exige, pues, por su misma esencia, la limitación del poder. La autoridad absoluta, aunque pretenda fundarse en la voluntad popular y la invoque, no por eso deja de comportar un despotismo, tan criticable como cualquiera otra de las modalidades del gobierno autoritario. Observa Simon, en su libro "Philosophy of Democratic Government", que, en el hecho, la objeción que más comúnmente se formula contra la democracia es con qué facilidad da lugar a una especie formidable de tiranía: la tiranía de la mayoría. "Los hombres en el poder —dice—, si llegan a creer y a hacer creer a los demás que su gobierno es el del pueblo, están inclinados a considerar que sus acciones están indefectiblemente vinculadas con el bienestar general; en otras palabras, el origen democrático inspira al personal gobernante una empecinada confianza sobre su propio juicio. Además, el apoyo de la mayoría da al gobierno un poder más grande y más fuerte para restringir que casi todo otro poder poseído por una minoría. El peligro de la opresión por la mayoría es tan obvio, que la historia de la democracia moderna es ocupada frecuentemente por la ambición de incluir a la minoría en el cuerpo electoral controlante" (106).
La voluntad popular, fuera de los cauces constitucionales y legales, resulta tan despótica y tiránica como el arbitrio sin vallas de un dictador. El gobierno de origen más popular puede convertirse en el peor de los despotismos si sus poderes superan el marco fijado por la Constitución. La garantía de la libertad humana impone la restricción del poder gubernamental. Semejante limitación es perseguida a través de la división y la distribución de las funciones del gobierno en órganos distintos, que actúan controlándose recíprocamente —tanto en el sistema de colaboración de poderes del régimen parlamentario, como en el esquema de la separación de los poderes del mecanismo presidencial— dentro de las competencias delimitadas por la Constitución, con la finalidad de evitar el desborde del poder y por ende garantizar la libertad de los ciudadanos. Ahora bien, dentro del conjunto de limitaciones y controles que presupone la democracia constitucional, destacase como pieza maestra del sistema la función de permanente vigilancia, fiscalización y crítica que incumbe a la oposición con respecto al gobierno.
"Mayoría y minoría: derecho de mandar y derecho de oposición: he ahí los dos pilares de la legitimidad democrática", ha escrito Guglielmo Ferrero (107). El orden democrático —dice Mac Iver— protege a las minorías tanto como a las mayorías. Las minorías necesitan mayor protección que las mayorías y la democracia proporciona una solución. Donde la democracia se halla establecida, la opinión de una minoría tiene el mismo derecho a ser sostenida que la opinión contraria de todos los demás. La creencia de una pequeña minoría es tan inviolable como la creencia de la multitud". Y agrega que "el gobierno de la opinión difiere de toda otra clase de gobierno en que requiere la coexistencia continuada de la opinión opuesta. De ahí que evite la más mortal suerte de dogmatismo: el dogmatismo que elimina por la fuerza otras creencias, en la certeza de su propia rectitud. En una democracia, los hombres estiman sus dogmas, pero no hasta el punto de matar a otros hombres porque tengan dogmas contrarios" (108).
Si la existencia de una minoría y el pleno ejercicio de sus derechos y deberes constitucionales, son la condición esencial de una verdadera democracia, necesario es que el ordenamiento jurídico del Estado asegure una adecuada y eficaz protección de los derechos de la oposición. Con razón Burdeau— señalando el carácter de instrumento de protección política y de garantía que reviste la Constitución— dice que ésta es "garantía también de la minoría contra la omnipotencia de la mayoría" (109). Por su parte, Sarmiento escribía que "la Constitución es una garantía para las minorías, a quienes sin ella oprimirían las mayorías, despojándolas de sus derechos o exterminarían los tiranos" (110).
Refiriéndose a las instituciones británicas, observa Jennings que "si la función del Parlamento es la crítica, sus miembros son, por decirlo así, críticos profesionales". Y agrega que "los miembros del gobierno se sientan en el primer escaño a la derecha del speaker y los jefes de la oposición en el primer escaño a su izquierda. Opuesto al gabinete, por consiguiente, se halla el shadow cabinet (gabinete en la sombra), aunque el partido laborista no lo llama así; opuesto al Gobierno de Su Majestad. Es un nombre chocante, que al principio se empleaba sólo en broma; sin embargo, es tan expresivo que ha pasado a ser una denominación casi oficial. La oposición es la alternativa del Gobierno de Su Majestad; basta con una simple alteración en el resultado de las siguientes elecciones para que el gobierno y la oposición cambien entre sí sus sitios. El jefe de la oposición percibe incluso un sueldo a cargo de los fondos públicos, de suerte que pueda ejercer sus funciones sin tener que distraerse con las preocupaciones del que necesita ganarse la vida" (111). Y concluye que "para descubrir si un pueblo es libre, basta preguntar solamente si le es lícito hacer oposición y, en caso afirmativo, inquirir dónde se encuentra ésta" (112).
La importancia de la oposición no es menor en los regímenes presidenciales, como el argentino y el norteamericano, y en general los de los países, latinoamericanos. Los constitucionalistas de los Estados Unidos han señalado la esencial función que desempeña la oposición dentro del mecanismo institucional de su nación, basado en la separación de los poderes y el ejecutivo presidencial, y no han vacilado en criticar severamente a esa oposición cuando no ha puncionado con el vigor y la estrictez requeridos. "La mayor necesidad de la presidencia en los años venideros —escribía Burns en 1965— estribará, no en los cambios internos, por importantes que éstos sean, ni siquiera en sus relaciones con el Congreso, sino en una oposición que desafíe los valores y las instituciones presidenciales y que se halle ansiosa de llegar al poder y presentar su propia definición del propósito nacional" (113).
Dentro del esquema de la democracia constitucional, el principio democrático impone, lógicamente, que la fuente de toda autoridad o poder sea el pueblo, el cual elige directa o indirectamente, a los magistrados que han de ejercer las funciones estatales. Los gobernantes, por consiguiente, derivan su autoridad del pueblo, que los elige, y ante el cual son responsables de su gestión pública. Es la mayoría la que gobierna, pero con la colaboración y el control de la minoría u oposición, cuyos derechos constitucionales han de hallarse efectivamente garantizados para que el régimen democrático sea una realidad. Este no funciona correctamente si la oposición, desnaturalizando su auténtica misión, obstruye, obstaculiza y hasta imposibilita la actuación del partido gobernante, abusando así de su función.
Pero la oposición tampoco cumple con su esencial función institucional si, declinando su deber, es blanda y complaciente con el gobierno al que debe controlar, cualquiera pueda ser el motivo con que pretenda explicar tan tremendo desvío. Paradójicamente, semejante comportamiento de la minoría, en lugar de favorecer, perjudica seriamente al partido instalado en el poder, ya que la ausencia de crítica y fiscalización concluirá por destruirlo. Como observa Dorothy Pickles, "sin el adecuado estímulo de la crítica, el gobierno puede volverse débil, complaciente y hasta corrompido" (114). No existe razón ni motivo alguno, por respetable que en apariencia pudiera resultar que justifique que la oposición renuncie al cumplimiento del trascendental papel que le corresponde. Así como no podría aceptarse, dentro del mecanismo democrático-constitucional de la limitación y control del poder, que bajo pretexto alguno el órgano legislativo dejara de fiscalizar al ejecutivo, o que los tribunales judiciales declinaran el control jurisdiccional sobre los órganos políticos en defensa de la libertad de los ciudadanos, tampoco puede admitirse que a través de condescendencias o concesiones, la oposición se desligue de la tarea que le da razón de ser: la crítica y fiscalización del gobierno. Actitudes semejantes configuran graves e injustificables violaciones de claros e indeclinables deberes institucionales impuestos por las constituciones de los estados democráticos. Y si la finalidad que se pretende invocar es la consolidación del sistema democrático, se ha elegido un medio inadecuado y contraproducente, que conducirá, sin duda alguna, a la concentración del poder, a su abuso y a la corrupción.
Es que la oposición, cuando cumple cabalmente, en la letra y en el espíritu, la elevada misión institucional de crítica y control que puede encontrar el gobierno para actuar correctamente. Con acierto escribía Alberdi que "para un gobierno inteligente y honrado, la oposición es su garantía de estabilidad y su auxiliar más útil. La oposición es una especie de poder en reserva, un gobierno en disponibilidad, por decirlo así, que espera en actitud pasiva y respetuosa la hora de suceder al personal del gobierno en plaza. Si ser libre es tener parte en el poder, síguese de ello que cuando en el poder sólo tienen parte los que gobiernan, puede decirse que sólo el gobierno es libre en el país sin libertad. Donde no hay oposición, sólo hay libertad oficial o gubernamental" (115).
Psicopatología y política
Harold D. Lasswell, profesor en la Universidad de Yale, es uno de los pioneros en los campos interdisciplinarios ubicados entre la ciencia política, la psicología y la sociología. Poniendo énfasis en el estudio de la personalidad humana en si proyección en la política y utilizando las técnicas del psicoanálisis, Laswell ha dedicado largos años al estudio de la mentalidad política. En su libro "Psicopatología y Política", muestra la eficacia de la aplicación de la técnica de la entrevista prolongada, estudiando una serie de casos de agitadores, reformistas y administradores. En dicha obra, se analizan los factores que influyen sobre las actitudes colectivas, tomándose como punto de partida un examen de longitud de las biografías de individuos específicos. Se toman como base para la finalidad propuesta los procedimientos y los hallazgos de la psicopatología, porque se considera que son las contribuciones más elaboradas y estimulantes que hasta ahora se hayan hecho para el estudio de la persona" (116).
Cree Lasswell que en el ámbito de la ciencia política, la misión de la biografía política ha sido durante mucho tiempo, la de proporcionar un correctivo vívido a la excesiva importancia otorgada al estudio de los mecanismos, las estructuras y los sistemas institucionales. "La ciencia política sin la biografía es una forma de taxidermia", afirma Lasswell. Sostiene que cuando a la tumultuosa vida de la sociedad se la desuella en precedentes y se la curte en principios, las abstracciones resultantes sufren un extraño destino. Son agrupadas y reagrupadas hasta que el mosaico resultante pueda constituir un todo lógico y estético que ha dejado desde hace mucho de mantener relación válida alguna con la realidad original. Los conceptos corren constantemente peligro de perder su referencia a acontecimientos definidos. Nociones como las de libertad y autoridad necesitan renacer con un nuevo significado después de haber seguido, aunque sólo sea por un breve tramo, el sendero tentador de la abstracción. Si los conceptos están para servir a la mente y no para dominarla, sus términos de referencia deben someterse periódicamente a un rigurosísimo escrutinio. El empleo de categorías institucionales al describir la vida pública es indispensable, pero los especialistas que las utilizan tienen que decirnos acerca de las influencias personales que modifican el comportamiento esperado de las legislaturas, los ejecutivos y los tribunales. No es novedad que los liderazgos constituyen una variable importante en la predicción del curso de los acontecimientos, pero los estudios usuales sobre la política casi nada tienen que ofrecer con respecto a los rasgos de las diversas clases de agitadores y organizadores, y nada que decir sobre las diversas clases de experiencias de que esas diferencias surgen. Lasswell hace notar que esa limitación subsiste en los libros sobre la teoría del Estado y política de ingleses como Sidgwick y Laski, de norteamericanos como Garner, Westel W. Willoughby y de europeos como Jellinek, Schmitt y Kelsen (117).
Expresa Lasswell que se ha recurrido frecuentemente a la biografía política para comunicarnos el sentido de lo impredecible en los negocios humanos y para adorno de las charlas de sobremesa. En el mejor de los casos, la biografía política ha contribuido al entendimiento de los factores que diferencian a una personalidad humana de otra. Pero no es un secreto que la biografía o la autobiografía literarias suelen omitir o distorsionar mucho de la historia íntima del individuo, y que muchos de los hechos cuya importancia han descubierto los modernos investigadores no figuran para nada en ellas. ¿Dónde es posible obtener una provisión de historias de vidas en que se ignoran los convencionalismos acostumbrados y que haya sido recogida por especialistas en las influencias sociológicas, psicológicas y somáticas que actúan en el individuo? Existen en la sociedad moderna colecciones de dichos materiales de verdadera magnitud a las que hasta ahora se había acordado muy escasa atención por parte de los estudiosos de las ciencias sociales y políticas: las historias clínicas de aquellos individuos que han estado enfermos y especialmente de los que han recibido cuidados en hospitales y sanatorios. Mas el cuerpo más rico de hechos psicológicos y sociológicos se encuentra en los legajos de las instituciones para cuidado de quienes sufren desórdenes mentales, aunque no carezca de valor el material disponible en los hospitales generales. Advierte Lasswell que el propósito de tales investigaciones no es demostrar que los políticos son insanos. En verdad, lo específicamente patológico es de importancia secundaria para el problema central, que es de exhibir el perfil de desarrollo de diferentes tipos de hombres públicos. La tarea no consiste en catalogar los síntomas a expensas de las estructuras principales de la personalidad. No hemos llegado al fin cuando sabemos que un moderno Rousseau sufría de paranoia, que un moderno Napoleón tiene los genitales parcialmente atrofiados, que los modernos Alejandros, Césares y Blüchers son alcoholistas, que un moderno Calvino sufre de eczemas, jaquecas y cálculos renales. La psicopatografía es legítima y útil, pero la patografía no es el objetivo. Lo que se pretende con este tipo de investigaciones, en realidad, es averiguar si el análisis intensivo de las biografías permitirá ahondar de algún modo la inteligencia del orden social y político todo (118).
Agrega Lasswell que al subrayar el valor del estudio de la secuencia concreta de la experiencia individual para la ciencia política, se está dando expresión a una tendencia de intereses que ya tiene buenos fundamentos en la ciencia social. La búsqueda de historias plenas e íntimas ha llevado a la explotación de una fuente de materiales relativamente nueva: los registros o historias clínicas de los hospitales. Ha llevado a la aplicación de métodos psicopatológicos al estudio de voluntarios normales como medio de control de las inferencias extraídas de los internados. Ha llevado al estudio detallado de la técnica de la entrevista prolongada, especialmente el psicoanálisis, para el estudio de, la personalidad, y a la formulación de métodos perfeccionados de investigación. Ha llevado al enunciado de una teoría funcional del Estado, que surge directamente del examen intensivo de biografías reales y a la comprensión de lo que las formas políticas pueden significar cuando se las ve sobre el rico telón de fondo de la experiencia personal (119).
Entre nosotros, José María Ramos Mejía fue un precursor de esta clase de estudios. En su libro "La neurosis de los hombres célebres en la historia argentina", publicado entre 1878 y 1892, estudia las enfermedades de algunos hombres descollantes en nuestra historia política. "He dado preferencia —decía— a la neurosis, es decir, a las afecciones nerviosas de carácter funcional y particularmente a aquellas que han tenido mayor influencia sobre su cerebro, no sólo por creerlas comunes entre ellos, sino también porque creo que allí deben estudiarse todas esas modificaciones profundas y aún incomprensibles que observamos en algunos caracteres históricos" (120). ¿De qué naturaleza era esa fuerza irresistible que arrastraba al suicidio al Almirante Brown, el viejo paladín de nuestras leyendas marítimas, que poblaba su mente de perseguidores tenaces que envenenaban el aire de sus pulmones y amargaban los días de su vida? ¿Cómo se producían en el doctor Francia los fuertes accesos de aquella negra hipocondría, que rodeaba de sombras su espíritu, acentuando tanto los rasgos de su fisonomía de César degenerado? ¿Cuál era la fibra oculta que animaba la mano de la Mazorca en sus depredaciones interminables que ponía en movimiento el cuchillo del fraile Aldao, la lanza de Facundo, la pluma de Juan Manuel de Rosas en sus veladas homicidas tan largas?" A la luz de la medicina, la psicología y la psiquiatría, Ramos Mejía procura contestar tan apasionantes interrogantes en su libro (121). Deben citarse, además, otras obras del mismo pensador, como "La locura de la historia", "Rosas y su tiempo", "Las multitudes argentinas", que muestran la misma orientación investigativa.
Burdeau ha señalado que es muy importante para la ciencia política no descuidar los trabajos de los psiquiatras relativos a las alteraciones de la personalidad. El fenómeno de frustración, en especial, constituye una fuente de información y de reflexiones extremadamente fecunda para el conocimiento de los comportamientos políticos. Ninguna teoría que intentara explicar la afiliación a los partidos o la difusión de las ideologías, podría ser válida si no hiciera lugar para el análisis de los complejos de que el individuo se libera al vincularse a ellos. Asimismo, provienen del psicoanálisis ciertos elementos de la teoría de los dirigentes o líderes. El sentimiento del desquite, que traduce frecuentemente su actitud, está más dentro de la competencia del psicoanalista que del politicólogo. Mas no por ello éste podría ignorar la importancia de ese motor en la vida política. ¿Podría comprenderse el nacional-socialismo sin someter a los führers de todas las jerarquías a un tratamiento psicoanalítico? (122).
Sumamente ilustrativa es la valiosa investigación sobre la psicología de la dictadura, realizada por el profesor de psicología de la Universidad de Princeton y psicólogo del Tribunal de Nuremberg que juzgó a los criminales de guerra nazis, G. M. Gilbert. En esta obra, el profesor Gilbert analizó la personalidad de cada uno de los jerarcas nazis, desfilando por sus páginas los mayores criminales de la humanidad, que asesinaron a millones de seres: Hermann Goering, Rudolph Hess, Hans Frank, von Papen, von Ribbentrop, von Keitel, Fritz Sankel, etc. La personalidad de Hitler fue estudiada a través de los datos suministrados por los procesados de Nuremberg. Sobre la base de tales investigaciones psicológicas, el profesor Gilbert comprueba que tanto Hitler como sus jerarcas, con quienes convivió durante un año, eran neuróticos de distintos tipos (123).
Más recientemente, en nuestros días, y siguiendo la línea psicológica, y más específicamente psiquiátrica, Osvaldo Loudet se ha destacado con valiosos estudios en el ámbito de lo que denominaba Ciencia del Alma, complementados por una rica experiencia de más de tres décadas dirigiendo el Instituto de Crimonología de la Penitenciaría Nacional; y entre los que se destaca el inolvidable y ya clásico, sobre las edades del vivir. Allí sostiene, con sólidas razones, que: "para vencer el tiempo hay que olvidar parte del tiempo. La vida del espíritu está por encima del tiempo. La calidad del tiempo vivido tiene más importancia que la extensión del mismo. Lo que cuenta es la calidad, la profundidad, no la extensión, Voltaire calculaba su edad por las obras que había producido" (124).
Desconstitucionalización y perversión constitucional
Lo que hemos llamado, desde el libro y la cátedra, desconstitucionalización —o sea, el incumplimiento generalizado de la Constitución por gobernantes y gobernados— constituye un gravísimo fenómeno sociológico político que si bien siempre ha existido, ha aumentado en intensidad y consecuentemente en importancia, en los últimos años; y al que Loewenstein busca explicar por la desvalorización que ha experimentado la Constitución escrita en la democracia constitucional en mediados del siglo XX.
Aun en Estados con un orden constitucional completamente desarrollado, la Constitución escrita ha sufrido una importante desvalorización funcional y una pérdida de prestigio. Su brillo ha empalidecido visiblemente. Dos problemas diferentes, aunque relacionados entre sí, tendrán que ser tratados aquí. El primero hace referencia al hecho de que la Constitución, aun en los Estados con tradición normativa, no será observada tan escrupulosamente por los detentadores del poder como lo era antes; no se actuará siempre de la manera que beneficie a la Ley Fundamental del Estado. El segundo, se refiere a la alarmante indiferencia de la masa de los destinatarios del poder frente a la Constitución, actitud psicológica que puede conducir, finalmente, a una atrofia de la conciencia constitucional... La triste verdad es que la Constitución se ha distanciado emocional e intelectualmente de los destinatarios del poder. Solamente una fracción microscópica de la población en todos los países está lo suficientemente interesada para leerla, por no hablar de aquellos que la pueden realmente asimilar (125).
Loewenstein se ocupa de la inobservancia consciente de la Constitución por los detentadores del poder; fenómeno que no debe ser confundido con la constante competición que existe entre aquéllos en el proceso político, en la que cada uno intenta buscar en las normas constitucionales que tiene que aplicar la interpretación más cómoda para sus tareas específicas. Es el caso en que en un Estado federal, el gobierno central interpreta la Ley Suprema en el sentido más favorable a la ampliación de sus poderes en detrimento de las competencias de los gobiernos locales; o cuando una comisión parlamentaria de investigación extiende sus facultades más allá de los límites correspondientes; o cuando el Congreso interpreta las cláusulas constitucionales superando las fronteras de su competencia, frente a las competencias de los otros órganos del gobierno; en todos cuyos casos, el órgano que amplia sus poderes lo hace a través de su propia interpretación de la Constitución. Lo que Loewenstein entiende como una inobservancia consciente de la Constitución "es aquella situación en la que una disposición constitucional esencial no será deliberada y consecuentemente aplicada o realizada. Dicha disposición permanecerá entonces como una lex imperfecta, como letra muerta, en contradicción con la supuesta obligatoriedad inalienable de la Ley Fundamental. Las razones para esta inobservancia son varias. Una disposición constitucional se puede presentar desde el primer momento como irrealizable. Sin embargo, en la mayor parte de los casos, las razones de esta inobservancia son de tipo puramente político: el convencimiento del gobierno, actualmente en el poder, de que la aplicación de dicha disposición iría contra sus intereses específicos; la aversión de la constelación de partidos que controlan la Asamblea Legislativa contra la disposición en cuestión; la presión social y económica de determinados grupos de interés contra su realización; factores de política exterior. La eliminación de dicha norma a través de una enmienda constitucional será frecuentemente imposible por la falta de mayoría requerida o si puede ser todavía más impolítica que su inobservancia tácita (126).
Como resultado de su profundo y meditado análisis del gravísimo problema —que él mismo denominara— de la perversión constitucional, uno de los más destacados científicos político-constitucionales contemporáneos, el Profesor de la Universidad de Harvard, Carl Friedrich, ha sostenido que la infracción legal, como ataque al orden legal, es resultado habitualmente de la falta de autoridad de la ley y de los que la administran, funcionarios y jueces; falta de autoridad que afecta también en sentido inverso a la efectividad de la pena. Si las penas no son consideradas como justificadas, aparecen como actos arbitrarios, e incluso su efecto disuasivo, en cuanto subsista, se ve limitado grandemente. El orden que todo sistema legal pretende realizar, no debe, por tanto, ser situado en oposición a la justicia como si se tratara de un valor rival, y menos todavía ser colocado por encima de ella, ya que la justicia y el orden dependen el uno del otro recíprocamente y no pueden realizarse en una comunidad legal si no es conjuntamente. El legislador media entre los dos lo mejor que puede, como hace la costumbre en sus más o menos estables normas y modos de conducta. Se ha dicho, nada menos que por una autoridad como el juez Holmes, que "mientras subsista una duda, mientras las convicciones opuestas mantengan un frente de combate unas contra otras, no habrá llegado el momento para el Derecho". Según Friedrich, esto no es verdad; si lo fuera, nunca le llegaría al Derecho su momento, ya que siempre habrá dudas y siempre habrá convicciones contrapuestas. En verdad, donde las convicciones son unánimes no hay necesidad de leyes. La ley expresa parcialmente el consenso mayoritario en las comunidades democráticas. "La desobediencia —concluye Friedrich—, la abrogación, el fraude y la objeción consciente forman parte de la vida de la ley. La ponen en peligro y pueden pervertirla, pero no suponen en sí mismos, la perversión de la ley, sino más bien la paradoja de su existencia" (127).
Educación para la libertad
Es la educación la que desarrolla y perfecciona las facultades intelectuales y morales del hombre, habilitándolo para el desempeño de la misión que en la vida le corresponde. Bien pudo calificar Rousseau como "la primera de todas las utilidades" al arte de formar a los hombres. "A las plantas las endereza el cultivo y a los hombres la educación", escribió el inmortal autor de Emilio y El Contrato Social. Y agregaba que "todo cuanto nos falta al nacer, y cuanto necesitamos siendo adultos, se nos da por la educación" (128).
La ignorancia del pueblo, o la semi-ignorancia —quizás más temible todavía que aquélla— genera el clima propicio para el desarrollo del funesto y virulento germen de la demagogia y el despotismo. Si los ciudadanos no son educados para la libertad, serán siempre masa o muchedumbre, pero nunca pueblo; que seguirá ciega e irreflexiblemente a cualquier mal pastor que satisfaga sus bajos apetitos; será espectador pasivo y no protagonista de la noble gesta cívica.
La educación para la libertad no comporta tanto la adquisición de una suma determinada de conocimientos —debe ser formativa tanto como informativa— como, y esencialmente, la capacitación intelectual y ética del ciudadano para el ejercicio de sus derechos y el cumplimiento de sus deberes en la comunidad democrática, desarrollando en su espíritu la plena conciencia de su responsabilidad como miembro de una democracia; que es un sistema político en el que el pueblo es el titular de la soberanía y, como tal, debe elegir a los gobernantes, controlarlos en su gestión y hacer efectiva la responsabilidad de aquéllos emitiendo su voto en los comicios. "Educar al pueblo en la libertad —advertía Alberdi, el Padre de la Constitución—, es equivalente a devolverle su poder. La educación política, es decir la costumbre inteligente de ejercer el poder, es la verdadera y sola libertad. Así, en los países libres, la educación pública es una parte de la soberanía, cuyo ejercicio no se delega ni se saca de las manos del pueblo. Como la prensa, la educación es una garantía que el país se reserva contra la propensión natural de los delegados de su poder a convertirse en dueños del poder ajeno que le está delegado, siempre que su dueño verdadero no le pone obstáculo" (129).
Solamente la educación para la libertad aventará del alma humana lo que Fromm llamara el miedo a la libertad, que experimentan las masas fatigadas por la que consideran insobrellevable carga de la responsabilidad ciudadana, prontas a renunciar aquella por el plato de lentejas que les promete el líder. Es que —como decía, Félix Frías— "una república no se realiza con la soberanía de los ignorantes" (130). Es que —como proclamaba Sarmiento— las escuelas son la democracia" (131). Es que —como enseñaba José Manuel Estrada desde su cátedra inolvidable— "es la educación popular la única esperanza de éste y todos los pueblos que, aspirando a la libertad, aspiran a habilitarse para las austeras funciones cívicas de la democracia" (132).
El dogma de Mayo
El Dogma Socialista es el auténtico ideario de Mayo, depurado y perfeccionado, que recoge la filosofía y los principios fundacionales de la Revolución, explicándolos y desarrollándolos. Sus ideas se proyectarán sobre los constituyentes de 1853, en forma directa y también indirecta a través de las páginas de las Bases de Alberdi, quien en su Proyecto constitucional anexo proporciona concretamente a los congresales de Santa Fe la substancia y el espíritu de la Constitución Nacional, a la vez que con la actuación brillante y decisiva de Juan María Gutiérrez en dicho Congreso, llevando el pensamiento y la voz de la Asociación de Mayo, y en particular de sus íntimos amigos, Echeverría y Alberdi, a los cuales el destino privó de ocupar sendas bancas en la histórica reunión constituyente: el primero por haber muerto y el segundo por continuar en el exilio.
El título de la obra podría llevar a confusión. Pudo y debió ser Dogma de Mayo, como fluye claramente de su contenido; pero Echeverría y sus colaboradores prefirieron, con el titulo que en definitiva adoptaron, poner énfasis sobre el matiz social que, a su juicio, debería tener la democracia que propugnaban. Mayer ha señalado, con razón, que el socialismo, bajo la forma de una doctrina política acabada, no existía aún. El Manifiesto de Marx y Engel fue publicado diez años más tarde que el Dogma, en 1847; la Primera Internacional fue fundada en 1864; El Capital y el nombre de Marx no se difunden entre el público hasta 1870, después del golpe de la Comuna francesa. Y cuando surgieron las primeras manifestaciones del socialismo de Estado en 1848, los antiguos miembros de la Joven Argentina las condenaron con severidad. Pero aunque admitiéramos hipotéticamente y al margen de la realidad cronológica, que el Dogma hubiera sido posterior al Manifiesto y a El Capital, el análisis comparativo de sus respectivos contenidos demuestra categóricamente que la obra de Echeverría no tiene nada que ver con la ideología socialista. Así lo ha reconocido lealmente Alfredo L. Palacios, otro ilustre argentino, eminente pensador y hombre de Estado, padre de lo que él mismo denominara El Nuevo Derecho y la legislación social del país, que en una obra señera sobre Echeverría, calificó a éste como el iniciador de la democracia social en su patria y albacea del pensamiento de Mayo. "No busquemos, para explicar las ideas del prócer —escribió— la influencia de los grandes doctrinarios del socialismo, pues Echeverría escribió antes que ellos. Lo que hay aquí es intuición junto a la observación de los hechos sociales".
III. La Constitución Nacional de 1853 - 1860 Acta fundacional de la República Argentina su cumplimiento y no reforma
Durante muchos años, la República Argentina se destacó en el concierto de sus hermanas latinoamericanas por la estabilidad política, lograda a través de la vigencia de su sabia, y magnífica Constitución de 1853 -1860, que consumó la unión nacional y bajo cuyas previsoras y generosas disposiciones desarrollóse como una de las Repúblicas jóvenes más próspera y adelantada de la tierra. Pero, desde que se interrumpiera la continuidad constitucional, el país entró en un proceso en el que la inestabilidad institucional ha sido paralela al estancamiento económico y que ha desembocado en una aguda y profunda crisis. Y en los actuales momentos, en el que el esfuerzo de los argentinos se dirige a consolidar la vigencia del Estado democrático constitucional y como si fueran pocos los problemas que afrontamos, parecería que algunos pretenden cargar sobre la Constitución, los pecados de Gobernantes y gobernados, acumulados a través del tiempo.
La Constitución Nacional de 1853 -1860 institucionalizó en su letra y en su espíritu, la Doctrina de Mayo, surgida con el nacimiento mismo de la Patria y la Nacionalidad y consustanciada con el alma y el ser argentinos, solemnemente consagrada en el Acta Capitular del 25 de Mayo de 1810 y que constituye el basamento inconmovible de todo el ordenamiento jurídico y moral del país, al punto que no podría ser removido afectado en su esencia sin contrariar esa verdadera Acta Fundacional del Estado constitucional argentino.
La Constitución Nacional de 1853 - 1860 es el auténtico y legítimo modelo y proyecto del Estado argentino y el único e insustituible instrumento para la reconstrucción moral, política social y económica que requiere el país, dentro de cuyo marco, amplio y previsor, caben todas las soluciones.
Nuestra Ley Suprema continúa respondiendo adecuadamente a las necesidades e ideales del pueblo argentino. Su parte dogmática, o Declaración de Derechos, protege satisfactoriamente todos los aspectos de la libertad y la dignidad del hombre, admitiendo las concepciones sociales y económicas más progresistas y adelantadas. Únicamente se requiere —nada más pero también nada menos— que esas políticas sean elaboradas y puestas en ejecución. Su parte orgánica consagra principios e instituciones que comportan conquistas irreversibles de la civilización democrática occidental, respaldadas por la historia toda de la humanidad, y acepta, asimismo, la más profunda modernización que se necesite hacer en sus estructuras, sin necesidad de reforma alguna.
El instrumento para la reconstrucción argentina no requiere pues ser creado, ya que existe: es la Constitución Nacional, violada más que cumplida, muchas veces injustamente vilipendiada, a menudo olvidada y por pocos conocida y comprendida en su notable excelencia; magnifico instrumento moral y político, que establece el modelo del Estado argentino, bajo cuya guía y amparo la Patria edificó su grandeza y que, como programa básico de su reconstrucción institucional y ética, le señala el único camino que ha de conducirla al sublime destino que fijaron como meta los Constructores de la Nacionalidad por cuya consecución varias generaciones de argentinos ofrendaron lo mejor de sus existencias, con el aporte generoso de todos los hombres de buena voluntad, venidos de todas partes del mundo que, respondiendo a la humanitaria invitación del Preámbulo, quisieron habitar en su suelo.
Como dijéramos desde hace más de medio siglo, nuestra Constitución no es el resultado milagroso de una lucubración genial de sus autores. Es el fruto laboriosamente gestado en largos años de lucha y sacrificio. A través de las breves y pequeñas páginas de nuestro Código Político, flota el recuerdo imperecedero de la sangre, sudor y lágrimas de varias generaciones de argentinos. Cada uno de sus artículos, cada una de sus cláusulas, cada una de sus palabras, tiene profundas raíces en el pasado histórico de la Nación. Es por eso que como un roble añoso, vivificado por extensas y ramificadas raíces, la Constitución ha perdurado tantos años sin agrietarse ni envejecer, e ilumina al pueblo argentino el único sendero por el cual ha de seguir su marcha ascendente en el concierto de las naciones libres y civilizadas de la tierra.
Expresión por excelencia de la Patria y la nacionalidad, la Constitución debe ser lealmente cumplida, a la vez que respetada y venerada, al lado de la Bandera, el Escudo y el Himno. Porque como proclamara desde su púlpito famoso Fray Mamerto Esquiú, el Orador de la Constitución de Mayo, "la vida y conservación del pueblo argentino depende de que su Constitución sea fija: que no ceda al empuje de los hombres; que sea un ancla pesadísima a que esté asida esta nave, que ha tropezado en todos los escollos, que se ha estrellado en todas las costas y todas las tempestades la han lanzado".
Los autores de la Doctrina Constitucional de Mayo, además de ostentar la legítima gloria de haber sentado las bases de la organización institucional de la República, nos imparten, a través del tiempo y las vicisitudes, de los éxitos y los fracasos, la sublime lección de su optimismo y su fe inquebrantable en el triunfo definitivo de la libertad. Porque si sufrieron persecución y exilio, en el largo, complejo y difícil proceso constituyente de la Patria, fueron siempre fieles a sus convicciones democráticas y lucharon, padecieron y murieron por su victoria final y definitiva sobre la opresión, el despotismo y la anarquía, para que el gobierno de las leyes y no el de los hombres, fuera realidad en la tierra de los argentinos. Tal es su mensaje y también su mandato.
Joaquín V. González escribió con letras que debieron estar grabadas en el bronce y en el corazón de todos los argentinos: "No debe olvidarse que es la Constitución un legado de sacrificios y de glorias, consagrado por nuestros mayores a nosotros y a los siglos por venir; que ella dio cuerpo y espíritu a nuestra Patria hasta entonces informe y que como se ama la tierra nativa y el hogar de las virtudes tradicionales, debe amarse la Carta que nos engrandece y nos convierte en fortaleza inaccesible a la anarquía y al despotismo".
Claro está, que en tan trascendental como sagrado compromiso, que surge de las entrañas mismas de nuestra historia y que está escrito con la sangre de los argentinos, —como enseñaba José Manuel Estrada, desde su cátedra famosa— debe ser fielmente cumplido, siguiendo el claro y seguro rumbo que con mirada de águila nos marcara el ilustre Libertador General Don José de San Martín, el que, en avatares decisivos del largo, cruento y glorioso proceso emancipador, en carta dirigida en 1816 a Don Domingo Godoy Cruz, concluía con la sabia y siempre actual impetración: "los argentinos debemos pensar en grande, y si no lo hacemos seremos los culpables". Así sea, muchas gracias.
(*) Discurso pronunciado por el Académico Segundo V. Linares Quintana en la sesión pública realizada el 20 de noviembre de 2007 en la Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales de Buenos Aires.Título: El incumplimiento de la ley y la revolución empírica
Autor: Linares Quintana, Segundo
Publicado en: LA LEY 25/02/2008, 1
I. La revolución empírica
Como hay mal que por bien no venga, según el viejo adagio, aprovechamos el forzoso retiro, dedicando nuestro esfuerzo intelectual para concluir los borradores de un nuevo libro en preparación, —cuyo título— tentativo podría ser: La Revolución Empírica y la Ciencia del Poder en el NUEVO MILENIO, utilizando valioso material sobre el tema —que hemos vertido al español— obtenido durante nuestra residencia en los Estados Unidos, ejerciendo la cátedra de Ciencia Política y Derecho Constitucional Comparado en la Universidad de North Carolina (Chapel Hill), durante los ciclos lectivos 1951-1952 y 1953-1954; actuación que nos hizo merecedor de que se nos concediera otorgarnos el Doctorado en Derecho honoris causa y se nos adjudicara la Cátedra titular en forma definitiva.
Nuestra permanencia en los Estados Unidos hizo posible que, en plena Revolución Empírica, pudiéramos informarnos y cambiar ideas directamente con los protagonistas principales del trascendental movimiento que ocasionó cambios fundamentales en el proceso de cientificación de la Ciencia Política o del Poder. Tales circunstancias nos facilitaron reunir invalorable material para el referido libro, que servirá para informarse del estado actual de la Ciencia del Poder, que esperamos publicar próximamente.
David Easton, notable Profesor de la Universidad de Chicago y protagonista por excelencia de la Revolución Empírica, en su clásico libro "The Political System: an inguiry into the state of Political Science", editado en la ciudad de New York en 1964, expuso las bases y postulados fundamentales del transcendental movimiento ideológico y metodológico que se expandió rápidamente en el mundo, calando hondo en las entrañas mismas de la Ciencia Política y que de cierta manera comportaba un revival de la concepción aristotélica originaria (1).
En dicha obra, de amplísima difusión mundial, Easton expresaba que en el último medio siglo, la Ciencia Política ha sufrido una transformación radical. Ningún factor por sí solo, ha tenido tanta influencia en este cambio como la Revolución Empírica, que tuvo lugar en Europa, que echó raíces en el siglo XIX, y cuyo nombre fue usado por primera vez por Harold D. Lasswell y A. Kaplan, en su obra "Power and Society", con la posterior aprobación de David Easton, y así como de la generalidad de los científicos políticos (2).
Con su característica claridad y concisión, Friedrich explica en qué consiste la Ciencia Política o del Poder de acuerdo con el criterio moderno que prevalece en la actualidad: recorrer y resumir la experiencia política de la humanidad con el fin de establecer conclusiones generales sobre los factores que propician u obstaculizan el orden político y el bien común, en una tarea tan necesaria como arriesgada. Y con plena autoridad científica, el prestigioso catedrático de la Universidad de Harvard advierte que su obra fundamental El Hombre y el Gobierno, procura cumplir con tan esencial y difícil faena intelectual precisamente alguien que hubiese pasado toda su vida trabajando con los materiales de la Política, no sólo en teoría, sino en la práctica no sólo en un país, sino en muchos; no sólo de un modo pragmático, sino también filosófico. Los materiales se multiplican, los esfuerzos para la construcción y la reconstrucción de los órdenes políticos adquieren un alcance mundial, pero la insatisfacción ante los resultados en general también. Y señala que es el primero en admitir, sin embargo, que su obra no es la primera ni la última que intenta enfrentarse con la experiencia política de la humanidad en términos generales. Desde la Política de Aristóteles hasta las obras de nuestros contemporáneos —agrega— las cuestiones tratadas han ocupado la atención de los mejores cerebros, pues pese a cuanto se ha dicho y hecho, el destino del hombre depende de su capacidad de entablar relaciones con su prójimo, dentro del marco estable de una comunidad ordenada en la que gobernantes y gobernados estén unidos en la prosecución de fines comunes (3).
Sobre la base del análisis científico de la experiencia de los hombres y los pueblos, hoy se busca elaborar la teoría empírica de la Política. Consiste —como lo explica acertadamente Friedrich— en "recorrer y resumir la experiencia política de la humanidad con el fin de establecer conclusiones generales sobre los factores que propician u obstaculizan el orden político y el bien común". Trátase de la teoría política de la experiencia humana, entendida la teoría —si la diferenciamos de la filosofía y de la opinión— como "el conjunto, más o menos sistematizado, de generalizaciones demostrables —o, al menos, coherentemente argüibles— basadas en el análisis riguroso de hechos comprobables". Ahora bien, el entendimiento humano se apropia progresivamente del mundo real y de las cosas que contiene y, al mismo tiempo, este proceso no es nunca completo y hay siempre aspectos o fases de las cosas estudiadas que permanecen fuera del conocimiento humano en este punto, pero que pueden ser captados posteriormente. La experiencia política está condicionada por el aspecto que presentan las mentes humanas en sus operaciones, e incluso la ley más abstracta y general está condicionada por las formas de pensamiento que todo ser humano aporta a la descripción de las observaciones. Bien advierte Friedrich que "nunca describimos únicamente hechos, sino observaciones de estos pretendidos hechos. En el terreno de la historia, estos hechos son acontecimientos que creemos que se han producido y que, al producirse, han sido experimentados por seres humanos, en parte mediante la observación, en parte mediante la participación y en parte, finalmente, mediante la conjetura. El resto lo hace la comprensión simpática. La singularidad de los hechos históricos, al producirse sólo una vez en su marco específico, significa la exclusión de toda posible comprobación de la experiencia mediante la repetición. La narración de los hechos es el único documento sobre lo ocurrido y ha de convertirse, por lo tanto, en el foco de toda investigación científica. Esto significa que en la extensa área de hechos histórico-políticos de que se ocupa la Ciencia Política, tratamos con narraciones de hechos, no con los hechos directamente" (4).
De acuerdo con su sentido gramatical, el empirismo es el sistema o procedimiento fundado en la experiencia; y más específicamente, designa al sistema filosófico que toma la experiencia como la única base de los conocimientos humanos. La experiencia es el conocimiento que se adquiere exclusivamente con el uso, la práctica el vivir. Y como mucho se ha discutido y escrito sobre el tema, no sorprende que hace más de un siglo ya Sarmiento, con su proverbial agudeza, en carta dirigida a Victorino Lastarria, del 6 de diciembre de 1868, aludiera irónicamente al "charlatanismo, que es la aspiración de la Ciencia Política", en abierta paradoja con uno de los postulados esenciales de la Revolución Empírica, que exige la mayor exactitud y precisión en la terminología del método científico, por ella utilizado.
Señala Easton que para la investigación política norteamericana, el concepto fáctico de la Ciencia había nacido en el período que siguió a la guerra civil. Con anterioridad a esa época, la elaboración del inventario de hechos era prácticamente desconocida; después de ese lapso, surgió un punto de vista sobre la Ciencia que se convirtió en la base de la investigación política moderna; según el cual la esencia de la Ciencia se encuentra en la reunión de datos objetivos, los hechos desnudos, sobre la vida políticas fundamentalmente, surgió como reacción contra el tipo especulativo y elaboración de sistema, que prevaleció en el siglo XIX, especialmente en Europa y, sobre todo, en Alemania, donde se formaban los científicos sociales norteamericanos más prominentes, o de donde tomaban inspiración. Parte de esta especulación tomó la forma de la jurisprudencia racionalista que terminó en el callejón sin salida del positivismo legal. Sus limitaciones en cuanto a ayudar a comprender a la sociedad se hicieron aparentes desde la década iniciada en 1880. Sin embargo, una parte considerable de esta especulación, típica no solamente de la Ciencia Política sino de todas las Ciencias Sociales, participó en la construcción de amplia teoría sistemática sobre la vida social y política (5).
Un adecuado equilibrio y una razonable ponderación entre el enfoque, tradicional y estas nuevas orientaciones han de señalar el camino que conduce al reencuentro de la ciencia política y constitucional con el hombre. Que no es sino el rumbo que con profética y señera visión indicara Echeverría, en su luminosa Ojeada Retrospectiva, hace más de un siglo, cuando escribía: "El punto de arranque para el deslinde de estas cuestiones debe ser nuestras leyes, nuestras costumbres, nuestro estado social; determinar primero lo que somos, y aplicando los principios, buscar lo que debemos ser, hacia qué punto debemos gradualmente encaminarnos. Mostrar enseguida la práctica de las naciones cultas cuyo estado social sea más análogo al nuestro, y confrontar siempre los hechos con la teoría o la doctrina de los publicistas más adelantados. No salir del terreno práctico, o perderse en abstracciones; tener siempre clavado el ojo de la inteligencia en las entrañas de nuestra sociedad..." (6).
Además, el reordenamiento de la Ciencia Política a que asistimos procura encuadrar al estudio y la investigación de la política dentro del más estricto marco científico, a fin de que verdaderamente nuestra disciplina merezca con justicia el calificativo de Ciencia; lo que exige, asimismo, que su método sea realmente científico. En un notable análisis de la teoría y el método del análisis político, el profesor Meehan señala que aún hoy no es raro encontrar estudios de política que involucran un conjunto de supuestos y un modus operandi que sólo difieren en detalle de los empleados por Hobbes y Locke, y aun por Platón y Aristóteles; ya que, a su juicio, para algunos modernos especialistas parecería no existir la ciencia moderna, y su terminología incurre en ambigüedades e imprecisiones que suelen vincularse con la época en que la Filosofía y la religión eran las madres de las Ciencias. Según el profesor Meehan, "las Ciencias Físicas y la Filosofía de la Ciencia son fuentes de información para el científico-político que se dedica a explorarlas. Metodológica y substancialmente la Ciencia tiene mucho que ofrecer al estudioso de la Política" (7).
Claro está que resulta indispensable el investigador, empleando la mayor ponderación posible, al analizar los distintos elementos que integran el fenómeno político, mantenga un justo equilibrio sin acordar preferencia a unos respecto de otros. Bien advierte Friedrich que "se considera, por consiguiente, la polaridad de las personas y de los procesos. Las instituciones son y pueden ser vistas como cristalizaciones de procesos, y las funciones como proyecciones de las personas. En muchos casos, los problemas políticos no podrán ser resueltos si se deja fuera del cuadro esta relación entre personas, procesos, funciones e instituciones. El énfasis excesivo en uno u otro de estos componentes de toda situación política es una distorsión de la experiencia. Politica est res dura, cosa dura, y exige el análisis más endurecido" (8).
Mas el énfasis en el enfoque científico, con todas las rigurosidades que el mismo comporta, y que lleva a la utilización estricta de las técnicas empíricas, no debe llevar al menosprecio de la teoría, sin cuyo auxilio la mejor investigación empírica caería en el caos y la perdición. Como bien lo proclama Dahl, "el empirismo crudo, no acompañado por la guía de una teoría adecuada, casi ciertamente será estéril; igualmente estéril es la especulación que no es, o no puede ser, sometida a comprobación empírica... La Ciencia Política empírica haría bien en hallar un lugar para la especulación. Fácil y grave error en que incurren los estudiosos de la Ciencia Política, impresionados por las realizaciones de las Ciencias Naturales, es el imitar sus métodos, excepto el más crítico: el uso de la imaginación" (9).
Esteban Echeverría, al que puede con justicia considerarse como el fundador de la ciencia política en nuestro país, si bien no formuló, en forma precisa y orgánica una tipología de los sistemas políticos, expuso a través de las densas páginas que escribió sobre la materia los elementos integradores de una sistematización semejante. Lejos de ser un teórico, como la generalidad de los estudiosos sociopolíticos de la época, Echeverría adentróse siempre en la realidad para formular sus conclusiones. "El punto de arranque para el deslinde de estas cuestiones —escribía, en su luminosa Ojeada Retrospectiva, hace más de un siglo— debe ser nuestras leyes, nuestras costumbres, nuestro estado social; determinar primero lo que somos y aplicando los principios, buscar lo que debemos ser, hacia qué punto debemos gradualmente encaminarnos. Mostrar en seguida la práctica de las naciones cultas cuyo estado social sea más análogo al nuestro, y confrontar siempre los hechos con la teoría o la doctrina de los publicistas mas adelantados. No salir del terreno práctico, no perderse en abstracciones; tener siempre clavado el ojo de la inteligencia en las entrañas de nuestra sociedad" (10).
Las conclusiones del Dogma Socialista o de Mayo, uno de cuyos capítulos fundamentales redactara Alberdi, demuestran con plena evidencia el adecuado método empírico utilizado, que permitiera sugerir a los Constituyentes, con sabiduría y clarividencia indiscutibles, la forma mixta de Estado que, integrando las tendencias unitaria federal manifestadas en nuestra experiencia histórica, proporcionara la solución institucional al problema que hasta entonces parecía desembocar en una fatal y excluyente alternativa. Bien pudo escribir Juan María Gutiérrez que "su figura se levanta sin rival entre los iniciadores en nuestro país de la verdadera ciencia que se ocupa de resolver por medios experimentales el gran problema de la Organización de la libertad para los pueblos, que más que capacidad tienen el instinto que despierta en ellos la aspiración a gobernarse a sí mismos" (11). Con injusta inexactitud se ha achacado falta de originalidad al genial autor del Dogma de Mayo, base ideológica de nuestra Constitución de 1853-60. "El día que se estudie el Dogma Socialista sin preconceptos, con el espíritu limpio de sistemas —ha dicho Cháneton—, sin propósitos bastardos como de Ángelis, sin prejuicios positivistas como Groussac o Ingenieros, se comprenderá hasta qué punto es ésta una obra entrañablemente argentina y original. Y resultará fácil explicarse el principado intelectual que todos los hombres de su generación reconocieron sin discrepancias en Esteban Echeverría". Y agrega que "cuando se hable, pues, de su falta de originalidad, después de mostrar lo que dijo y lo que enseñó, podréis interpelar al contradictor —con la seguridad de que no sabrá responder a conciencia—: ¿Quién había pensado hasta entonces, en esta tierra argentina, con más originalidad que Echeverría?" (12).
Con acierto, escribía Alberdi que "la política y el gobierno, considerados como ciencia abstracta y especulativa, ciencia de meras ideas filosóficas, es estudio de escuela que no merece inquietar a los pueblos ni dividir a los hombres. La política aplicada, los hechos, los pueblos, los intereses, las reglas prácticas que son objeto de ella, esto es realmente la política que merece este nombre y vale la pena de ocupar al mundo. Preguntar cuál es mejor en general, es decir, en abstracto, si la forma republicana o la monárquica, es una puerilidad de escuela. Se debe responder al instante: ¿de cuál república y de cuál monarquía se trata? Porque no se debe discutir jamás semejantes cuestiones, sino con aplicación a la república A o B o a la monarquía C o D" (13). Por eso ponía énfasis el autor de las Bases en que "la elección de forma de gobierno no es materia de abstracciones; se hace por motivos prácticos de conveniencia". "El hombre —afirmaba— no elige discrecionalmente su Constitución gruesa o delgada, nerviosa o sanguínea; así tampoco el pueblo se da por su voluntad una Constitución monárquica o republicana, federal o unitaria. Él recibe esas disposiciones al nacer: las recibe del suelo que le toca por morada, del número y de la condición de los pobladores con que empieza, de las instituciones anteriores y de los hechos que constituyen su historia; en todo lo cual no tiene más acción su voluntad que la dirección dada al desarrollo de esas cosas en el sentido más ventajoso a su destino providencial" (14).
Anticipándose en muchos años a la moderna concepción de la teoría empírica de la política, Bartolomé Mitre, desde su banca de constituyente en la famosa Convención Reformadora de la Provincia de Buenos Aires 1870-1873, sostuvo que "la Ciencia Política es una Ciencia experimental cuyas teorías son las consecuencias probadas y en tal sentido es una Ciencia popular que está en la conciencia del mundo entero". En la misma oportunidad, dijo Mitre que "la política aplicada a las instituciones es la Ciencia la experiencia, o en otros términos, una Ciencia experimental que nace de los hechos, de los que se deduce la teoría, que al fin se eleva a la categoría de principio" (15).
Con referencia más específica al Derecho Constitucional, puede decirse, con Friedrich, que el Derecho es historia congelada. En un sentido elemental, todo lo que estudiamos cuando estudiamos derecho es la narración de un acontecimiento histórico, y toda la historia consiste en relatos o testimonios de esta clase. Las instituciones que constituyen los Derechos de los distintos países son excrecencias de ese proceso que, según la memorable frase de Burke, une lo muerto y lo pasado con las generaciones que aún están por nacer. Por el otro lado, no es posible concebir la Historia sin el Derecho, sobre todo si nos referimos a la Historia de nuestro mundo occidental. Como acota Friedrich, "es evidente que ni la Historia medieval ni la moderna se hubieran podido escribir sin prestar cuidadosa atención a las instituciones legales. Desde el feudalismo hasta el capitalismo, desde la Carta Magna hasta las Constituciones de la Europa contemporánea, el historiador, a cada vuelta, da con el Derecho como un factor decisivo". Y subraya que "ese encuentro de la Historia y el Derecho es especialmente frecuente en la Historia del pensamiento político". Por ello, concluye el autor citado que la experiencia es, pues, experiencia histórica. Sin Historia no puede haber, ni habría, Derecho ni Jurisprudencia. La Historia en este caso, se concibe simplemente como testimonio de la experiencia humana (16).
La teoría empírica de la Política ha sido cultivada en los últimos años, con reconocida eficacia, en el área del análisis de los sistemas políticos, estableciéndose una confrontación entre los regímenes democráticos y los regímenes autoritarios y formulándose estrategias y tácticas para la investigación (17).
Enseña Duverger que la investigación científica en el campo de las ciencias sociales, y dentro de éstas el ámbito de la ciencia política y constitucional, comprende dos elementos: la búsqueda y observación de los hechos y el análisis sistemático de los mismos. Sin la búsqueda y la observación de los hechos, el análisis sistemático se reduce a un razonamiento filosófico y abstracto, y sin este último, la observación y la búsqueda resultan nada más que empíricas. Sin embargo, no debe olvidarse que ni uno ni otros elementos se sitúan en momentos diferentes y sucesivos de la investigación; no se observan primero los hechos para analizarlos sistemáticamente luego, sino la sistematización interviene de la observación, está íntimamente ligada a ella —formulación de hipótesis, elaboración de una tipología, etc.— y sin ella no puede progresar (18).
Desde luego que el empirismo ha dado lugar a criticables exageraciones en el dominio de la ciencia política, puestas de manifiesto por numerosos y calificados especialistas de todo el mundo. Con frecuencia la excesiva preocupación por los hechos no solamente desfigura la realidad misma, sino que hace perder orientación a quien investiga, extraviándolo en la selva oscura de los datos. "La impresión que produce la aplicación de los métodos empíricos en ciencia política —dice Verdú— no es muy alentadora, pues parece que el objeto de aquélla se disuelve en una serie de procedimientos explicativos de los fenómenos políticos. Los datos se acumulan, sus explicaciones se amontonan, pero es menester la sistemática que los agrupe coherentemente e incorpore a una línea teórica. Hay que evitar que el énfasis sobre los hechos oscurezca los procedimientos lógicos englobantes del conocimiento político" (19). Débese, asimismo, comprender y aceptar que por la diferencia misma de naturaleza, la ciencia política no puede mantener los standard de empirismo que las ciencias físicas requieren (20). Por otra parte, la acentuación exagerada del empirismo y, además, mal entendido éste ha llevado, sobre todo en los Estados Unidos, al descuido por la teoría, a la vez que el mal uso de ésta (21).
Advierte Van Dike que los procedimientos investigativos se considerarían científicos o no en atención a la garantía que ofrezcan sus resultados. Si la repetición del éxito es posible, o si los hallazgos se basan claramente en pruebas que son convincentes para aquellos que están en situación de poder juzgar, se entiende que los procedimientos utilizados son científicos. Y cita a Hyneman quien dice que un investigador político emprende un estudio científico: a) si tiene como objeto de investigación una materia que puede ser ilustrada por pruebas empíricas; b) si concede a las pruebas empíricas la máxima fuerza probatoria; c) si en la búsqueda, el análisis y la evaluación de las pruebas se acerca a los más altos criterios que otros científicos sociales han probado que son alcanzables; y d) si da cuenta de sus procedimientos y de sus hallazgos de manera que permita a otros estudiosos amplia posibilidad de juzgar si sus pruebas confirman sus hallazgos (22). Se ha señalado que resulta inevitable que los científicos políticos empleen en sus investigaciones diferentes métodos, técnicas y enfoques. Aparte de estas diferencias, los politicólogos tienen en común ciertos compromisos con los métodos académicos. Aunque los practiquen de muy diversas maneras, en general están obligados por los principios fundamentales del empirismo. Es decir, que en mayor o menor medida están ligados a la proposición de que el conocimiento de la conducta y las instituciones sociales debe nacer de la experiencia de la percepción sensorial de los hechos ocurridos en el mundo real. Para el empírico, el conocimiento es una serie de generalizaciones basadas en la observación de casos y hechos concretos. "Los científicos de la política —dice Sorauf— pueden diferir en cuanto a lo sistemáticamente que juzgan las observaciones y el registro de las mismas; pero, a pesar de ello, está presente su aceptación de los métodos empíricos. Tal vez exista otra forma de expresar esta aceptación del empirismo: los peritos en ciencia política están de acuerdo, fundamentalmente, acerca de lo que es la realidad en el mundo de los acontecimientos, así como acerca de la manera como se procede a derivar generalizaciones de tales acontecimientos. Comparten la definición de prueba como aquello que puede ser observado, y se muestran reacios a aceptar un hecho si no cuentan con el peso de la prueba. Por consiguiente, procuran conseguir los informes o documentos originales, o bien observan el comportamiento, o interrogan a otros observadores. Además, practican los rigurosos métodos del científico para poner a prueba hipótesis y proposiciones, valiéndose de pruebas empíricas. En otras palabras, no se fían de la contemplación ni de la excogitación como sistemas para conocer lo relacionado con la política. Ni tampoco deducen explicación alguna de hechos concretos, ni acciones, de principios generales acerca de aquello que parece natural, razonable o lógico (23).
Brecht advierte que la expresión método científico puede usarse de diversos modos. En su más amplio sentido, distingue los procedimientos que se consideran científicos de los que se consideran no científicos, pero sin decir nada explícito acerca de la razón de la diferencia. En un sentido más específico, la expresión designa un determinado tipo de método; con lo cual quedan todavía abiertas dos posibilidades de interpretación. Método científico puede, en efecto, significar el único método justificado para pretender carácter científico —mientras todos los demás son acientíficos—, o bien simplemente método que vale la pena destacar porque está clara y precisamente definido, porque su carácter científico está fuera de duda, pero sin que con ello se pretenda que sea necesariamente el único método científico (24).
Según Brecht, en toda investigación —tanto en el ámbito de las ciencias sociales, incluida la ciencia política, cuanto en el de las ciencias de la naturaleza— el método científico se concentra en los siguientes actos científicos, operaciones científicas o pasos del procedimiento científico:
1) Observaciones de lo que puede ser observado y provisionalmente aceptado, por vía de ensayo, hasta más ver, aceptación o recusación de las observaciones como suficientes.
2) Descripción de lo observado y provisional aceptación o recusación como correcta y adecuada.
3) Mediación de lo que pueda ser medido; cierto que esto no es más que una forma especial de la observación y la descripción, pero lo bastante característico como para enseñarla por separado.
4) Aceptación o recusación provisionales de los resultados de la observación, descripción y medición como hechos o realidad.
5) Generalización inductiva provisional de los hechos particulares aceptados o las generalizaciones fácticas inductivamente conseguidas, mediante apelaciones a determinadas conexiones, especialmente conexiones causales.
6) Deducción lógica a partir de las generalizaciones fácticas conseguidas o de los intentos hipotéticos de explicación, con objeto de expresar claramente en palabras y otros signos lo que queda implícitamente dicho en las generalizaciones y en los intentos de explicación respecto de otras observaciones posibles o respecto de hechos ya aceptados, generalizaciones fácticas ya aceptadas o intentos hipotéticos de explicación también ya aceptados.
7) Comprobación, testing, mediante ulteriores observaciones de si la aceptación provisional de observaciones, descripciones y mediciones ha sido correctamente ejecutada, y de si sus resultados se justifican como hechos y las expectativas derivadas de sus generalizaciones o intentos de explicación resultan también cumplidas.
8) Corrección de la aceptación provisional de observaciones, etc., y de sus resultados, de las generalizaciones inductivas y las explicaciones hipotéticas, en la medida en que resultan inconciliables con otras observaciones, generalizaciones o explicaciones previamente aceptadas; o bien corrección de lo previamente aceptado.
9) Previsión de acontecimientos o estados que deben esperarse como consecuencia de acontecimientos o estados pasados, presentes o futuros o de toda constelación posible de tales acontecimientos o estados; y ello con el fin de: a) someter una vez más a prueba hipótesis fácticas y teóricas; o bien b) suministrar una aportación científica a la acción práctica de elección entre varias alternativas posibles de la conducta.
10) Recusación —o sea, eliminación de entre las proposiciones aceptables— de todas las afirmaciones que no han sido conseguidas ni confirmadas del modo aquí descrito, especialmente de todas las proposiciones a priori, con la excepción de aquellas que son inmanentes al método científico o que se utilizan meramente como suposiciones provisionales o hipótesis de trabajo (25).
La tendencia a la aplicación de rigurosos procedimientos científicos ha tenido proyecciones de incalculable valor en el campo de la metodología de las ciencias sociales y políticas. Como bien afirman Festinger y Katz, "el descubrimiento contemporáneo de que la metodología científica puede aplicarse a los problemas humanos revolucionó la psicología y afectó notablemente todas las ramas de las ciencias sociales" (26). Y si bien tan importante movimiento dio lugar, a abusos y exageraciones por parte de quienes olvidaron las profundas diferencias que separan las ciencias sociales y políticas de las Ciencias Físicas y Naturales, que acarrean considerables limitaciones al empleo del enfoque científico en el área de dichas disciplinas, no puede negarse el efecto beneficioso que ha reportado a las mismas, dentro del propósito de cientifizarlas. Es que —como afirman Lastrucci— "el hombre está ahora presenciando la segunda gran embestida ideológica de la ciencia, y está asustado y atónito por lo que ve. La primera gran agitación en el pensamiento occidental ocurrió en la edad media cuando la naciente ciencia de Copérnico, Galileo, Newton obligó al hombre medieval a revalorarse en relación al cosmos. Hoy, sin embargo, la Ciencia, está forzando al hombre a reorientarse en relación a su supervivencia potencial sobre su propio estremecido planeta" (27). Metodológica y sustancialmente, la ciencia tiene mucho que ofrecer a los estudiosos de la política. Pero —como señala Meehan—, "los científico-políticos no pueden abdicar de su propia disciplina en el nombre de la ciencia o de cualquier otra disciplina" (28).
La acentuación de la rigurosidad científica en la metodología de la ciencia política y constitucional no comporta, sin embargo ignorar la naturaleza particular de la disciplina a la vez que las notables diferencias que presenta con relación a las Ciencias Físicas y Naturales. Robert Oppenheimer, uno de los sabios más destacados en la investigación atómica hace notar que en la mayoría de los estudios científicos, las cuestiones del bien y del mal, o de lo injusto, desempeñan a lo sumo un papel menor y secundario. En cambio, son fundamentales para, las decisiones prácticas de orden político, ya que sin ellas la acción política carecería de sentido. "Las decisiones de orden práctico, —dice— y, sobre todo, las decisiones políticas, nunca pueden separarse enteramente de las pretensiones de interés especial en conflicto. Estas son también parte del significado de una decisión y de una conducta, y deben ser una parte esencial de la fuerza que ha de realizarlas. Las decisiones son actos únicos en su género. En la política poco hay que pueda corresponder a la repetición de un experimento que lleva a cabo el hombre de ciencia. Un experimento que fracasa en su propósito puede ser tan bueno o mejor que uno que tiene éxito, que puede ser más instructivo. Una decisión de orden político no puede ser tomada dos veces. Todos los factores que le sean pertinentes sólo se hallarán reunidos una única vez. Las analogías de la historia pueden proporcionar una guía, pero sólo muy parcial. Son éstas diferencias formidables entre los problemas de la ciencia y los de la práctica. Ellas muestran que el método científico no puede ser adaptado directamente a la solución de problemas en la política y en la vida espiritual del hombre. Y, sin embargo, hay una pertinencia de un carácter más sutil, pero no por ello trivial" (29).
Asimismo, Friedrich opina, con acierto, que, en cualquier caso, las generalizaciones acerca del valor científico relativo de los diferentes campos de, conocimiento humano, están sujetos a dos objeciones fatales. En primer lugar, contienen una simple perición de principio, ya que para probar la supuesta diferencia comparan los métodos de las Ciencias Sociales con los utilizados en las Ciencias Naturales; y como consecuencia de ello que las Ciencias Sociales carecen de la exactitud del experimento o de la medida cuantitativa. Pero la aplicación de los métodos de las Ciencias Naturales a las Ciencias Sociales solamente podría estar justificada si los materiales sobre los que operan las Ciencias Sociales fuesen los mismos de las Ciencias Naturales. Por todo ello, Friedrich aconseja a los politicólogos, que se concentren en aquéllas situaciones en las que pueden emplear y pueden ejercer su juicio crítico. Con frecuencia es un gran paso adelante determinar las posibilidades, es decir las alternativas disponibles; y advierte que muchos de los errores más graves que se cometen de una Política práctica son debidos a que quienes incurren en ellos tratan de realizar algo imposible. Sin embargo, el conocimiento insuficiente para la predicción puede ser valioso como guía, como advirtió John Stuart Mill. Claro está que, como señala acertadamente Friedrich, el biólogo, el médico, así como el cultivador de las Ciencias Sociales, manejan con frecuencia ese tipo de conocimiento. Se ocupan de la vida orgánica y social en su manifestación real; y tienen que estar, en todo momento alerta a la posibilidad de que aparezca el acto creador que añade a lo que se repite siempre lo que no ha existido nunca (30).
En cuanto conocimiento cierto de las cosas, por sus principios y causas, la Ciencias del Poder, o Ciencia Política, ha experimentado al correr de los tiempos, y del mismo modo ocurrido con otras ramas del conocimiento, un largo y laborioso proceso de desarrollo y adelanto, desde sus inicios mismos con los geniales diálogos de Platón y Aristóteles hasta los días; proceso evolutivo que podríamos denominar con el poco agradable pero exacto neologismo de cientifización; proceso signado por el ininterrumpido afán del científico de encuadrar la metodología de sus investigaciones en el marco de la mayor rigurosidad y estrictez impuestos por el innato estímulo del perfeccionamiento humano, que requiere el continuo cambio de ideas y procedimientos; cambios que muchas veces no suceden por lenta y progresiva evolución, sino rápida y hasta abruptamente por una verdadera revolución.
Resulta oportuno recordar que Alexis de Tocqueville en su clásico libro La Democracia en América, llegó a afirmar "es necesaria una Ciencia Política nueva para un mundo enteramente nuevo". Por su parte Harold D. Lasswell, uno de los más destacados científicos políticos de la actualidad, a quien se atribuye justificadamente haber bautizado al trascendental movimiento que conmovió y transformó a la Ciencia Política moderna, ocurrido hace medio siglo y cuyas consecuencias calaron tan hondo: como Revolución Empírica, expresa en su última obra The Future of Political Science, el presente período de transformación mundial podría llamarse la era de la ciencia o de la antropolítica; y agrega que nadie imagina que entre todas las ciencias y las artes, la ciencia política ha sido la única en permanecer sin ser afectada por los cambios ocurridos en el mundo en movimiento. Y en lo que concierne a la Ciencia Política, los efectos se vinculan con el proceso político mismo; por lo que resulta imposible creer que el Gobierno y el Derecho hayan podido quedar al margen de los acelerados tiempos de la Historia (31).
Según Friedrich, los problemas metodológicos en la Ciencia Política son, naturalmente, parte de problemas más amplios relativos al método en las Ciencias Sociales. "En realidad —dice—, no pueden estudiarse sin considerar el método científico en cuanto tal" (32). El acuerdo sobre el uso de métodos particulares es lo que diferencia al científico del lego y del charlatán, y permite que las afirmaciones científicas puedan ser discutidas efectivamente con otros científicos. Los métodos, las vías para alcanzar el resultado, permiten a todos los miembros del grupo dedicado a esta ciencia particular recorrer todos los pasos que condujeron a determinada afirmación, reexaminar los hechos y comprobar las generalizaciones basadas en ellos. Este proceso es el que da orden y coherencia al progreso de la ciencia o lo hace, de hecho, posible (33). "El método científico —observa Berelson— se distingue por la sistemática y cuidadosa atención que presta a la acumulación de pruebas objetivas y los procedimientos científicos presentan estas pruebas de una manera que demanda el respeto de los hombres de razón, por escépticos que puedan ser al principio" (34).
No debe malinterpretarse el verdadero sentido del empirismo en la Ciencia Política, y Constitucional, que en manera alguna comporta la burda imitación de la investigación en las Ciencias Físicas y Naturales. "Si la moderna Ciencia Política es empírica —advierte de Sola Pool— es únicamente en el sentido de la búsqueda mediante la precisión cuantitativa y descriptiva para permitir la última verificación o desaprobación por medio de la observación" (35).
La experimentación, dentro del área de la disciplina, ha sido encarada de diversas maneras. En primer lugar, se puede ensayar la reconstrucción, del pasado o analizar los acontecimientos presentes, dentro de los límites relativamente estrictos de un cuadro conceptual determinado, y en relación no sólo a la materialidad de los hechos en tanto elementos constitutivos del relato, sino igualmente al análisis del relato en función de hipótesis específicas. En segundo lugar —sobre todo en el estudio de las relaciones internacionales— (36), puede utilizarse la simulación. Algunos consideran que la simulación comporta un real enfoque para el estudio de la Política (37).
El estacionamiento que en algún instante de su evolución mostró la Ciencia Política, así como la mayoría de los errores incurridos por no pocos de sus estudiosos, se han debido a la reluctancia por el uso de los procedimientos científicos exigidos para la investigación de una verdadera Ciencia. Bien afirma Easton que "podríamos atribuir parte del lento avance de la investigación política a la falta relativa de preocupación para las cuestiones de metodología, la lógica que debe haber tras los procedimientos científicos que los especialistas en Ciencia Política dicen con frecuencia que están usando. Tales cuestiones de lógica son tan importantes para la Ciencia Política como lo son para todas las Ciencias Físicas y Biológicas". Y agrega: que, de hecho, la Ciencia Política es la última de las Ciencias Sociales, en los Estados Unidos, que ha recibido la influencia de los procedimientos científicos rigurosos (38). Tratándose de una verdadera Ciencia, como lo es, la Ciencia Política exige para su investigación procedimientos tan rigurosamente científicos como los que requiere cualquier otra Ciencia. Por ello, ha podido decir Karl Deutsch que "la moderna Ciencia Social también ha aumentado nuestras facultades para observar y comparar sistemáticamente este mundo empírico de hechos que nos rodea, y para someter a muchos de estos hechos y procesos a medición cuantitativa y análisis lógico y matemático. Al mismo tiempo, las Ciencias del Comportamiento nos han proporcionado una buena medida de información nueva y parcialmente verificada acerca de cómo la gente piensa, percibe y actúa, individualmente y en grupos (39).
Técnicas cuantitativas
No comporta una novedad el empleo de las técnicas cuantitativas, y específicamente de las matemáticas, en la investigación en el dominio de la Ciencia Política y Constitucional. Plutarco recuerda el aserto, quizás apócrifo, que formulara Platón, respondiendo a la pregunta de uno de sus discípulos, de que "Dios, siempre geometriza". Por otra parte, en la puerta de la Academia leíase la enfática inscripción: "No entre quien no sea matemático". Lo que no hace sino trasuntar la elevada estima en que los grandes filósofos políticos de la antigüedad tenían a las Matemáticas, en cuya historia y desarrollo cúpoles importante papel tanto a Platón como a Aristóteles: al primero como inspirado profesor y al segundo como autor de varios fundamentales tratados de lógica matemática. Alker afirma que desde que los geómetras egipcios mensuraron las tierras del rey y prorratearon sus contribuciones, las matemáticas han sido aplicadas a la práctica y al análisis de la política, poniendo en relieve la importante función desempeñada por las matemáticas en la Filosofía y la Ciencia Política de la Grecia antigua. Llama así la atención acerca de la influencia ejercida por la doctrina pitagórica sobre el sistema de ideas platónicos (40).
Hobbes escribió, en su "Leviatán", que "la destreza en hacer y mantener a los Estados descansa en ciertas normas semejantes a las de la Aritmética y la Geometría, no, como en el juego de tenis, en la práctica solamente" (41). Por lo demás, Rousseau y Condorcet expusieron opiniones favorables a la utilización de las matemáticas en las Ciencias Sociales y, Políticas, y a partir de Comte, muchos sociólogos mostraron inclinación a recurrir a las técnicas de las ciencias exactas dentro del ámbito específico de sus estudios. Durkheim llegó a creer que el empleo de tales procedimientos haría que los progresos del arte político pudieran seguir a los de la Ciencia Social, del mismo modo que los descubrimientos de la fisiología y de la anatomía habían contribuido a perfeccionar el arte de curar. Harto significativo resulta que tanto Croce como Quetelet, considerados fundadores de la Estadística, designaron con el nombre de Física Social a la disciplina que creaban (42).
Las técnicas cuantitativas se fundan sobre la Estadística Matemática, que consiste en el estudio de los hechos o los datos capaces de tener proyección política, que se prestan a numeración o recuento, y la comparación de las cifras referentes a los mismos. Los datos observados se someten, ante todo, a una descripción estadística. Por ejemplo: serán numerados los comportamientos y se los clasificará según estén en favor o en contra de una decisión, experiencia o doctrina determinadas. Con posterioridad, esta primera observación global servirá de base a un análisis por factores e interdependencias; se tratará de identificar los factores del comportamiento, de poner de manifiesto sus interdependencias, de medir su grado de eficacia en función de los sujetos o grupos de sujetos. Y siendo de por sí datos, serán sometidos a los mismos tratamientos estadístico y analítico. Del análisis se deducen los elementos de una primera teoría matemática formulada, hasta donde sea posible, en lenguaje cifrado o en ecuaciones o hasta en esquemas gráficos. Más tarde se efectuarán nuevas observaciones para verificar su justificación y llenar sus lagunas. Intervendrá, luego, la experimentación en la medida en que es posible reconstituir, en una probeta aislada, por así decirlo, el fenómeno social estudiado, eliminando los factores irrelevantes. Finalmente, luego de agotar el material observado mediante un análisis exhaustivo, se establecen métodos conceptuales que asimismo se trata de reducir a una fórmula matemática. Como advierte Burdeau, en último análisis, el recurso a las técnicas de las ciencias exactas se concreta en adoptar una actitud, resueltamente inductiva y una expresión cifrada o simbólica (43).
Pero si no puede considerarse una novedad la utilización de las técnicas matemáticas en el campo de las Ciencias Sociales y particularmente en el ámbito de la Ciencia Política, es evidente que data de relativamente poco tiempo la tendencia al empleo intensivo del análisis matemático con relación al fenómeno político. Y, como señala Benson, ha sido el enfoque del comportamiento político o conductista —con su inclinación a concentrar la atención sobre las acciones de los individuos actores— el mayor estímulo para el empleo de las técnicas matemáticas en el área de la ciencia política, particularmente con respecto a tópicos determinados, como las elecciones, los conflictos y las relaciones entre grupos. Una razón importante para la asociación del método matemático en la Ciencia Política con el movimiento conductista, es que los conductistas, al enfocar las acciones y las interacciones de los individuos y los grupos, encuéntrense frecuentemente involucrados en la investigación interdisciplinaria particularmente, con los demás científicos sociales. Por lo demás, la utilización de las máquinas electrónicas ha resultado invalorable por su rapidez y capacidad para proporcionar información y, sobre todo, para la simulación del comportamiento en el mundo real, como veremos más adelante (44).
Paralelamente al debate suscitado en abstracto acerca de las posibilidades de aplicar el análisis matemático a los fenómenos políticos, algunos científicos han preferido trasladar la controversia al nivel del caso concreto, para extraer conclusiones ajustadas a la realidad. Así, por ejemplo, el profesor Fisher, de la Universidad de Harvard, ha encarado el problema en relación al análisis matemático de las decisiones de la Corte Suprema de los Estados Unidos con vistas a la predicción sobre la base del conocimiento de los hechos del caso, llegando a la conclusión de que es factible dicho tipo de predicción en la medida en que los casos no ofrezcan modalidades nuevas y existan claros precedentes. Cabe señalar que también se ha pretendido emplear las técnicas cuantitativas para clasificar a los jueces y en general analizar los distintos aspectos de su desempeño (45) Lasswell ha llegado a afirmar que se está aproximando el tiempo en que las máquinas estarán tan desarrolladas como para hacer posible la realización de juicios en los que los seres humanos que han de decidir y los robots serán enfrentados unos contra otros; y cuando las máquinas estén aún más perfeccionadas todavía, se construirá, por ejemplo, un escaño de robots jueces (46).
Sin aceptar las criticables exageraciones a que ha llegado la cuantificación en nuestros días, particularmente en los Estados Unidos, debe reconocerse la utilidad de su empleo adecuado y ponderado. Como advierte Giorlandini, "hay ámbitos, dentro de lo político, que imponen la utilización del método matemático, admitiendo siempre la unilateralización resultante de tal manipulación, pero innegablemente útil para que, ubicada la conclusión en el conjunto de causas de un proceso, se arribe a una meta aproximada a la verdad real que, por otra parte, nunca será absoluta (47). Cartwright afirma, a su vez, que una parte notablemente amplia de la moderna investigación social y psicológica consiste en la clasificación, el ordenamiento, la cuantificación y la interpretación de la palabra y otros productos simbólicos de los individuos y los grupos; en cuya labor una de las tareas más importantes es la de convertir fenómenos simbólicos en datos científicos (48).
Como observa Gaudenet, la estadística aparece como una de las ramas más vivas de las matemáticas y el cálculo electrónico le abre posibilidades incalculables. También los politicólogos se han dedicado, después de algún tiempo, a desprender del fenómeno político algunos elementos cuantificables para poderlos tratar según los métodos matemáticos (49).
Meynaud anota que la utilidad del método estadístico es de dos órdenes. En primer lugar, es sumamente beneficiosa la exposición de los datos, de forma que facilita su comprensión y asimilación. Los cuadros y diagramas facilitan la comunicación de los resultados y hacen visibles inequívocamente las lagunas de la documentación que suelen pasar desapercibidas en las exposiciones de tipo literario. Pero, además y principalmente, el método estadístico comporta procedimientos de análisis que han demostrado su utilidad en todas las ramas del conocimiento científico, desde el establecimiento de promedios e índices hasta los más sutiles cálculos de correlación. Los especialistas de la ciencia política, mediante los estudios cuantitativos, han logrado un instrumental de alta precisión en función de las series disponibles. Una de las técnicas que mayor utilidad, ha tenido es la de la correlación, que permite medir el grado de similitud, en magnitud y en sentido, que existe entre los valores correspondientes de dos caracteres; o, en términos más simples, hace posible comparar las variaciones relativas de dos o más fenómenos. De esta manera se estudiará el grado de correlación entre la estructura social de la población y los resultados electorales y, llegado el caso, se expresará mediante coeficientes adecuados (50).
Las investigaciones sobre el comportamiento electoral, tan frecuentes en los últimos tiempos, se basan en el estudio sistemático de los resultados electorales a través de las estadísticas, complementado por los sondeos, que permiten al estudioso vincular la decisión del elector con las motivaciones que han influido su voto. Precisamente, los sondeos han perfeccionado el análisis de los partidos políticos. En la generalidad de los países, y en particular en la República Argentina, el conocimiento sociológico de las agrupaciones partidarias es deficiente. A falta de otros instrumentos, el sondeo de la opinión pública aparece como medio eficaz para lograr inapreciable información; verbigracia: participación del ciudadano en la vida interna partidaria, motivos de la abstención electoral, proselitismo, razones de la elección del partido, comparación entre los partidos (51).
Con relación a las Ciencias Sociales en general, la aplicación de las técnicas matemáticas suscita una objeción que se refiere, a la vez, a la actitud intelectual, la inducción y la formulación matemática de sus resultados. En cuanto a la actitud, se señala que si bien la observación es necesaria, en todo caso nunca podría llegar a ser suficiente. Se ha dicho que los hechos sociales no pueden compararse a florecillas que nacen en los campos y que basta recoger. La intuición es, pues, indispensable para distinguir lo importante de lo accidental. Y si llegara a faltar, como anota Burdeau, la Ciencia correría el peligro de convertirse, en un protocolo o en una versión taquigráfica. Por otra parte, si bien algunos fenómenos sociales son tributarios de la observación estadística, ésta es completamente ineficaz en otros casos. Si el hecho está desprovisto de significación objetiva deja de depender de la observación para entrar en el campo de la introspección. Pero la objeción es mucho más fuerte con respecto a la posibilidad de una formulación matemática. ¿Es lo cualitativo, característica dominante de los fenómenos sociales, reducible a lo cuantitativo, condición de un lenguaje matemático? Si se afirma que la palabra método significa, cuantificación, surgirá la acusación de que se desconoce el valor único de la persona humana. A su vez, los matemáticos podrán decir que no se posee, de los objetivos de su Ciencia, más que una visión superficial y hasta caduca (52).
Con referencia específica a la Ciencia Política, parecería provechosa la imitación de las Ciencias de la Naturaleza; desde que si le es necesario observar lo real, no puede obtener más que ventajas de la utilización de aquellas técnicas cuya eficacia está comprobada en la actualidad: no sólo debe registrar los hechos, sino también consignar los resultados obtenidos en el lenguaje más preciso, o sea, mediante cifras, ecuaciones, gráficos o símbolos. Claro está que no en todas las materias de la Ciencia Política resulta igualmente fácil la utilización de los procedimientos cuantitativos. Además, en cuanto a la extensión del campo de utilización del método cuantitativo, parecería que fuera más estrecho para la Ciencia Política que para la Física o la Biología, por ejemplo. En estas últimas, una vez identificados los fenómenos, se someten sin resistencia a la observación. En materia política, en cambio, los hechos no se someten por sí mismos a la prueba, sino que hay que ir a buscarlos, cosa que generalmente resulta dificultosa. Cuanto más especializada es la Ciencia Política, encuéntrase en mejores condiciones para utilizar las técnicas de las Ciencias de la Naturaleza; mas como Ciencia de síntesis, la Ciencia Política es menos propicia (53).
Otro problema que suscita la aplicación al ámbito de la Ciencia Política de los métodos matemáticos es la duda que se plantea acerca de si bastan dichas técnicas. Físicos, biólogos y naturalistas no están seguros de la eficacia absoluta de sus instrumentos cognoscitivos como lo creen algunos de los científico-políticos que pretenden servirse de ellos. Por otra parte, la naturaleza de la investigación política no autoriza a pretender de las técnicas positivas todo lo que las Ciencias de la Naturaleza han obtenido de ellas. J. Robert Oppenheimer, considerado el inventor de la bomba atómica, ha dicho "que no existe ninguna unidad de técnica, de apreciación, de valor y de estilo entre las diversas actividades a las que damos el nombre de Ciencia. No estoy seguro de que la victoria del espíritu humano, tan espectacular en esta empresa (la investigación de las regularidades), no haya tenido por efecto hacernos un poco sordos al papel, que en la vida, desempeñan las contingencias y las particularidades... Esta noción puede ser muy útil a nuestros amigos que se consagran al estudio del hombre y a su vida: tal vez les sirva mucho más que la insistencia en seguir las vías a través de las cuales la Ciencia de la Naturaleza ha conseguido éxitos tan resonantes". En esto ve Burdeau, prudentemente, un llamado de atención a los especialistas de la Ciencia Política contra la tentación de jugar a ser sabio. "Es lícito que utilicen los métodos de las Ciencias de la Naturaleza —dice—, aun de las mismas Ciencias Exactas, como instrumentos de investigaciones parciales —búsqueda de los hechos, clasificación, determinación de su volumen en cantidad y en intensidad, apreciación de las relaciones entre datos poco numerosos, muy precisos y relativamente estables— pero como procedimientos capaces de proporcionar una explicación global o la enunciación de una constante de un sistema complejo de fenómenos, nos parece que por el momento constituyen más bien una fuente de sinsabores que de provecho". Claro está que el propio Burdeau se cuida de advertir que estas reservas no comportan condenar toda aproximación metodológica entre la Ciencia Política y las Ciencias Exactas, sino que su objeto es incitar a la prudencia; mas una vez que se ha tomado esta precaución, nada impide encarar las nuevas perspectivas que ofrecen determinadas orientaciones de los estudios matemáticos. Al ampliar los cuadros de las matemáticas tradicionales —justamente aquellos cuya adaptación a los problemas sociales no se consideraba posible—, las investigaciones recientes sobre la teoría de los grupos, la teoría de los conjuntos la extensión del cálculo de probabilidades, introducen en las Matemáticas una disociación entre las ideas de rigor y de medida. Liberadas de la esclavitud del número, las Matemáticas se inclinarían a técnicas cualitativas (54).
Como ha señalado muy acertadamente Meynaud, las reticencias del especialista en Ciencia Política respecto a las Matemáticas, provienen de causas múltiples. Una de las más relevantes es la noción, todavía muy extendida, de que la aplicación de las técnicas de estas últimas llevaría a descuidar completamente los aspectos cualitativos de una situación o de una evolución. Esta idea deriva de un malentendido sobre la naturaleza de las Matemáticas que, en algunos aspectos —lógica simbólica— es puramente cualitativa. Esta comprobación elemental de la situación actual de las investigaciones ¿constituye el fundamento de lo que se comienza a llamar las Matemáticas del hombre o de las Ciencias Humanas. El objetivo de la nueva disciplina es expresar, en fórmulas adecuadas las observaciones relativas al comportamiento social (55).
Como señala van Dike, los métodos son obviamente cuantitativos cuando comprenden la medición y la contabilización. De manera más amplia, las referencias a cifras o a relaciones numéricas son cuantitativas, incluso cuando las referencias son tan solo a una fecha, que refleja las unidades de tiempo desde el nacimiento de Jesucristo. Muchos otros conceptos, aparte de las unidades de tiempo, son contados o medidos: palabras, temas, tópicos, extensión de las columnas, gente, votos, pasos, unidades de producción, etc. Quienes subrayan la importancia de los métodos cuantitativos desean, sin duda, que sean aplicados de manera más bien meticulosa, insistiendo en que lo que se cuenta sea definido con precisión y sea objetivamente identificable y que el cálculo sea hecho con cuidado. Los procedimientos deben ser tales que permitan la repetición. El conocimiento que se obtenga debe ser susceptible de demostración. Según indica van Dike, los métodos cuantitativos han sido empleados, en general, en relación con las cuestiones que se refieren a grandes números de unidades del mismo tipo, verbigracia, votantes, y en relación con el análisis de contenido (56).
Los métodos cualitativos pueden definirse como aquellos que no son cuantitativos, o sea, que no comportan medición y contabilización. Reposan totalmente en las condiciones personales del científico: su lógica, juicio o penetración, su imaginación o intuición o su habilidad para formar impresiones exactas o percibir relaciones. Así, por ejemplo, como aclara van Dike, cuando un método es impresionista o cuando implica solamente estimaciones aproximadas, con preferencia a contabilidad precisa, es considerado cualitativo, inclusive cuando conduce a afirmaciones casi cuantitativas. Cuando decimos que algo sucede normalmente, frecuentemente, generalmente, etc., estamos formulando afirmaciones de tipo cuantitativo. Mas tales afirmaciones por lo general sólo reflejan impresiones o estimaciones muy poco precisas y no contabilidad o mediciones. Análogamente, los métodos son cualitativos cuando se basan en la aplicación de la inteligencia del científico a la existencia o inexistencia de pruebas, si no se considera la frecuencia relativa. El examen inteligente de una afirmación del presidente de los Estados Unidos, por ejemplo, puede proporcionar la base para explicar o predecir la acción gubernativa; y en algunos casos, la ausencia de una declaración tiene el mismo significado. Asimismo, el conocimiento de una acción o de una serie de acciones completamente diferentes del gobierno soviético puede, análogamente, proporcionar la base para una respuesta de una cuestión que de otra manera no podría ser contestada (57).
Los métodos cuantitativos y cualitativos difieren en su aplicabilidad a diferentes tipos de preguntas o de situaciones. Se tiende a tratar las cuestiones complejas cualitativamente; muchas de ellas deben tratarse de este modo porque es imposible o poco práctico subdividirlas o volver a formularlas de manera que haga posible la cuantificación. Señala van Dike que las técnicas estadísticas no son adecuadas para campos de complejidad organizada, en los que algunas afirmaciones sólo pueden hacerse para dos o más cosas consideradas en sus interrelaciones, en las cuales el hecho pertinente no es la presencia o la ausencia de algo en tal y cuál cantidad, sino más bien la naturaleza de la ordenación de las entidades observables. Las cuestiones relativas a los acontecimientos, condiciones, prácticas o instituciones que sean únicas o altamente distintivas, son tratadas comúnmente con métodos cualitativos, pues es limitada la posibilidad de emplear eficientemente la contabilidad. Las cuestiones que se refieren al significado o importancia de las palabras o acontecimientos son tratadas generalmente con métodos cualitativos. O sea, que los métodos cualitativos son empleados en el tratamiento de la mayoría de las cuestiones examinadas por los científicos políticos. En cambio, los métodos cuantitativos han sido usados, por lo común en relación con las cuestiones que se refieren a grandes números de unidades del mismo tipo, por ejemplo, votantes, y en relación con el análisis de contenido. Como observa van Dike, "no existe duda de que los resultados logrados por los métodos cuantitativos son considerados generalmente como más seguros —y pueden, en verdad, ser más seguros— que los conseguidos por métodos cualitativos. A medida que los científicos políticos empiezan a emplear métodos cuantitativos con mayor totalidad —lo cual están haciendo en número creciente— la Ciencia Política ganará, indudablemente, en influencia. Al mismo tiempo no hay nada mágico en este método. El mejor de los métodos puede raramente ser fructífero a menos que su uso sea guiado por la imaginación y el fin apropiado. Parece plausible que las cuestiones que se preguntan hagan más que los métodos empleados para determinar la influencia de los científicos individuales y las disciplinas. Quienes se limitan a la persecución de los hechos de un bajo nivel de generalidad y cuya producción consiste tan solo en información variada, no pueden alcanzar mucha influencia. Pero quienes, con imaginación y sentido de los fines que les llevan a plantear preguntas importantes, pueden esperar tener mucha influencia. Puede incluso ocurrir que utilicen o desarrollen métodos, quizá métodos cuantitativos, que, en consecuencia, parezcan irrelevantes o innecesarios" (58).
Al decir de Alker, las Matemáticas son el estudio lógico de relaciones simbólicas y consideran los sistemas de interrelaciones lógicas entre símbolos cualitativos y cuantitativos. A causa de que por su naturaleza están libres de todo contenido específico sustantivo, estos sistemas abstractos lógicos han sido aplicados a una variedad de experiencia humana, incluyendo la política (59). Como advierte Duverger, las técnicas matemáticas son formas perfeccionadas del análisis comparativo. La traducción de los fenómenos en cifras y en símbolos permite comparar muchos a la vez, confrontar sus respectivas características con gran precisión y llevar muy lejos el análisis. Si los científicos sociales y políticos se esfuerzan por introducir al máximo en sus dominios la cuantificación y las matemáticas, no lo hacen por seguir la moda, como piensan muchos ignorantes, sino porque les proporciona unos instrumentos de análisis cuya eficacia no puede compararse con la de los procedimientos clásicos de comparación. Y así, Duverger piensa que "entre los resultados que pueden ser alcanzados mediante el empleo de las técnicas matemáticas, existe la misma diferencia que entre la marcha a pie y el empleo de un avión a reacción (60).
La investigación operacional nació durante la segunda guerra mundial para el estudio de las decisiones estratégicas. Hoy se aplica al análisis de problemas comerciales e industriales, al establecimiento de la planificación económica, a la elaboración de la política financiera, etc. La investigación operacional es una ciencia de la decisión en las organizaciones humanas complejas, en las que hay que tener en cuenta numerosos y diversos factores. El concepto de Ciencia de la decisión debe ser precisado. Toda decisión comporta una elección y la investigación operacional tiene como objeto precisar los límites exactos de dicha elección, las consecuencias concretas de una elección orientada en una dirección determinada. Como aclara Duverger, no se trata de sustituir una decisión voluntaria por una decisión mecánica, sino de aclarar aquélla determinando con la mayor claridad posible, las consecuencias que pueda acarrear (61).
Los científico-políticos, en particular en los Estados Unidos, han iniciado la utilización de las computadoras electrónicas en el campo de nuestra disciplina. Desde que la ingenua concepción de la computadora como una glorificada máquina de sumar y clasificadora de estadística es reemplazada por el concepto de un poderoso aparato lógico capaz de investigar casi toda imaginable cualidad de un sistema específico, podemos dejar de usar las computadoras como simples recursos estadísticos y comenzar a desarrollar su real potencial. La computadora, lisa y llanamente, puede tratar cualquier problema que pueda ser expresado en lenguaje claro y preciso; puede examinar las cualidades de cualquier teoría social que pueda ser planteada en palabras, por elaborada que pueda ser. Casi no existe límite para la utilización que los especialistas en ciencia política puedan hacer de la computadora, cuyo empleo supera las fronteras de nuestra imaginación. Por ejemplo, es posible programar un hombre político idealizado, con las características determinadas por estudios empíricos, y lograr el examen de las consecuencias lógicas de estos supuestos en un, estipulado conjunto de circunstancias. ¿Cómo una persona, con una particular clase de experiencia anterior, creencias particulares, valores particulares, ha de responder en un medio exterior dado? Cuestiones de esta índole pueden ser respondidas por la computadora. Se puede crear una cantidad de personas dentro de la computadora, cada una de las cuales tenga características particulares de comportamiento, y examinar las consecuencias de sus interacciones bajo diferentes condiciones. Se puede simular una burocracia y examinar su funcionamiento. La parte más difícil es la preparación de los datos iniciales y las reglas de operación que han de utilizar las máquinas (62).
Uno de los problemas importantes que plantea el empleo de las computadoras se refiere a los medios de comunicación del hombre con dichas máquinas. Estos medios de comunicación, que por extensión de los empleados corrientemente entre personas, se llaman lenguajes, se han desarrollado entre dos límites extremos, el del hombre y el de la máquina. Las computadoras obedecen exclusivamente al lenguaje de los impulsos eléctricos, al pasa o no pasa, al sí o no, al cero o uno, al que se llama un sistema binario de instrucciones. Cuando se quiere que una computadora realice una compleja operación de cálculo, es necesario combinar miles de instrucciones en sistema binario, lo que requiere muchas horas-hombre de tediosa labor de programación. Cuando las computadoras entraron en su segunda etapa de desarrollo, aparecieron otros lenguajes, los simbólicos, más parecidos a los utilizados por el hombre en sus actividades, que combinan el álgebra y frases de un idioma corriente, por lo general el Inglés, como son el Fortran, el Algol, el Mad, el Comic y el Cobol, para no citar sino los más usuales, que utilizan la capacidad de la máquina para traducirse automáticamente al lenguaje de éstas, o absoluto, mediante un programa intermedio o traductor. De manera que en la actualidad, para programar una computadora, o sea para darle las instrucciones necesarias para realizar determinadas operaciones, se requiere aunar dos tipos de conocimientos: de técnica de programación, por un lado —relativamente fácil de aprender en pocas semanas— y por el otro, de tipo científico, que exige el dominio preciso y detallado del problema a resolver, el que debe ser formulado matemáticamente y de acuerdo con las técnicas de cálculo numérico más aptas para su resolución con la máquina, lo que exige normalmente varios años de estudio de Matemáticas, Física e Ingeniería. Esta necesidad de profundo conocimiento del problema era una condición sine qua non para poder plantearlo concretamente a la máquina. Ahora, los investigadores norteamericanos han creado un lenguaje, o mejor dicho, varios lenguajes orientados al problema y al hombre, tan próximos al lenguaje de éste que hacen no sólo innecesario conocer programación, sino también la técnica de la resolución del problema específico. Esta le ha sido enseñada a la máquina en uno de los lenguajes antes indicados, que son automáticamente traducidos por ésta al lenguaje simbólico Fortran mediante un programa traductor, y luego, del Fortran al absoluto (63).
El empleo de las computadoras en el campo del Derecho se va difundiendo cada día más en los Estados Unidos, donde importantes empresas comerciales proporcionan a los abogados servicios de investigación jurisprudencial, realizados sobre la base de la utilización de las computadoras electrónicas. A este respecto, se ha llegado a pensar en la posibilidad de ofrecer un servicio internacional sobre la base del empleo de una red de computadoras, que opere con las sentencias de los principales tribunales judiciales del mundo a la vez que con la doctrina de los autores (64).
Desde luego que la utilización de las computadoras electrónicas en el campo de la Ciencia Política es hoy indispensable, siempre que no se pretenda que las máquinas sustituyan a la mente humana. Como anota Charlesworth, con aguda ironía, "¿qué habría ocurrido si la manzana que cayó sobre la cabeza de Newton hubiese caído sobre una computadora?". Mas tal temor resulta infundado, si se tiene en cuenta que el acto de la decisión únicamente puede y debe ser realizado por el ser humano, y que los mecanismos electrónicos solamente proporcionan información al individuo para decidir con menores probabilidades de equivocarse (65).
Las críticas que se han formulado, por no pocos, se han dirigido más que al empleo de las computadoras electrónicas en el ámbito de la ciencia política, al abuso de su utilización y hasta la equivocada pretensión de que la máquina sustituya al hombre en la decisión, cuando no constituyen sino un reflejo del humano sentimiento de aversión hacia la mecanización operada en todos los aspectos de la vida contemporánea, que en no pocas situaciones convierte a la persona en una cosa. Como ha escrito Toynbee, aquélla "ha llegado a ser una cifra, un número serial perforado, en una tarjeta que luego es procesada en una computadora. En una fracción de segundo, la computadora decide el destino del ciudadano-víctima entre un millón; y cuando la computadora ha pronunciado sentencia ésta es inapelable. La computadora es autocrítica e inescrutable" (66).
Sorokin ha observado que potencialmente el valor de los métodos cuantitativos es mucho mayor que su valor real demostrado hasta ahora por los estudios existentes. Este valor real —a juicio del destacado sociólogo ruso—, especialmente en los estudios de uniformidades, factores y causas, ha sido hasta el momento muy modesto. Y la modestia de los resultados ha disminuido notablemente debido a un mal uso y al abuso cuantofrénico de los métodos matemáticos y estadísticos. En la totalidad de las diferentes investigaciones cuantitativas, esta parte cuantofrénica es desgraciadamente grande. Sostiene que "puesto que la llamativa frase de investigación cuantitativa precisa se ha convertido en una especie de manía entre los investigadores, y puesto que una actuación mecánica de las operaciones estadísticas cuantofrénicas no requiere discernimiento, pensamiento lógico, largo aprendizaje y una sólida preparación científica o un destello de genio, es completamente comprensible la reciente difusión de la irreflexiva investigación estadística". Y agrega, con ironía no disimulada, que "en la rabiosa epidemia de cuantofrenia, todo el mundo puede coger unas cuartillas, llenarlas con toda clase de preguntas, enviar los cuestionarios a todos los sujetos posibles, recibir las respuestas, clasificarlas de éste o aquél modo, someterlas a una máquina de tabular, colocar los resultados en varias tablas (con todos los porcentajes computados mecánicamente, los coeficientes de correlación, los índices, las desviaciones tipos y los errores probables), y luego escribir un ensayo o un libro lleno de impresionantes adornos de tablas, fórmulas, índices y otras evidencias una investigación objetiva, esmerada, precisa, cuantitativa" (67).
Teoría de los juegos y estrategia política
La teoría de los juegos fue expuesta en 1944 por el físico matemático J. Von Neumann y el economista A. Morgenstern quienes, a su vez, recogieron ideas anteriores (68). Concebida originariamente para la explicación del comportamiento económico, hoy se ha difundido ampliamente en numerosos campos, inclusive el de la teoría militar. La teoría únicamente concierne a los juegos de estrategia, en los que, por oposición a los juegos de azar, la maestría del jugador constituye un factor del resultado. No es idéntico el caso del ajedrez, en que el conocimiento del jugador abarca todos los elementos a jugar, al caso del juego de las cartas, en que el conocimiento es sólo parcial. En la primera situación, el jugador puede emplear una estrategia pura; en la segunda, debe utilizar una estrategia mixta. Mas en todos los casos, los jugadores se enfrentan con un conjunto de elementos que representan las diversas posiciones del juego, cuya posibilidad tendrán que considerar tarde o temprano. Tres factores dominan la partida: la información del jugador sobre la posición del juego en el momento en que ha de decidir; la regla que muestra las posiciones disponibles en función del punto alcanzado; y la victoria, número conocido al final de la partida. Como dice Meynaud, la teoría de los juegos representa una tentativa de formalizar matemáticamente las decisiones intencionales y las estrategias. Según sus partidarios, la teoría de los juegos comporta un aporte a la explicación de los comportamientos sociales, o quizá, mejor, constituye un método de análisis de éstos. Toda decisión política implica una elección entre varias posibilidades; por lo que puede esperarse que esta técnica metodológica facilite la sistematización de las opiniones que se enfrentan entre sí, así como la elección de los criterios de apreciación (69).
En sus distintas variantes —teoría del juego, teoría de la decisión, teoría de la utilidad— la teoría de los juegos ha sido ampliamente usada en cuestiones económicas y militares y en algunas clases de situaciones políticas. Como todas las estructuras matemáticas, la teoría de los juegos es formal y lógica y no tiene relevancia en el mundo real, sino en cuanto sus axiomas sean adecuados a los hechos. Pero la situación que la teoría de los juegos considera se asemeja a muchos aspectos de la vida real, y en cuanto muestra la subyacente lógica del comportamiento bajo las circunstancias estipuladas, parece ofrecer reales percepciones de la estructura de la conducta humana racional. La forma primera de la teoría, por ejemplo, trataba situaciones en las cuales dos antagonistas perseguían metas antitéticas y mutuamente exclusivas de acuerdo con un conjunto dado de reglas en que la ganancia de un antagonista igualaba la pérdida del otro jugador. Desde entonces, se han utilizado varias otras formas de la teoría de los juegos, en las cuales uno de los jugadores pierde en medida desigual a la que el otro de los jugadores gana y en las que el juego no está limitado a dos jugadores... Es importante aclarar que la teoría de los juegos nada nos dice acerca de lo que la gente hace o debe hacer en la vida real. Únicamente nos dice lo que la gente haría si se cumplen tres condiciones: a) si la persona puede siempre decidir, en cada situación, cuál resultado prefiere entre diversas alternativas y qué precio o riesgo es preferido; b) si la persona puede utilizar toda la información disponible y calcular el resultado efectivo de una situación que es determinada y el resultado esperado en situaciones que involucran riesgo; c) si las reglas que gobiernan la secuencia de las acciones permitidas son fijas y explícitas (70).
En la contienda política —dice Duverger— como en todas las luchas complejas, cada uno actúa según un plan preconcebido, más o menos elaborado, donde prevé no solamente sus propios ataques, sino las respuestas del adversario y los medios de hacer frente a e ellas. Este plan de lucha es lo que constituye una estrategia, mientras que los diferentes elementos que la componen —acciones sobre el adversario y réplicas a sus reacciones— son lo que se llaman las tácticas. El análisis de las estrategias políticas —según Duverger— se encuentra todavía poco desarrollado, salvo en los dominios de las relaciones internacionales y de las luchas sindicales. Por otra parte, se han estudiado principalmente las luchas en torno a decisiones particulares. Desde hace algunos años, se ha tratado de aplicar en su análisis métodos matemáticos, utilizando la teoría los juegos de estrategia y las técnicas del cálculo operativo (71).
La aplicación de la teoría de los juegos dentro del ámbito de la Ciencia Política es hasta ahora reducida, limitándose a obras de un alto nivel de abstracción. Meynaud piensa que es escaso el número de politicólogos que posean la cultura matemática suficiente para su aplicación. Señala, asimismo, que un sector de eventual operación de dicha teoría es la determinación de las reglas del juego en política o para conferir mayor racionalidad a las decisiones de los responsables (72). Hay, en cambio, quienes piensan que para aplicar la teoría de los juegos a la política no se requiere dominar matemáticas avanzadas (73). A pesar de que la teoría de los juegos goza hoy de prestigio entre los especialistas, es asimismo objeto de serias observaciones. Si bien resulta atrayente la asimilación que hace de los juegos estratégicos y de formas determinadas de la actividad social, existen diferencias importantes. Las reglas de los juegos están formuladas para dar posibilidades iniciales iguales a cada participante; lo que casi nunca sucede en las relaciones sociales, en las que es regla la desigualdad derivada de motivos asaz diferentes. Las reglas del juego estratégico son inmutables, debiendo los jugadores someterse a ellas; en tanto que en la vida social y en particular en la política, las reglas son con frecuencia materia de controversia y lucha, verbigracia, la legislación electoral. El juego, en fin, es, como bien se ha dicho, un mundo aparte, cerrado en sí mismo y aislado en el tiempo y en el espacio, mientras los procesos sociales son continuos e indefinidos. Por otra parte, surgen dudas en cuanto al alcance del empleo de dicha teoría fuera del ámbito de las Matemáticas puras. En la realidad no es lo común que los participantes dispongan, como debiera ser, de una información que agote los datos útiles, ni que el adversario actúe con conocimiento de causa aguardando un resultado preciso. No es posible descartar el error, el capricho o la tontería. Por lo demás, la utilización del procedimiento se reduce al examen de fenómenos aislados en los que se enfrentan un número pequeño de participantes. Claro está que la mención de los inconvenientes y obstáculos no supone desconocer las ventajas del empleo razonable de los juegos. Como anota Meynaud, "la Ciencia Política sacrificaría posibilidades de renovación, cuyo alcance no podríamos ahora precisar, si cortase sistemáticamente los contactos con estas corrientes o si no hiciese nada o muy poco para intentar integrarlas en la explicación. Como mínimo, parece conveniente que estos métodos e instrumentos nuevos se estudien y ensayen muy atentamente sobre problemas precisos. Al término de tal análisis será menos presuntuoso escribir un estudio sobre las relaciones entre las matemáticas y la ciencia política de lo que resulta todavía hoy" (74).
Duverger, en su notable curso sobre las estrategias políticas, dictado en la Universidad de París en 1958, afirmó que para el estudio de aquéllas eran posibles tres métodos. En primer término, el método psicológico, que es el más conocido y más clásico. El análisis psicológico de los líderes políticos y de los presidentes del Consejo de Francia revelaría la estrategia de estas personalidades. Podríase así determinar la habilidad de los hombres a la vez que su medida de personalidad y de agresividad con respeto al grupo. A juicio del distinguido profesor francés, este método sería muy valioso para las personalidades más fuertes que con frecuencia adoptan tácticas personales. El método sociológico, en segundo lugar, permite conocer las relaciones de las tensiones entre los diferentes grupos. Pero, a juicio de Duverger, el método más útil y menos utilizado para el estudio de las estrategias políticas es el método o teoría de los juegos, que resulta impracticable quien no posea profundos conocimientos matemáticos (75).
Duverger observa que el término estrategia es nuevo en el campo de la Ciencia Política. De origen militar, designa el arte de preparar un plan de campaña, de dirigir un ejército sobre puntos decisivos y estratégicos, y de reconocer los puntos sobre los cuales, en las batallas, deben dirigirse las grandes masas de tropas para asegurar el triunfo. Estrategia se opone a táctica, que designa las operaciones que los ejércitos que se enfrentan realizan uno contra el otro. Táctica es, así, en primer lugar, el arte de combatir y de emplear las fuerzas armadas en los terrenos y en y en las posiciones que les sean favorables. La táctica ejecuta los movimientos que son dirigidos por la estrategia. En segundo lugar, la táctica es la manera de conducir o de dirigir los cuerpos deliberantes. Duverger afirma que la noción de estrategia comporta varias ideas que le son inherentes: una idea de batalla, de combate, de guerra; una idea de plan de combate preparado con anticipación, en previsión de los objetos de la batalla, de las reaccionesdel adversario, etc.; una idea de plan de conjunto, de plan global, que comprende toda la campaña. Es esta nota de plan provisional y de conjunto que diferencia la estrategia de la táctica; esta última se ubica en el nivel de los detalles de la ejecución: es solamente el arte de combatir, la acción de las fuerzas armadas, la ejecución del plan de combate (76).
En el dominio de la teoría de los juegos, la estrategia asume una importancia enorme. Corresponde, desde luego, distinguir las dos ramas de la teoría de los juegos: los juegos de azar y los juegos de estrategia. La lotería es un juego en el que interviene exclusivamente el azar; el bridge y el póker, en cambio, son juegos de estrategia, en los cuales se prepara un plan y se prevén las reacciones del adversario. La teoría matemática de los juegos de estrategia busca analizar matemáticamente las decisiones humanas en las situaciones probables. La noción de la estrategia en la teoría de los juegos es un poco diferente del concepto militar: se define únicamente por el carácter completo del plan. Todo el objeto de la teoría de los juegos de estrategia es definir las diferentes estrategias posibles y medir las chances de éxito de cada una por una evaluación matemática de las ventajas y los inconvenientes de cada eventualidad. Debe abarcar un plan completo que incluya todas las réplicas del adversario. Duverger piensa que la aplicación de esta teoría en el campo de las Ciencias Sociales, y en particular en el de la ciencia política, que está hoy muy de moda, debe hacerse con prudencia, por cuanto pocos problemas políticos pueden ser planteados en términos matemáticos sin privarlos de substancia (77).
Como aclara Duverger, la estrategia política no es una rama o un campo particular de la Ciencia Política, sino un enfoque o ángulo de visión. Es una manera de enfocar los fenómenos políticos bajo un determinado aspecto. Estudiar las estrategias políticas consiste en estudiar la vida política en una óptica de combate, de lucha, de rivalidad: lucha de partidos, rivalidades de grupos de presión, enfrentamiento entre los órganos estatales, etc. Puede decirse, así, que la estrategia política es el aspecto dinámico de la vida política. Un estudio institucional se contentará con describir las estructuras de los partidos, sus elementos o doctrinas, desde un punto de vista estático. El estudio estratégico, por el contrario, investiga el funcionamiento de esos elementos y su orientación. El estudio de las estrategias políticas tiene por objeto investigar si esas luchas son ordenadas u organizadas y descubrir las relaciones permanentes, las leyes sociológicas de las rivalidades políticas. Toda ciencia debe establecer leyes para prever; la meta de la ciencia política también es prever. Pero el concepto de estrategia política no se sitúa directamente sobre el plan previsional. No se trata de establecer planes de acción y hasta es posible que no se establezcan nunca. Se trata de estudiar y determinar las leyes que rigen los combates políticos y por el conocimiento de dichas leyes podría quizá llegarse a una previsión indirecta (78).
Se ha advertido, con acierto, que es crucial que el científico social reconozca que la teoría de los juegos no es necesariamente descriptiva sino más bien condicionalmente normativa. Establece, no cómo la gente se comporta o cómo se comportaría en un sentido absoluto, sino cómo ha de comportarse para lograr determinados fines (79).
II. Incumplimiento de la ley
La aplicación de una ley, y por consiguiente de una Constitución, que es la ley de las leyes, requiere su previa interpretación. Ésta es un acto de comprensión. Claro está que no se interpretan normas, sino conductas con las normas. Por eso es que la interpretación es de normas y de comportamientos o conductas. Vale decir que en un sentido lato, la interpretación es una actividad cognoscitiva dirigida a averiguar el significado, valor y alcance de determinadas normas y conductas a fin de ejecutar, o llevar a cabo, las reglas o prescripciones jurídicas que deben seguirse o a que se deben ajustar comportamientos, tareas o actividades. De lo que resulta la íntima relación existente entre las problemáticas de la interpretación, aplicación y cumplimiento de las normas y conductas.
Por lo dichos resulta indiscutible que una de las precisiones más importantes que hoy impone establecer el accionar político en el mundo, se refiere al debido cumplimiento de la ley y, en primer término, de la ley de las leyes que es la Constitución, requisito indispensable para el correcto funcionamiento del Gobierno de la Ley, en contraposición con el Gobierno de los Hombres.
Cuatro siglos antes de Jesucristo, Aristóteles enseñaba a sus discípulos: "Cuando la Ley manda, es como si Dios y la razón mandaran; cuando se concede la superioridad al hombre, es dársela a la vez al hombre y a la bestia".
Asimismo, sentenciaba el notable pensador ateniense, con justicia reputado como el fundador de la Ciencia Política. El orden está en la ley. Más vale que mande la ley y no un ciudadano, sea quien fuere".
Pero el famoso Estagirita cuidaba de advertir, con su profunda sabiduría: "El Estado no puede considerarse bien regido, aunque las leyes sean buenas, si éstas no se cumplen".
Pero para que el Estado de derecho sea efectivamente en la realidad el gobierno de las leyes, no basta que los gobernantes ajusten a ellas su desempeño, sino que es indispensable que también los habitantes las cumplan en todo momento, por cuanto la ley rige tanto para unos como para otros.
Y ese cumplimiento de la ley no debe ser el resultado del temor a la sanción, sino el fruto del íntimo y sincero convencimiento de que no se hace sino ejecutar el deber más primordial que hace al ciudadano merecedor del goce de los derechos y prerrogativas de la civilidad.
Bien escribía el Mahatma Gandhi, en 1947: "de mi ignorante pero sabia madre aprendí que los derechos que merecerse y conservarse, procede del deber bien cumplido. De tal modo que hasta del derecho a la vida sólo somos acreedores cuando cumplimos el deber de ciudadanos del Mundo".
En tanto el ciudadano encuadre su conducta en el marco de la ley, estará respaldado y defendido por todo el poder del Estado en el ejercicio de todos y cada uno de sus derechos.
Como dijera el Congreso General Constituyente de 1853, al clausurar sus sesiones, dirigiéndose al pueblo de la República: "Los hombres se dignifican postrándose ante la ley, porque así se libran de arrodillarse ante los tiranos".
Nuestra historia nos muestra ejemplos magníficos del acatamiento republicano a la ley.
Sancionada la Constitución de 1819, debió ser jurada el 25 de Mayo, y, en el Ejército, jefes y oficiales prestaron juramento individual.
Cuenta el General Paz, en sus clásicas Memorias, que luego que prestó el juramento de rigor ante el General Belgrano, el inmortal creador de la Bandera le dijo gravemente:
"Esta Constitución y la forma de gobierno adoptada por ella, no es, en mi opinión, la que conviene al país; pero, habiéndole sancionado el soberano Congreso Constituyente, seré el primero en obedecerla y hacerla obedecer".
Tiempo después, al ser firmada la Constitución de 1853, el 1° de mayo, don Facundo de Zuviría, presidente del Congreso General Constituyente, que había sostenido la inoportunidad de sancionarla, expresó solemnemente:
"Por lo que hace a mí, señor, el primero en oponerse a su sanción, el primero en no estar de acuerdo con muchos artículos, y sin otra parte en su confección que la que me ha impuesto la ley en la clase de presidente encargado de dirigir la discusión, quiero ser también el primero en jurarla ante Dios y los hombres, ante vosotros que representáis a los pueblos, obedecerla, respetarla, y acatarla hasta en sus últimos ápices, en el acto mismo que recibe la última sanción de la ley. Quiero ser el primero en dar a los pueblos el ejemplo de acatamiento a su soberana voluntad, expresada por el órgano de sus representantes en su mayoría".
Cuando se habla del cumplimiento de la ley por gobernantes y gobernados, no se alude solamente a la ley en sentido jurídico, sino también y principalmente a la ley moral o ética que ha de inspirar todas las acciones humanas.
La crisis política que aflige a la humanidad no es sino la exteriorización, en el ámbito institucional, de la profunda crisis de orden ético y espiritual que carcome al mundo.
Parecería que cada día se abre un abismo más hondo entre la moral privada y la moral pública.
"Esta dualidad entre la moral individual y la cívica —ha dicho Bertrand Russell—, que todavía persiste, es un factor que hay que tener en cuenta en cualquier teoría ética adecuada. Sin moralidad cívica, las comunidades perecen; sin moralidad individual, su supervivencia carece de valor. Por consiguiente, la moral cívica y la individual son igualmente necesarias en un mundo encomiable".
Razón tenía Ortega y Gasset cuando afirmaba que "La vida humana no sólo es lucha con la materia, sino también lucha del hombre con su alma".
El desarrollo espiritual del hombre no ha corrido parejo con el asombroso progreso tecnológico.
Quizás el hombre actual no sea peor que el del siglo XV, o que el de la antigüedad, pero es evidente que cuenta con fuerzas y elementos capaces de multiplicar al infinito las posibilidades del mal.
Como señala Madariaga, "la humanidad se halla en el pavoroso estado del aprendiz de brujo. Ha desencadenado en sí misma poderes físicos muy superiores a su poder moral, y si no gana pronto en lo moral el tiempo perdido, no podrá salvarse, de una destrucción que al fin y al cabo habrá merecido".
En carta que, desde Londres escribía a Juan María Gutiérrez el 4 de septiembre de 1859, decía Alberdi:
"¡Qué de cosas bellas grandes podremos ver realizadas si conseguimos mantener el país en orden!".
Y el orden en nuestro país como en todo el mundo, supone, necesariamente, el imperio de la ley; de la ley jurídica y también de la ley moral.
Como sostenía el eminente brasileño Ruy Barbosa en un memorable discurso que Pronunciara en 1897:
"La defensa de la República está, en sus leyes... La República es la ley en acción. Fuera de la ley, la República está muerta".
El Estado constitucional respeta y asegura la inviolabilidad del hombre —en cuanto ser libre, capaz de decidir sus propias acciones y de escoger sus propios fines— necesaria para que pueda obrar como un ser naturalmente investido de libertad, de responsabilidad y de dignidad. La seguridad jurídica es el conjunto de las condiciones que posibilitan una acción semejante, libre de todo daño o riesgo y que, al decir del eminente constitucionalista español Luis Sánchez Agesta, "presupone la eliminación de toda arbitrariedad y violación en la realización y cumplimiento del Derecho por la definición y sanción eficaz de sus determinaciones, creando un ámbito en la vida jurídica en la que el hombre pueda desenvolver su existencia con pleno conocimiento de las consecuencias de sus actos y, por consecuencia, con plena libertad y responsabilidad". La seguridad jurídica constituye así el oxígeno sin el cual resulta imposible la manifestación y el cabal desarrollo del individuo, a fin de que —según la acertada expresión de Jean Jaures— "ninguna persona humana, en ningún momento del tiempo, pueda ser apartada de la esfera del Derecho".
Moral y democracia
"La democracia es el único camino para obtener una racionalización moral de la política" (Jacques Maritain, El hombre y el Estado, p. 76).
Si bien es cierto que Rousseau calificara de "inútil y vasta" a la ciencia política, y que el historiador británico Buckle se lamentara de que "la ciencia política, lejos de ser una ciencia, es una de las artes más atrasadas", no debe olvidarse que Aristóteles, su ilustre y sabio fundador, la consideraba como la ciencia soberana, o sea, la más fundamental de todas, cuyo fin es el verdadero bien, el bien supremo del hombre; como tampoco que Emerson la llamara "la más grande ciencia al servicio de la humanidad" (80).
En nuestro país, ya Monteagudo, en 1815, sostenía que "la ciencia de la política es la más necesaria; ella es la que funda los Estados y de ella depende su prosperidad y su conservación; jamás será demasiado el trabajo que se tome en cultivar sus principios" (81).
En nuestros días, David Easton, uno de los más grandes científicos políticos del mundo, en su medular libro "The Political System", señala que "desde los tiempos de Aristóteles, la ciencia política ha sido considerada como la ciencia maestra" (82).
La política es bifronte: si es ciencia también es arte. En general, la distinción entre la ciencia y el arte políticos hace a la diferencia que existe entre lo especulativo y lo práctico. Como ciencia, persigue el estudio sistemático de los fenómenos políticos. Como arte, busca la solución de los problemas concretos y procura el mejoramiento de los comportamientos y de las instituciones políticas a la vez que de la lucha por el poder. La relación entre una y otro es íntima e indestructible. Quien pretendiera escindir una faceta de la otra se mecería en las nubes de la fantasía o, en el extremo opuesto, se extraviaría en la selva oscura del factualismo.
Bien enseñaba Raymond Aron que "entre la idea de un régimen y su funcionamiento, entre la democracia con la que todos hemos soñado en las épocas de tiranía, y el sistema de partidos que se ha instaurado en la Europa Occidental, existe un abismo no fácilmente salvable. Pero esta decepción es en parte inevitable. Toda democracia es oligarquía, toda institución es imperfectamente representativa, todo gobierno que se ve obligado a obtener el consentimiento de múltiples grupos o personas, actúa con lentitud y ha de tomar en cuenta la estupidez y el egoísmo de los hombres". Agrega Aron que "la primera lección que un sociólogo debe transmitir a sus alumnos, aun a riesgo de decepcionar sus ansias de creer y de servir, es la de que jamás ha existido un régimen perfecto" (83).
Asistimos durante los últimos años al reordenamiento y la reestructuración de la ciencia política, cuyo campo de acción se amplía y extiende, hasta el punto de perder nitidez las fronteras que anteriormente se creía que la separaban de otras ciencias afines, como la antropología, la sociología y la psicología. Su nota nueva y peculiar es poner énfasis sobre el gran protagonista del drama político, a través de cuyas virtudes, pasiones y defectos viven las instituciones. Como ha dicho Verdú, "el análisis del factor humano es capital en la ciencia política, porque el hombre es el elemento básico como actor, investigador, líder, gobernante y gobernado, en la convivencia" (84). Por eso, Bouthoul, anota con acierto que "cualquiera que sea la forma de gobierno, la política es dirigida por ciertos hombres, ejecutada por otros y, a fin, aprobada, tolerada, sufrida o ignorada por la mayor parte" (85).
Valioso capítulo de la ciencia política moderna ha sido llenado por quien fue el notable profesor de la Universidad de Yale, Harold D. Lasswell, pionero en los campos interdisciplinarios ubicados entre la ciencia política, la psicología y la sociología. Poniendo énfasis en el estudio de la personalidad humana en su proyección sobre la política y utilizando las técnicas del psicoanálisis, Lasswell dedicó muchos años al análisis de la mentalidad política. En su libro señero Psicopatología y Política, muestra la eficacia del empleo de la técnica de la entrevista prolongada, estudiando una serie de casos de políticos, e investigando los factores que influyen sobre las actitudes colectivas, tomando como punto de partida un examen prolijo de las biografías de individuos específicos, que le permite afirmar que la ciencia política sin la biografía es una forma de taxidermia.
Se comprende entonces, la importancia que para el estudio científico de la política reviste el aporte del político, en cuanto protagonista y hacedor de la política práctica, y contribución a lo que Maritain denominó la racionalización moral de la política.
El escritor español Leopoldo Eulogio Palacios, en su valioso libro "La Prudencia Política", destaca que la política es acción, no especulación. Pueden el científico o el sabio teorizar sobre la política. El político, en cambio, que como tal no es un científico, cuando se dedica a su menester, no teoriza, sino que ejecuta. Y agrega que "uno de los aspectos más importantes del prudencialismo, consiste en considerar que la política es una acción concreta, por la que el hombre trata de satisfacer sus necesidades apremiantes en el bien común, sin el que no puede realizar su vida ni perfeccionarse; y, por consiguiente, en afirmar que la norma y la dirección de esta acción política, no puede confiarse a la razón especulativa, que sólo concibe un hombre universal y abstracto de naturaleza inmutable, sino a la razón práctica, una de cuyas cualidades es la prudencia política, y cuya cara está vuelta al hombre concreto y real, situado en medio de un circunstancia punzantes y perentorias que no pueden pasarse por alto" (86).
Sin intentar una definición, consideramos que la prudencia política es la cualidad de la razón práctica que la dispone a discernir y distinguir, con miras al interés y bien común, entre lo que es bueno o malo, útil o inútil, necesario o innecesario, eficaz o ineficaz, adecuado o inadecuado, acertado o desacertado, y, en general, conveniente o inconveniente.
Ya Aristóteles sentaba en su Política que "la única virtud especial exclusiva del mando es la prudencia; todas las demás son igualmente propias de los que obedecen y de los que mandan" (87).Y en su Moral o Nicómaco, el genial estagirita explicaba que "en el fondo, la ciencia política y la prudencia son una sola y misma disposición moral; sólo que su manera de ser no es la misma. Así, en la ciencia que gobierna al Estado, debe distinguirse la prudencia reguladora de todo lo demás y arquitectónica, que es la que hace las leyes, y esta otra prudencia que aplicándose a los hechos particulares, ha recibido el nombre común que tienen ambas, y se llama política" (88).
En su célebre diálogo sobre El Político, afirmaba Platón que por encima de la jurisprudencia hay una ciencia maestra que prescribe lo que conviene y lo que no conviene; ella, decía, es la ciencia del auténtico político, que sin ser magistrado manda a la jurisprudencia y se sirve de los magistrados. Esta ciencia del verdadero político, semejante al arte del tejedor, reuniendo las cosas que convienen y desechando las que no convienen, forma, en interés del Estado, un verdadero tejido regio.
Platón llama a los políticos Pastores de hombres y también tejedores, porque —razonaba— "la acción política ha conseguido su fin legítimo —que es cruzar los caracteres fuertes con los moderados, formando un sólido tejido—, cuando el arte real, uniendo estos hombres diversos en una vida común, mediante los lazos de la concordia y de la amistad, realizando el más magnífico y el mejor de los tejidos, hasta formar un todo, y abrazando a la vez cuando hay en los Estados..., lo estrecha todo en sus mallas, y manda y gobierna sin despreciar nada de lo que puede contribuir a la prosperidad del Estado" (89).
Max Weber opinaba que "son tres las cualidades, decisivamente importantes para el político: pasión sentido de la responsabilidad y mesura. Pasión en el sentido de positividad, de entrega apasionada a una causa al dios o al demonio que la gobierna... La pasión no convierte a un hombre en político si no está al servicio de una causa y no hace de la responsabilidad para con esa causa la estrella que oriente la acción. Para eso se necesita —y esta es la cualidad psicológica decisiva para el político— mesura, capacidad para dejar que la realidad actúe sobre uno sin perder el recogimiento y la tranquilidad, es decir, para guardar la distancia con los hombres y las cosas. El no saber guardar distancia —dice Max Weber— es uno de los pecados mortales de todo político... El problema es precisamente el de cómo puede conseguirse que vayan juntas, en las mismas almas, la pasión ardiente y la mesurada frialdad. La política se hace con la cabeza y no con otras partes del cuerpo o del alma. Y, sin embargo, la entrega a una causa sólo puede nacer y alimentarse de la pasión, si ha de ser una actitud auténticamente humana y no un frívolo juego intelectual. Sólo el hábito de la distancia, en todos los sentidos de la palabra, hace posible la enérgica doma del alma, que caracteriza al político apasionado y lo distingue del simple diletante político estérilmente agitado. La fuerza de una personalidad política reside, en primer lugar, en la posesión de estas cualidades" (90).
Si para el ejercicio de cualquier función se requiere el cumplimiento de una auténtica vocación, lo es mucho más para la política. Por eso comporta una gran verdad el dicho de que el político nace y no se hace. Claro está que no basta la mera existencia de la vocación, sino que se requiere una especial y continuada dedicación al oficio. Como bien dice Marañón, "lo esencial para cumplir con rigurosa eficacia nuestra misión social no es la actitud, sino la afición, palabra ésta que los españoles debemos ajustar a su sentido estricto de amor a la cosa elegida y de ahínco y eficacia en ese amor... Un hombre lleno de aptitudes para una faena determinada, no la realizará si no la quiere, si no está aficionado de ella, aunque lleve en su bolsillo el carnet del Instituto de Orientación con nota de sobresaliente... Afición, vocación, es amor al deber, o deber impuesto por el propio y espontáneo amor a lo elegido. En cambió, la aptitud origina tan sólo un derecho, y los hombres con derechos sólo, no van a ninguna parte" (91).
Compleja y difícil faena la política. Como expresa Max Weber, "la política consiste en una dura y prolongada penetración a través de tenaces resistencias, para la que se requiere, al mismo tiempo, pasión y mesura. Es completamente cierto, y así lo prueba la historia, que en este mundo no se consigue nunca lo posible si no se intenta lo imposible una y otra vez. Pero, para ser capaz de hacer esto no sólo hay que ser un caudillo, sino también un héroe en el sentido más sencillo de la palabra. Incluso aquellos que no son ni uno ni lo otro han de armarse desde ahora de esa fortaleza de ánimo que permite soportar la destrucción de todas las esperanzas, si no quieren resultar incapaces de realizar incluso lo que hoy es posible. Sólo quien está seguro de no quebrarse cuando, desde su punto de vista, el mundo se muestra demasiado estúpido o demasiado abyecto para lo que él le ofrece; sólo quien frente a todo esto es capaz de responder con un sin embargo; sólo un hombre de esta forma construido tiene vocación para la política" (92).
Sánchez Agesta ha definido, en términos magistrales, la esencia y la naturaleza de la visión del político. "El político —dice—, de una manera casi biológica piensa en términos de poder. Su fundamental preocupación es adquirir poder, conservarlo, defenderlo y desarrollarlo. Para él la norma es un límite o un instrumento. Cuando se define como un político realista es porque está atento a los intereses, las demandas los deseos de quien conoce o apoya su poder. Bien sea el pueblo o los electores, bien un grupo oligárquico, bien un rey absoluto, un dictador o un jefe, cuyos pensamientos y deseos más ocultos tratará de adivinar. Valorará más la fidelidad a su persona o la atención a su juicio que la calidad y eficacia de quienes le sirven. Y verá en quienes se oponen a su poder enemigos con los que mantendrá una discusión polémica en una lucha, incluso a veces sucia, por el poder. Cuando el político supera este sentido elemental e intuitivo del poder y tiene la calidad de un hombre de Estado, ponderará al mismo tiempo los objetivos a realizar. Hombres y cosas, normas e instituciones serán para él instrumentos al servicio de esos objetivos. Su propia vida hallará su sentido en cumplirlos y su grandeza se medirá por su disposición para sacrificar goces y beneficios, salud y riquezas al servicio de los fines que se propone como un ideal. La pasión de estos fines le hará concebir la vida política como una lucha forjada para ajustar y resolver conflictos y suprimir todos los obstáculos que se oponen a la realización de sus objetivos". Y agrega el ilustre constitucionalista español que "la trampa del político es que tiene que respetar el derecho, con que se legitima su autoridad y que utiliza como instrumento de mando y como prevención de conflictos menores y se ve limitado por ese mismo derecho, cuyo respeto ha de enaltecer en su propio beneficio. Este es el clásico tema dramático de una tensión entre política y derecho" (93).
El tema hace a la esencia misma de la política, de la filosofía política y de la ciencia política, como que se relaciona con el trascendental problema de los fines y los medios.
¿Cuál es la meta última y misión primordial de la sociedad política? No puede ser desde luego, asegurar el bienestar material de unos individuos, ni tampoco lograr el predominio político sobre otros hombres.
Como enseña Maritain, "estriba más bien en mejorar las condiciones de la propia vida humana, o procurar el bien común de la multitud, de manera que cada persona concreta, no solamente en una clase privilegiada sino en toda la masa, pueda alcanzar realmente aquella medida de independencia propia de la existencia civilizada, que se asegura simultáneamente por las garantías económicas de trabajo y propiedad, derechos políticos, virtudes cívicas y el cultivo del espíritu. Esto significa que la tarea política es esencialmente un trabajo de civilización y cultura, de ayudar al hombre a conquistar su genuina libertad de expansión o autonomía —como dice el Profesor Nef, de "lograr la fe, la justicia, la sabiduría y los hermosos fines de civilización"— o sea, una labor de progreso en un orden que es esencialmente humano o moral, pues la moralidad no persigue sino el verdadero bien del hombre" (94).
La cuestión de saber cuáles han de ser los medios adecuados para alcanzar tales fines, lleva a lo que con acierto Maritain denomina el problema de la racionalización de la vida política.
"Hay dos caminos opuestos para entender la racionalización política —sostiene el eminente pensador francés—: El más fácil —que desemboca en un mal fin— es el técnico artístico. El más fatigoso pero constructivo y progresivo es el moral". Y en un luminoso desarrollo del tema, explica Maritain que en el alborar de la ciencia e historia modernas, Maquiavelo, en su Príncipe, nos ofreció una filosofía de la mera racionalización técnica de la política, la cual, pasaba a ser el arte de conquistar y mantener el poder por cualquier medio, y su ilusión era el éxito inmediato.
Pero también existe otro tipo de racionalización de la vida política, que no es artística ni técnica, sino moral. Esto implica el reconocimiento de los fines esencialmente humanos de la existencia política, y de sus raíces más profundas: libertad, justicia paz, ley, amor. Como advierte Maritain, "este modo de racionalización política nos lo descubrió Aristóteles y con él los grandes filósofos de la antigüedad y los grandes pensadores medievales. Después de una fase de racionalismo, que estimuló vastas ilusiones en las más puras esperanzas humanas, concluyó en la concepción democrática puesta en vigor durante el siglo pasado". En este punto afirma Maritain que "debe decirse algo de particular significación: la democracia es el único camino para obtener una racionalización moral de la política. Porque la democracia, es una organización racional de las libertades fundada en la ley" (95).
La democracia constitucional —sistema político llamado gobierno de las leyes, en oposición al gobierno de los hombres, epígrafe con que no se rotula mal a la autocracia porque en aquél a diferencia de ésta, la Constitución y la ley se imponen a la Voluntad de los individuos, sean gobernantes o gobernados— la democracia constitucional, decimos, se funda el principio de la soberanía popular, que requiere que el pueblo sea el titular de la soberanía y por ende del poder constituyente.
De donde resulta, que el funcionamiento exitoso del sistema exige un adecuado nivel de capacitación moral y cívica del pueblo, que debe ser protagonista activo y no mero espectador pasivo del drama institucional. Solamente por arte de magia quienes gobiernan podrían ser mejores que el pueblo de donde proceden y que los elige.
Por otra parte no es posible escindir la moral pública de la moral privada. Como escribiera el Premio Nobel Bertrand Russell, "la dualidad entre la moral individual y la moral cívica, que todavía persiste, es un factor que hay que tener en cuenta en cualquier teoría ética adecuada. Sin moralidad cívica, las comunidades perecen; sin moral individual, su supervivencia carece de valor. Por consiguiente, la moral cívica y la moral individual son igualmente necesarias en un mundo encomiable" (96).
En el Manual de Enseñanza Moral publicado por Esteban Echeverría en Montevideo en 1846, escrito originariamente para las escuelas primarias del Estado Oriental, y que constituye un verdadero catecismo cívico que debería conocer todo ciudadano, argentino, el insigne autor del Dogma de Mayo, enseñaba: "Como habéis nacido para ser ciudadanos de una patria libre, conviene que al entrar en la vida pública, tengáis una regla segura para formar juicio exacto sobre las cosas y los hombres públicos de nuestro país. Esa regla la encontraréis en la doctrina que os he expuesto anteriormente. Sabéis por ella que para servir eficazmente a la patria, para ser verdaderos patriotas, debéis consagrar vuestra devoción y vuestra acción incesante a la defensa de la causa de Mayo; porque en la realización de su pensamiento está vinculado el progreso y la completa emancipación de la patria. Si como hombres públicos, pues, o como ciudadanos desertáis de la bandera de Mayo, traicionaréis la patria. Si como hombres públicos o como ciudadanos no abogáis ni trabajáis por la democracia de Mayo, traicionaréis la patria. Si sacrificáis sus intereses, o su honor o su libertad a vuestra ambición egoísta, traicionaréis la patria. Y traicionando la patria, sus intereses, su causa o por egoísmo o por ambición, por indiferencia o por ignorancia, no habrá moralidad política en vuestros actos, y seréis infames y perjuros, y responsables ante Dios y la patria". Y el lustre argentino agregaba: "La moralidad política, por consiguiente, es la Fidelidad del ciudadano a la causa de la patria, y en ella consiste el verdadero patriotismo. Y esa regla de moralidad política que estáis obligados a observar siempre para con la patria, es precisamente la que debéis tener presente al formar juicio sobre los hombres públicos de vuestro país" (97).
Por su parte, José Manuel Estrada, desde su cátedra famosa, sostenía que existe una soberanía superior a todas las que se han disputado el dominio de la sociedad y los honores de la historia. En medio de las vicisitudes humanas y de la extrema movilidad de las pasiones, ella permanece inmutable con aquella augusta identidad de lo absoluto. Esta soberanía es la del bien moral. Para Estrada "la moral aplicada a la sociedad engendra la democracia; porque la democracia importa la perpetuidad de la soberanía común, y conserva la aptitud de todos para remover aquellas trabas que las vicisitudes de la historia y errores humanos pueden oponer al ejercicio de todo derecho y al cumplimiento de todo deber: al desarrollo de la persona, en una palabra; y esto bajo la responsabilidad que emana de su naturaleza intelectiva y libre. Y al engendrar la democracia limitada la omnipotencia del pueblo, sometiéndolo a la lógica de su fuerza generadora, y resguardando contra sus desbordes el derecho de cada uno, la integridad de la persona, que es inviolable y sagrada. Donde el pueblo cree poderlo todo, la democracia no existe".
Pensaba Estrada que "ninguna forma política reclama también una moralidad tan severa como la forma democrática"; porque "si los gobiernos fundados en iniquidad o en error pueden prescindir de la moral o alimentarse de una lucha insoluble contra ella, el gobierno del pueblo por el pueblo, que la reconoce como fundamento, no puede existir sino por el acatamiento de su soberanía, y adaptando a sus principios todos los actos del hombre en su capacidad social". Por eso, Estrada aceptaba como una profunda verdad la afirmación de Montesquieu de que "el resorte de la República es la virtud".
Y ante la pregunta de "¿cuál es el medio de desenvolver la moral y darle su imprescindible jerarquía respecto del hombre en su capacidad personal y social?", el ilustre constitucionalista y tribuno respondía con firmeza y sin hesitar: "educar"; proclamando con énfasis que es "la educación popular la única esperanza de éste y todos los pueblos que, aspirando a la libertad, aspiren a habilitarse para las austeras funciones cívicas de la democracia".
José Manuel Estrada seguía así la idea fuerza que inspiró todo el pensamiento y acción del gran Sarmiento, para quien las escuelas son la democracia", porque "la escuela de hoy —decía el genial sanjuanino— es el presupuesto de la política dentro de diez años, cuando los niños sean ciudadanos... Hay que educar al soberano" (98).
Estrada y Sarmiento se referían a la educación para la libertad, único medio para la formación moral y cívica del individuo, que lo habilite para el ejercicio de los derechos y el cumplimiento de los deberes que tal calidad le impone (99).
Bien proclamaba Mitre, desde su banca de senador, en 1870, que función tan importante "es una necesidad política en una democracia, porque educación del pueblo es lo que hace que la libertad sea fecunda, que la justicia sea buena, que el gobierno sea poderoso en el sentido del bien y que las conquistas del derecho se hagan ciencia y conciencia pública" (100).
Solamente esa educación del pueblo para la libertad hará posible que la democracia sea una realidad sobre la base del imperio de la moral de gobernantes y gobernados, y bajo la suprema regla de la prudencia, que, según el Libro de los Libros, es la ciencia del alma. Bien enseña Maritain, que "la democracia es el único camino para obtener una nacionalización moral de la política" (101).
Desde épocas remotas, la historia enseña, con la irrefutable prueba de los hechos, que el poder ejerce una atracción irresistible sobre el espíritu del ser humano, al que arrastra a los peores excesos. Ya Rousseau, en el Contrato Social, afirmaba que la tendencia al abuso y la degeneración es un "vicio inherente e inevitable que, desde el nacimiento del cuerpo político, tiende sin descanso a destruirlo, lo mismo que la vejez y la enfermedad destruyen al fin el cuerpo del hombre" (102). Y, contemporáneamente, no exagera Maurice Duverger, el eminente profesor de la Universidad de París, cuando advierte que ningún problema político presenta una importancia mayor que el de la limitación del gobierno, en una época como la actual, en que los progresos de la ciencia y la técnica ponen en manos de quienes representan la autoridad un poderío tan grande como ningún tirano ha conocido en el curso de la historia (103).
Ante la pregunta de si la democracia es un prerrequisito del gobierno constitucional, Wheare responde que si la democracia significa solamente el sufragio universal o la igualdad de condiciones, no es bastante para constituir el gobierno constitucional. El sufragio universal puede crear y mantener una tiranía de la mayoría, de la minoría, de un pequeño grupo de individuos o de un hombre. No pocos absolutismos del siglo actual se han apoyado en el sufragio universal. "El gobierno democrático —dice Wheare— para ser gobierno constitucional debe preservar la libertad" (104). Aron piensa que "el dogmatismo del liberalismo se opone al dogmatismo de la democracia: éste pone el acento sobre el modo de la designación de los gobernantes y el modo de ejercicio del gobierno; aquél sobre los objetivos que debe fijarse el poder y los límites que debe respetar" (105). El constitucionalismo y su institucionalización —la democracia constitucional— consuman la integración de ambos dogmatismos, al requerir el principio democrático —o sea, la elección de los gobernantes por el pueblo y la responsabilidad de aquéllos por su gestión ante éste— y también y fundamentalmente el principio de la limitación del poder como instrumento de su esencia teleológica, que es la garantía de la libertad.
La democracia constitucional —sistema político que conforma el ideal de gobierno y de forma de vida a que aspiran los países civilizados— exige, pues, por su misma esencia, la limitación del poder. La autoridad absoluta, aunque pretenda fundarse en la voluntad popular y la invoque, no por eso deja de comportar un despotismo, tan criticable como cualquiera otra de las modalidades del gobierno autoritario. Observa Simon, en su libro "Philosophy of Democratic Government", que, en el hecho, la objeción que más comúnmente se formula contra la democracia es con qué facilidad da lugar a una especie formidable de tiranía: la tiranía de la mayoría. "Los hombres en el poder —dice—, si llegan a creer y a hacer creer a los demás que su gobierno es el del pueblo, están inclinados a considerar que sus acciones están indefectiblemente vinculadas con el bienestar general; en otras palabras, el origen democrático inspira al personal gobernante una empecinada confianza sobre su propio juicio. Además, el apoyo de la mayoría da al gobierno un poder más grande y más fuerte para restringir que casi todo otro poder poseído por una minoría. El peligro de la opresión por la mayoría es tan obvio, que la historia de la democracia moderna es ocupada frecuentemente por la ambición de incluir a la minoría en el cuerpo electoral controlante" (106).
La voluntad popular, fuera de los cauces constitucionales y legales, resulta tan despótica y tiránica como el arbitrio sin vallas de un dictador. El gobierno de origen más popular puede convertirse en el peor de los despotismos si sus poderes superan el marco fijado por la Constitución. La garantía de la libertad humana impone la restricción del poder gubernamental. Semejante limitación es perseguida a través de la división y la distribución de las funciones del gobierno en órganos distintos, que actúan controlándose recíprocamente —tanto en el sistema de colaboración de poderes del régimen parlamentario, como en el esquema de la separación de los poderes del mecanismo presidencial— dentro de las competencias delimitadas por la Constitución, con la finalidad de evitar el desborde del poder y por ende garantizar la libertad de los ciudadanos. Ahora bien, dentro del conjunto de limitaciones y controles que presupone la democracia constitucional, destacase como pieza maestra del sistema la función de permanente vigilancia, fiscalización y crítica que incumbe a la oposición con respecto al gobierno.
"Mayoría y minoría: derecho de mandar y derecho de oposición: he ahí los dos pilares de la legitimidad democrática", ha escrito Guglielmo Ferrero (107). El orden democrático —dice Mac Iver— protege a las minorías tanto como a las mayorías. Las minorías necesitan mayor protección que las mayorías y la democracia proporciona una solución. Donde la democracia se halla establecida, la opinión de una minoría tiene el mismo derecho a ser sostenida que la opinión contraria de todos los demás. La creencia de una pequeña minoría es tan inviolable como la creencia de la multitud". Y agrega que "el gobierno de la opinión difiere de toda otra clase de gobierno en que requiere la coexistencia continuada de la opinión opuesta. De ahí que evite la más mortal suerte de dogmatismo: el dogmatismo que elimina por la fuerza otras creencias, en la certeza de su propia rectitud. En una democracia, los hombres estiman sus dogmas, pero no hasta el punto de matar a otros hombres porque tengan dogmas contrarios" (108).
Si la existencia de una minoría y el pleno ejercicio de sus derechos y deberes constitucionales, son la condición esencial de una verdadera democracia, necesario es que el ordenamiento jurídico del Estado asegure una adecuada y eficaz protección de los derechos de la oposición. Con razón Burdeau— señalando el carácter de instrumento de protección política y de garantía que reviste la Constitución— dice que ésta es "garantía también de la minoría contra la omnipotencia de la mayoría" (109). Por su parte, Sarmiento escribía que "la Constitución es una garantía para las minorías, a quienes sin ella oprimirían las mayorías, despojándolas de sus derechos o exterminarían los tiranos" (110).
Refiriéndose a las instituciones británicas, observa Jennings que "si la función del Parlamento es la crítica, sus miembros son, por decirlo así, críticos profesionales". Y agrega que "los miembros del gobierno se sientan en el primer escaño a la derecha del speaker y los jefes de la oposición en el primer escaño a su izquierda. Opuesto al gabinete, por consiguiente, se halla el shadow cabinet (gabinete en la sombra), aunque el partido laborista no lo llama así; opuesto al Gobierno de Su Majestad. Es un nombre chocante, que al principio se empleaba sólo en broma; sin embargo, es tan expresivo que ha pasado a ser una denominación casi oficial. La oposición es la alternativa del Gobierno de Su Majestad; basta con una simple alteración en el resultado de las siguientes elecciones para que el gobierno y la oposición cambien entre sí sus sitios. El jefe de la oposición percibe incluso un sueldo a cargo de los fondos públicos, de suerte que pueda ejercer sus funciones sin tener que distraerse con las preocupaciones del que necesita ganarse la vida" (111). Y concluye que "para descubrir si un pueblo es libre, basta preguntar solamente si le es lícito hacer oposición y, en caso afirmativo, inquirir dónde se encuentra ésta" (112).
La importancia de la oposición no es menor en los regímenes presidenciales, como el argentino y el norteamericano, y en general los de los países, latinoamericanos. Los constitucionalistas de los Estados Unidos han señalado la esencial función que desempeña la oposición dentro del mecanismo institucional de su nación, basado en la separación de los poderes y el ejecutivo presidencial, y no han vacilado en criticar severamente a esa oposición cuando no ha puncionado con el vigor y la estrictez requeridos. "La mayor necesidad de la presidencia en los años venideros —escribía Burns en 1965— estribará, no en los cambios internos, por importantes que éstos sean, ni siquiera en sus relaciones con el Congreso, sino en una oposición que desafíe los valores y las instituciones presidenciales y que se halle ansiosa de llegar al poder y presentar su propia definición del propósito nacional" (113).
Dentro del esquema de la democracia constitucional, el principio democrático impone, lógicamente, que la fuente de toda autoridad o poder sea el pueblo, el cual elige directa o indirectamente, a los magistrados que han de ejercer las funciones estatales. Los gobernantes, por consiguiente, derivan su autoridad del pueblo, que los elige, y ante el cual son responsables de su gestión pública. Es la mayoría la que gobierna, pero con la colaboración y el control de la minoría u oposición, cuyos derechos constitucionales han de hallarse efectivamente garantizados para que el régimen democrático sea una realidad. Este no funciona correctamente si la oposición, desnaturalizando su auténtica misión, obstruye, obstaculiza y hasta imposibilita la actuación del partido gobernante, abusando así de su función.
Pero la oposición tampoco cumple con su esencial función institucional si, declinando su deber, es blanda y complaciente con el gobierno al que debe controlar, cualquiera pueda ser el motivo con que pretenda explicar tan tremendo desvío. Paradójicamente, semejante comportamiento de la minoría, en lugar de favorecer, perjudica seriamente al partido instalado en el poder, ya que la ausencia de crítica y fiscalización concluirá por destruirlo. Como observa Dorothy Pickles, "sin el adecuado estímulo de la crítica, el gobierno puede volverse débil, complaciente y hasta corrompido" (114). No existe razón ni motivo alguno, por respetable que en apariencia pudiera resultar que justifique que la oposición renuncie al cumplimiento del trascendental papel que le corresponde. Así como no podría aceptarse, dentro del mecanismo democrático-constitucional de la limitación y control del poder, que bajo pretexto alguno el órgano legislativo dejara de fiscalizar al ejecutivo, o que los tribunales judiciales declinaran el control jurisdiccional sobre los órganos políticos en defensa de la libertad de los ciudadanos, tampoco puede admitirse que a través de condescendencias o concesiones, la oposición se desligue de la tarea que le da razón de ser: la crítica y fiscalización del gobierno. Actitudes semejantes configuran graves e injustificables violaciones de claros e indeclinables deberes institucionales impuestos por las constituciones de los estados democráticos. Y si la finalidad que se pretende invocar es la consolidación del sistema democrático, se ha elegido un medio inadecuado y contraproducente, que conducirá, sin duda alguna, a la concentración del poder, a su abuso y a la corrupción.
Es que la oposición, cuando cumple cabalmente, en la letra y en el espíritu, la elevada misión institucional de crítica y control que puede encontrar el gobierno para actuar correctamente. Con acierto escribía Alberdi que "para un gobierno inteligente y honrado, la oposición es su garantía de estabilidad y su auxiliar más útil. La oposición es una especie de poder en reserva, un gobierno en disponibilidad, por decirlo así, que espera en actitud pasiva y respetuosa la hora de suceder al personal del gobierno en plaza. Si ser libre es tener parte en el poder, síguese de ello que cuando en el poder sólo tienen parte los que gobiernan, puede decirse que sólo el gobierno es libre en el país sin libertad. Donde no hay oposición, sólo hay libertad oficial o gubernamental" (115).
Psicopatología y política
Harold D. Lasswell, profesor en la Universidad de Yale, es uno de los pioneros en los campos interdisciplinarios ubicados entre la ciencia política, la psicología y la sociología. Poniendo énfasis en el estudio de la personalidad humana en si proyección en la política y utilizando las técnicas del psicoanálisis, Laswell ha dedicado largos años al estudio de la mentalidad política. En su libro "Psicopatología y Política", muestra la eficacia de la aplicación de la técnica de la entrevista prolongada, estudiando una serie de casos de agitadores, reformistas y administradores. En dicha obra, se analizan los factores que influyen sobre las actitudes colectivas, tomándose como punto de partida un examen de longitud de las biografías de individuos específicos. Se toman como base para la finalidad propuesta los procedimientos y los hallazgos de la psicopatología, porque se considera que son las contribuciones más elaboradas y estimulantes que hasta ahora se hayan hecho para el estudio de la persona" (116).
Cree Lasswell que en el ámbito de la ciencia política, la misión de la biografía política ha sido durante mucho tiempo, la de proporcionar un correctivo vívido a la excesiva importancia otorgada al estudio de los mecanismos, las estructuras y los sistemas institucionales. "La ciencia política sin la biografía es una forma de taxidermia", afirma Lasswell. Sostiene que cuando a la tumultuosa vida de la sociedad se la desuella en precedentes y se la curte en principios, las abstracciones resultantes sufren un extraño destino. Son agrupadas y reagrupadas hasta que el mosaico resultante pueda constituir un todo lógico y estético que ha dejado desde hace mucho de mantener relación válida alguna con la realidad original. Los conceptos corren constantemente peligro de perder su referencia a acontecimientos definidos. Nociones como las de libertad y autoridad necesitan renacer con un nuevo significado después de haber seguido, aunque sólo sea por un breve tramo, el sendero tentador de la abstracción. Si los conceptos están para servir a la mente y no para dominarla, sus términos de referencia deben someterse periódicamente a un rigurosísimo escrutinio. El empleo de categorías institucionales al describir la vida pública es indispensable, pero los especialistas que las utilizan tienen que decirnos acerca de las influencias personales que modifican el comportamiento esperado de las legislaturas, los ejecutivos y los tribunales. No es novedad que los liderazgos constituyen una variable importante en la predicción del curso de los acontecimientos, pero los estudios usuales sobre la política casi nada tienen que ofrecer con respecto a los rasgos de las diversas clases de agitadores y organizadores, y nada que decir sobre las diversas clases de experiencias de que esas diferencias surgen. Lasswell hace notar que esa limitación subsiste en los libros sobre la teoría del Estado y política de ingleses como Sidgwick y Laski, de norteamericanos como Garner, Westel W. Willoughby y de europeos como Jellinek, Schmitt y Kelsen (117).
Expresa Lasswell que se ha recurrido frecuentemente a la biografía política para comunicarnos el sentido de lo impredecible en los negocios humanos y para adorno de las charlas de sobremesa. En el mejor de los casos, la biografía política ha contribuido al entendimiento de los factores que diferencian a una personalidad humana de otra. Pero no es un secreto que la biografía o la autobiografía literarias suelen omitir o distorsionar mucho de la historia íntima del individuo, y que muchos de los hechos cuya importancia han descubierto los modernos investigadores no figuran para nada en ellas. ¿Dónde es posible obtener una provisión de historias de vidas en que se ignoran los convencionalismos acostumbrados y que haya sido recogida por especialistas en las influencias sociológicas, psicológicas y somáticas que actúan en el individuo? Existen en la sociedad moderna colecciones de dichos materiales de verdadera magnitud a las que hasta ahora se había acordado muy escasa atención por parte de los estudiosos de las ciencias sociales y políticas: las historias clínicas de aquellos individuos que han estado enfermos y especialmente de los que han recibido cuidados en hospitales y sanatorios. Mas el cuerpo más rico de hechos psicológicos y sociológicos se encuentra en los legajos de las instituciones para cuidado de quienes sufren desórdenes mentales, aunque no carezca de valor el material disponible en los hospitales generales. Advierte Lasswell que el propósito de tales investigaciones no es demostrar que los políticos son insanos. En verdad, lo específicamente patológico es de importancia secundaria para el problema central, que es de exhibir el perfil de desarrollo de diferentes tipos de hombres públicos. La tarea no consiste en catalogar los síntomas a expensas de las estructuras principales de la personalidad. No hemos llegado al fin cuando sabemos que un moderno Rousseau sufría de paranoia, que un moderno Napoleón tiene los genitales parcialmente atrofiados, que los modernos Alejandros, Césares y Blüchers son alcoholistas, que un moderno Calvino sufre de eczemas, jaquecas y cálculos renales. La psicopatografía es legítima y útil, pero la patografía no es el objetivo. Lo que se pretende con este tipo de investigaciones, en realidad, es averiguar si el análisis intensivo de las biografías permitirá ahondar de algún modo la inteligencia del orden social y político todo (118).
Agrega Lasswell que al subrayar el valor del estudio de la secuencia concreta de la experiencia individual para la ciencia política, se está dando expresión a una tendencia de intereses que ya tiene buenos fundamentos en la ciencia social. La búsqueda de historias plenas e íntimas ha llevado a la explotación de una fuente de materiales relativamente nueva: los registros o historias clínicas de los hospitales. Ha llevado a la aplicación de métodos psicopatológicos al estudio de voluntarios normales como medio de control de las inferencias extraídas de los internados. Ha llevado al estudio detallado de la técnica de la entrevista prolongada, especialmente el psicoanálisis, para el estudio de, la personalidad, y a la formulación de métodos perfeccionados de investigación. Ha llevado al enunciado de una teoría funcional del Estado, que surge directamente del examen intensivo de biografías reales y a la comprensión de lo que las formas políticas pueden significar cuando se las ve sobre el rico telón de fondo de la experiencia personal (119).
Entre nosotros, José María Ramos Mejía fue un precursor de esta clase de estudios. En su libro "La neurosis de los hombres célebres en la historia argentina", publicado entre 1878 y 1892, estudia las enfermedades de algunos hombres descollantes en nuestra historia política. "He dado preferencia —decía— a la neurosis, es decir, a las afecciones nerviosas de carácter funcional y particularmente a aquellas que han tenido mayor influencia sobre su cerebro, no sólo por creerlas comunes entre ellos, sino también porque creo que allí deben estudiarse todas esas modificaciones profundas y aún incomprensibles que observamos en algunos caracteres históricos" (120). ¿De qué naturaleza era esa fuerza irresistible que arrastraba al suicidio al Almirante Brown, el viejo paladín de nuestras leyendas marítimas, que poblaba su mente de perseguidores tenaces que envenenaban el aire de sus pulmones y amargaban los días de su vida? ¿Cómo se producían en el doctor Francia los fuertes accesos de aquella negra hipocondría, que rodeaba de sombras su espíritu, acentuando tanto los rasgos de su fisonomía de César degenerado? ¿Cuál era la fibra oculta que animaba la mano de la Mazorca en sus depredaciones interminables que ponía en movimiento el cuchillo del fraile Aldao, la lanza de Facundo, la pluma de Juan Manuel de Rosas en sus veladas homicidas tan largas?" A la luz de la medicina, la psicología y la psiquiatría, Ramos Mejía procura contestar tan apasionantes interrogantes en su libro (121). Deben citarse, además, otras obras del mismo pensador, como "La locura de la historia", "Rosas y su tiempo", "Las multitudes argentinas", que muestran la misma orientación investigativa.
Burdeau ha señalado que es muy importante para la ciencia política no descuidar los trabajos de los psiquiatras relativos a las alteraciones de la personalidad. El fenómeno de frustración, en especial, constituye una fuente de información y de reflexiones extremadamente fecunda para el conocimiento de los comportamientos políticos. Ninguna teoría que intentara explicar la afiliación a los partidos o la difusión de las ideologías, podría ser válida si no hiciera lugar para el análisis de los complejos de que el individuo se libera al vincularse a ellos. Asimismo, provienen del psicoanálisis ciertos elementos de la teoría de los dirigentes o líderes. El sentimiento del desquite, que traduce frecuentemente su actitud, está más dentro de la competencia del psicoanalista que del politicólogo. Mas no por ello éste podría ignorar la importancia de ese motor en la vida política. ¿Podría comprenderse el nacional-socialismo sin someter a los führers de todas las jerarquías a un tratamiento psicoanalítico? (122).
Sumamente ilustrativa es la valiosa investigación sobre la psicología de la dictadura, realizada por el profesor de psicología de la Universidad de Princeton y psicólogo del Tribunal de Nuremberg que juzgó a los criminales de guerra nazis, G. M. Gilbert. En esta obra, el profesor Gilbert analizó la personalidad de cada uno de los jerarcas nazis, desfilando por sus páginas los mayores criminales de la humanidad, que asesinaron a millones de seres: Hermann Goering, Rudolph Hess, Hans Frank, von Papen, von Ribbentrop, von Keitel, Fritz Sankel, etc. La personalidad de Hitler fue estudiada a través de los datos suministrados por los procesados de Nuremberg. Sobre la base de tales investigaciones psicológicas, el profesor Gilbert comprueba que tanto Hitler como sus jerarcas, con quienes convivió durante un año, eran neuróticos de distintos tipos (123).
Más recientemente, en nuestros días, y siguiendo la línea psicológica, y más específicamente psiquiátrica, Osvaldo Loudet se ha destacado con valiosos estudios en el ámbito de lo que denominaba Ciencia del Alma, complementados por una rica experiencia de más de tres décadas dirigiendo el Instituto de Crimonología de la Penitenciaría Nacional; y entre los que se destaca el inolvidable y ya clásico, sobre las edades del vivir. Allí sostiene, con sólidas razones, que: "para vencer el tiempo hay que olvidar parte del tiempo. La vida del espíritu está por encima del tiempo. La calidad del tiempo vivido tiene más importancia que la extensión del mismo. Lo que cuenta es la calidad, la profundidad, no la extensión, Voltaire calculaba su edad por las obras que había producido" (124).
Desconstitucionalización y perversión constitucional
Lo que hemos llamado, desde el libro y la cátedra, desconstitucionalización —o sea, el incumplimiento generalizado de la Constitución por gobernantes y gobernados— constituye un gravísimo fenómeno sociológico político que si bien siempre ha existido, ha aumentado en intensidad y consecuentemente en importancia, en los últimos años; y al que Loewenstein busca explicar por la desvalorización que ha experimentado la Constitución escrita en la democracia constitucional en mediados del siglo XX.
Aun en Estados con un orden constitucional completamente desarrollado, la Constitución escrita ha sufrido una importante desvalorización funcional y una pérdida de prestigio. Su brillo ha empalidecido visiblemente. Dos problemas diferentes, aunque relacionados entre sí, tendrán que ser tratados aquí. El primero hace referencia al hecho de que la Constitución, aun en los Estados con tradición normativa, no será observada tan escrupulosamente por los detentadores del poder como lo era antes; no se actuará siempre de la manera que beneficie a la Ley Fundamental del Estado. El segundo, se refiere a la alarmante indiferencia de la masa de los destinatarios del poder frente a la Constitución, actitud psicológica que puede conducir, finalmente, a una atrofia de la conciencia constitucional... La triste verdad es que la Constitución se ha distanciado emocional e intelectualmente de los destinatarios del poder. Solamente una fracción microscópica de la población en todos los países está lo suficientemente interesada para leerla, por no hablar de aquellos que la pueden realmente asimilar (125).
Loewenstein se ocupa de la inobservancia consciente de la Constitución por los detentadores del poder; fenómeno que no debe ser confundido con la constante competición que existe entre aquéllos en el proceso político, en la que cada uno intenta buscar en las normas constitucionales que tiene que aplicar la interpretación más cómoda para sus tareas específicas. Es el caso en que en un Estado federal, el gobierno central interpreta la Ley Suprema en el sentido más favorable a la ampliación de sus poderes en detrimento de las competencias de los gobiernos locales; o cuando una comisión parlamentaria de investigación extiende sus facultades más allá de los límites correspondientes; o cuando el Congreso interpreta las cláusulas constitucionales superando las fronteras de su competencia, frente a las competencias de los otros órganos del gobierno; en todos cuyos casos, el órgano que amplia sus poderes lo hace a través de su propia interpretación de la Constitución. Lo que Loewenstein entiende como una inobservancia consciente de la Constitución "es aquella situación en la que una disposición constitucional esencial no será deliberada y consecuentemente aplicada o realizada. Dicha disposición permanecerá entonces como una lex imperfecta, como letra muerta, en contradicción con la supuesta obligatoriedad inalienable de la Ley Fundamental. Las razones para esta inobservancia son varias. Una disposición constitucional se puede presentar desde el primer momento como irrealizable. Sin embargo, en la mayor parte de los casos, las razones de esta inobservancia son de tipo puramente político: el convencimiento del gobierno, actualmente en el poder, de que la aplicación de dicha disposición iría contra sus intereses específicos; la aversión de la constelación de partidos que controlan la Asamblea Legislativa contra la disposición en cuestión; la presión social y económica de determinados grupos de interés contra su realización; factores de política exterior. La eliminación de dicha norma a través de una enmienda constitucional será frecuentemente imposible por la falta de mayoría requerida o si puede ser todavía más impolítica que su inobservancia tácita (126).
Como resultado de su profundo y meditado análisis del gravísimo problema —que él mismo denominara— de la perversión constitucional, uno de los más destacados científicos político-constitucionales contemporáneos, el Profesor de la Universidad de Harvard, Carl Friedrich, ha sostenido que la infracción legal, como ataque al orden legal, es resultado habitualmente de la falta de autoridad de la ley y de los que la administran, funcionarios y jueces; falta de autoridad que afecta también en sentido inverso a la efectividad de la pena. Si las penas no son consideradas como justificadas, aparecen como actos arbitrarios, e incluso su efecto disuasivo, en cuanto subsista, se ve limitado grandemente. El orden que todo sistema legal pretende realizar, no debe, por tanto, ser situado en oposición a la justicia como si se tratara de un valor rival, y menos todavía ser colocado por encima de ella, ya que la justicia y el orden dependen el uno del otro recíprocamente y no pueden realizarse en una comunidad legal si no es conjuntamente. El legislador media entre los dos lo mejor que puede, como hace la costumbre en sus más o menos estables normas y modos de conducta. Se ha dicho, nada menos que por una autoridad como el juez Holmes, que "mientras subsista una duda, mientras las convicciones opuestas mantengan un frente de combate unas contra otras, no habrá llegado el momento para el Derecho". Según Friedrich, esto no es verdad; si lo fuera, nunca le llegaría al Derecho su momento, ya que siempre habrá dudas y siempre habrá convicciones contrapuestas. En verdad, donde las convicciones son unánimes no hay necesidad de leyes. La ley expresa parcialmente el consenso mayoritario en las comunidades democráticas. "La desobediencia —concluye Friedrich—, la abrogación, el fraude y la objeción consciente forman parte de la vida de la ley. La ponen en peligro y pueden pervertirla, pero no suponen en sí mismos, la perversión de la ley, sino más bien la paradoja de su existencia" (127).
Educación para la libertad
Es la educación la que desarrolla y perfecciona las facultades intelectuales y morales del hombre, habilitándolo para el desempeño de la misión que en la vida le corresponde. Bien pudo calificar Rousseau como "la primera de todas las utilidades" al arte de formar a los hombres. "A las plantas las endereza el cultivo y a los hombres la educación", escribió el inmortal autor de Emilio y El Contrato Social. Y agregaba que "todo cuanto nos falta al nacer, y cuanto necesitamos siendo adultos, se nos da por la educación" (128).
La ignorancia del pueblo, o la semi-ignorancia —quizás más temible todavía que aquélla— genera el clima propicio para el desarrollo del funesto y virulento germen de la demagogia y el despotismo. Si los ciudadanos no son educados para la libertad, serán siempre masa o muchedumbre, pero nunca pueblo; que seguirá ciega e irreflexiblemente a cualquier mal pastor que satisfaga sus bajos apetitos; será espectador pasivo y no protagonista de la noble gesta cívica.
La educación para la libertad no comporta tanto la adquisición de una suma determinada de conocimientos —debe ser formativa tanto como informativa— como, y esencialmente, la capacitación intelectual y ética del ciudadano para el ejercicio de sus derechos y el cumplimiento de sus deberes en la comunidad democrática, desarrollando en su espíritu la plena conciencia de su responsabilidad como miembro de una democracia; que es un sistema político en el que el pueblo es el titular de la soberanía y, como tal, debe elegir a los gobernantes, controlarlos en su gestión y hacer efectiva la responsabilidad de aquéllos emitiendo su voto en los comicios. "Educar al pueblo en la libertad —advertía Alberdi, el Padre de la Constitución—, es equivalente a devolverle su poder. La educación política, es decir la costumbre inteligente de ejercer el poder, es la verdadera y sola libertad. Así, en los países libres, la educación pública es una parte de la soberanía, cuyo ejercicio no se delega ni se saca de las manos del pueblo. Como la prensa, la educación es una garantía que el país se reserva contra la propensión natural de los delegados de su poder a convertirse en dueños del poder ajeno que le está delegado, siempre que su dueño verdadero no le pone obstáculo" (129).
Solamente la educación para la libertad aventará del alma humana lo que Fromm llamara el miedo a la libertad, que experimentan las masas fatigadas por la que consideran insobrellevable carga de la responsabilidad ciudadana, prontas a renunciar aquella por el plato de lentejas que les promete el líder. Es que —como decía, Félix Frías— "una república no se realiza con la soberanía de los ignorantes" (130). Es que —como proclamaba Sarmiento— las escuelas son la democracia" (131). Es que —como enseñaba José Manuel Estrada desde su cátedra inolvidable— "es la educación popular la única esperanza de éste y todos los pueblos que, aspirando a la libertad, aspiran a habilitarse para las austeras funciones cívicas de la democracia" (132).
El dogma de Mayo
El Dogma Socialista es el auténtico ideario de Mayo, depurado y perfeccionado, que recoge la filosofía y los principios fundacionales de la Revolución, explicándolos y desarrollándolos. Sus ideas se proyectarán sobre los constituyentes de 1853, en forma directa y también indirecta a través de las páginas de las Bases de Alberdi, quien en su Proyecto constitucional anexo proporciona concretamente a los congresales de Santa Fe la substancia y el espíritu de la Constitución Nacional, a la vez que con la actuación brillante y decisiva de Juan María Gutiérrez en dicho Congreso, llevando el pensamiento y la voz de la Asociación de Mayo, y en particular de sus íntimos amigos, Echeverría y Alberdi, a los cuales el destino privó de ocupar sendas bancas en la histórica reunión constituyente: el primero por haber muerto y el segundo por continuar en el exilio.
El título de la obra podría llevar a confusión. Pudo y debió ser Dogma de Mayo, como fluye claramente de su contenido; pero Echeverría y sus colaboradores prefirieron, con el titulo que en definitiva adoptaron, poner énfasis sobre el matiz social que, a su juicio, debería tener la democracia que propugnaban. Mayer ha señalado, con razón, que el socialismo, bajo la forma de una doctrina política acabada, no existía aún. El Manifiesto de Marx y Engel fue publicado diez años más tarde que el Dogma, en 1847; la Primera Internacional fue fundada en 1864; El Capital y el nombre de Marx no se difunden entre el público hasta 1870, después del golpe de la Comuna francesa. Y cuando surgieron las primeras manifestaciones del socialismo de Estado en 1848, los antiguos miembros de la Joven Argentina las condenaron con severidad. Pero aunque admitiéramos hipotéticamente y al margen de la realidad cronológica, que el Dogma hubiera sido posterior al Manifiesto y a El Capital, el análisis comparativo de sus respectivos contenidos demuestra categóricamente que la obra de Echeverría no tiene nada que ver con la ideología socialista. Así lo ha reconocido lealmente Alfredo L. Palacios, otro ilustre argentino, eminente pensador y hombre de Estado, padre de lo que él mismo denominara El Nuevo Derecho y la legislación social del país, que en una obra señera sobre Echeverría, calificó a éste como el iniciador de la democracia social en su patria y albacea del pensamiento de Mayo. "No busquemos, para explicar las ideas del prócer —escribió— la influencia de los grandes doctrinarios del socialismo, pues Echeverría escribió antes que ellos. Lo que hay aquí es intuición junto a la observación de los hechos sociales".
III. La Constitución Nacional de 1853 - 1860 Acta fundacional de la República Argentina su cumplimiento y no reforma
Durante muchos años, la República Argentina se destacó en el concierto de sus hermanas latinoamericanas por la estabilidad política, lograda a través de la vigencia de su sabia, y magnífica Constitución de 1853 -1860, que consumó la unión nacional y bajo cuyas previsoras y generosas disposiciones desarrollóse como una de las Repúblicas jóvenes más próspera y adelantada de la tierra. Pero, desde que se interrumpiera la continuidad constitucional, el país entró en un proceso en el que la inestabilidad institucional ha sido paralela al estancamiento económico y que ha desembocado en una aguda y profunda crisis. Y en los actuales momentos, en el que el esfuerzo de los argentinos se dirige a consolidar la vigencia del Estado democrático constitucional y como si fueran pocos los problemas que afrontamos, parecería que algunos pretenden cargar sobre la Constitución, los pecados de Gobernantes y gobernados, acumulados a través del tiempo.
La Constitución Nacional de 1853 -1860 institucionalizó en su letra y en su espíritu, la Doctrina de Mayo, surgida con el nacimiento mismo de la Patria y la Nacionalidad y consustanciada con el alma y el ser argentinos, solemnemente consagrada en el Acta Capitular del 25 de Mayo de 1810 y que constituye el basamento inconmovible de todo el ordenamiento jurídico y moral del país, al punto que no podría ser removido afectado en su esencia sin contrariar esa verdadera Acta Fundacional del Estado constitucional argentino.
La Constitución Nacional de 1853 - 1860 es el auténtico y legítimo modelo y proyecto del Estado argentino y el único e insustituible instrumento para la reconstrucción moral, política social y económica que requiere el país, dentro de cuyo marco, amplio y previsor, caben todas las soluciones.
Nuestra Ley Suprema continúa respondiendo adecuadamente a las necesidades e ideales del pueblo argentino. Su parte dogmática, o Declaración de Derechos, protege satisfactoriamente todos los aspectos de la libertad y la dignidad del hombre, admitiendo las concepciones sociales y económicas más progresistas y adelantadas. Únicamente se requiere —nada más pero también nada menos— que esas políticas sean elaboradas y puestas en ejecución. Su parte orgánica consagra principios e instituciones que comportan conquistas irreversibles de la civilización democrática occidental, respaldadas por la historia toda de la humanidad, y acepta, asimismo, la más profunda modernización que se necesite hacer en sus estructuras, sin necesidad de reforma alguna.
El instrumento para la reconstrucción argentina no requiere pues ser creado, ya que existe: es la Constitución Nacional, violada más que cumplida, muchas veces injustamente vilipendiada, a menudo olvidada y por pocos conocida y comprendida en su notable excelencia; magnifico instrumento moral y político, que establece el modelo del Estado argentino, bajo cuya guía y amparo la Patria edificó su grandeza y que, como programa básico de su reconstrucción institucional y ética, le señala el único camino que ha de conducirla al sublime destino que fijaron como meta los Constructores de la Nacionalidad por cuya consecución varias generaciones de argentinos ofrendaron lo mejor de sus existencias, con el aporte generoso de todos los hombres de buena voluntad, venidos de todas partes del mundo que, respondiendo a la humanitaria invitación del Preámbulo, quisieron habitar en su suelo.
Como dijéramos desde hace más de medio siglo, nuestra Constitución no es el resultado milagroso de una lucubración genial de sus autores. Es el fruto laboriosamente gestado en largos años de lucha y sacrificio. A través de las breves y pequeñas páginas de nuestro Código Político, flota el recuerdo imperecedero de la sangre, sudor y lágrimas de varias generaciones de argentinos. Cada uno de sus artículos, cada una de sus cláusulas, cada una de sus palabras, tiene profundas raíces en el pasado histórico de la Nación. Es por eso que como un roble añoso, vivificado por extensas y ramificadas raíces, la Constitución ha perdurado tantos años sin agrietarse ni envejecer, e ilumina al pueblo argentino el único sendero por el cual ha de seguir su marcha ascendente en el concierto de las naciones libres y civilizadas de la tierra.
Expresión por excelencia de la Patria y la nacionalidad, la Constitución debe ser lealmente cumplida, a la vez que respetada y venerada, al lado de la Bandera, el Escudo y el Himno. Porque como proclamara desde su púlpito famoso Fray Mamerto Esquiú, el Orador de la Constitución de Mayo, "la vida y conservación del pueblo argentino depende de que su Constitución sea fija: que no ceda al empuje de los hombres; que sea un ancla pesadísima a que esté asida esta nave, que ha tropezado en todos los escollos, que se ha estrellado en todas las costas y todas las tempestades la han lanzado".
Los autores de la Doctrina Constitucional de Mayo, además de ostentar la legítima gloria de haber sentado las bases de la organización institucional de la República, nos imparten, a través del tiempo y las vicisitudes, de los éxitos y los fracasos, la sublime lección de su optimismo y su fe inquebrantable en el triunfo definitivo de la libertad. Porque si sufrieron persecución y exilio, en el largo, complejo y difícil proceso constituyente de la Patria, fueron siempre fieles a sus convicciones democráticas y lucharon, padecieron y murieron por su victoria final y definitiva sobre la opresión, el despotismo y la anarquía, para que el gobierno de las leyes y no el de los hombres, fuera realidad en la tierra de los argentinos. Tal es su mensaje y también su mandato.
Joaquín V. González escribió con letras que debieron estar grabadas en el bronce y en el corazón de todos los argentinos: "No debe olvidarse que es la Constitución un legado de sacrificios y de glorias, consagrado por nuestros mayores a nosotros y a los siglos por venir; que ella dio cuerpo y espíritu a nuestra Patria hasta entonces informe y que como se ama la tierra nativa y el hogar de las virtudes tradicionales, debe amarse la Carta que nos engrandece y nos convierte en fortaleza inaccesible a la anarquía y al despotismo".
Claro está, que en tan trascendental como sagrado compromiso, que surge de las entrañas mismas de nuestra historia y que está escrito con la sangre de los argentinos, —como enseñaba José Manuel Estrada, desde su cátedra famosa— debe ser fielmente cumplido, siguiendo el claro y seguro rumbo que con mirada de águila nos marcara el ilustre Libertador General Don José de San Martín, el que, en avatares decisivos del largo, cruento y glorioso proceso emancipador, en carta dirigida en 1816 a Don Domingo Godoy Cruz, concluía con la sabia y siempre actual impetración: "los argentinos debemos pensar en grande, y si no lo hacemos seremos los culpables". Así sea, muchas gracias.
(1) EASTON, David, "The Political System: an inquiry into the state of Political Science", New York, 1964, Idem, Política Moderna un estudio sobre la situación de la Ciencia Política, versión española de Luís María Trejo de Hernández.
(2) EASTON, David, "The Political System: an inquiery into the state of Political Science", cit., p. 67; Idem, Política Moderna, cit., p. 68.
(3) FRIEDRICH, Carl J., "El hombre y el gobierno; Una teoría empírica de la Política", versión española de J. A. González Cesanova, Madrid, p. 11.
(4) EASTON, David, "The new revolution in Political Science", "The American Political Science Review", diciembre 1969, vol. LXIII, núm. 4, p. 1051; FRIEDRICH, Carl J., "El hombre y el gobierno: una teoría empírica de la Política", cit., ps. 12, 13 y 21; ídem, "Man and his government: an empirical theory of Politics", cit., ps. VII, 1 y 8.
(5) EASTON, David, "The Political Systems: an inquiry into the state", cit., ps. 67/8; ídem, "Política moderna: un estudio sobre la situación de la Ciencia Política", cit. ps. 67/68.
(6) ECHEVERRÍA, Esteban, "Ojeada retrospectiva sobre el movimiento intelectual en el Plata desde el año 37", II in fine. Obras completas, Ed. Carlos Casavalle, Buenos Aires, 1873, t. 4, p. 17.
(7) MEEHAN, Eugene J., "The theory and method of political analysis", Ed. The Sorsey Press, Homewood, Illinois, 1965, ps. 5 y 257.
(8) FRIEDRICH, Carl J., "El hombre y el gobierno: una teoría empírica de la política", cit., p. 35; Idem, "Man and his government: an empirical theory of la politics", cit., p. 22.
(9) DAHL, Robert A., "El método conductista en la Ciencia Política".
(10) ECHEVERRÍA, Esteban, "Ojeada retrospectiva sobre el movimiento intelectual en el Plata desde el año 37", II in fine. Obras completas, Ed. Carlos Casavalle, Buenos Aires, 1873, t. 4, p. 17.
(11) GUTIÉRREZ, Juan María anotación a Echeverría, Esteban, "Discurso de introducción a una serie de lecturas pronunciadas en el "Salón Literario" en setiembre de 1837, Obras completas, cit., t. 5, 308.
(12) CHÁNETON, Abel, "Retorno de Echeverría", Editorial Ayacucho, Buenos Aires, 1944, p. 157.
(13) ALBERDI, Juan B., "La revolución de Sud América", Obras selectas, cit., t. 13, p. 75.
(14) ALBERDI, Juan B., "Bases y puntos de partida para la organización política de la Argentina", Obras selectas, cit., t. 10, p. 100.
(15) VARELA, Luis V., "Debates de la Convención Constituyente de Buenos Aires: 1870-1873", Ed. oficial, Imprenta de "La Tribuna", Buenos Aires, 1877, t. 1, ps. 49 y 293.
(16) FRIEDRICH, Carl J., "La Filosofía del Derecho", versión castellana de Margarita Alvarez Franco, Ed. Fondo de Cultura Económica, México, 1964, p. 331.
(17) LIJPHART, Arend, "Toward empirical democratic theory", "Comparative Politics", abril 1972, vot. 4, núm. 3, p. 417.
(18) DUVERGER, Maurice, "Métodos de las ciencias sociales", cit., p. 107.
(19) VERDÚ, Pablo Lucas, "Principios de ciencia política", cit., p. 87.
(20) MEEHAN, Eugene J., "The theory and method of political analysis", cit., p. 178.
(21) APTER, David E. and ANDRAIN, Charles F., "Contemporary analytical theory", Prentice-Hall Inc., Englewood Cliffs, N. J., 1972, p. 1.
(22) VAN DIKE, Vernon, "Ciencia política; un análisis filosófico", cit., p. 297.
(23) VAN DIKE, Vernon, "Ciencia política; un análisis filosófico", cit., p. 297.
(24) BRECHT, Arnold J., "Teoría política", cit., p. 27.
(25) BRECHT, Arnold J., "Teoría política", cit., p. 28.
(26) FESTINGER, Leon y KATZ, Daniel, "Los métodos de investigación en las ciencias sociales", versión castellana de Eduardo Masullo, Editorial Paidós, Buenos Aires, 1972, p. 13.
(27) LASTRUCCI, Carlo L., "The scientific approach: basic principles of scientific method", Schenkman Publishing Co., Cambridge, 1967, p. V.
(28) MEEHAN, Eugene J., "The theory and method of political analysis", cit., p. 257.
(29) OPPENHEIMER, Robert, "Ciencia y política", "Liberalis", enero-febrero, 1953, núm. 23, p. 9.
(30) FRIEDRICH, Carl J., "Teoría y realidad de la organización constitucional democrática", cit., p. 548/550.
(31) LASSWELL, Harold D., "The future of Political Science", New York, 1964, p. 1.
(32) FRIEDRICH, Carl J., "Teoría y realidad de la organización constitucional democrática", cit., p. 545.
(33) FRIEDRICH, Carl J., "El hombre y el gobierno: una teoría empírica de la Política", cit., p. 18; ídem, "Man and his government: an empirical theory of la Politics", cit., p. 6.
(34) BERELSON, Bernard, "El hombre, su comportamiento", Editorial Pax, México, 1968, p. 15.
(35) ITHIEL DE SOLA POOL, "Contemporany Political Science: toward empirical theory", Ed. McGraw-Hill Book Co., Nueva York, 1976, p. VIII.
(36) MACKENZIE, W. J. M., "La Science Politique", en UNESCO, Tendances principales de la recherche dans les Sciences Sociales et Humaines, Mouton-UNESCO, París, 1970, p. 228.
(37) COPLIN, William D., "Introduction: simulation as an approach to the study of Politics", en William D. Coplin (editor), Simulation in the study of Politics, Markham Publishing Co., Chicago, 1970, p. 1.
(38) EASTON, David, "Política moderna", cit. p. 48; ídem, "The Political systems: an inquiry into the state of Political Science", cit., p. 48.
(39) ITHIEL DE SOLA POOL, "Contemporany Political Science: toward empirical theory", Ed. McGraw-Hill Book Co., Nueva York, 1976, p. XIII.
(40) ALKER, Hawyard R., "Mathematics and politics", Ed. The Macmillan Co., Nueva York, 1965, p. 1; TURNBULL, H. W., "The great mathematicians", Ed. Simon and Schuster, Nueva York, 1956, p. 75.
(41) HOBBES, Thomas, "Leviatán", versión castellana de Manuel Sánchez Sarto, Ed. Fondo de Cultura Económica, México, 1940, parte II, cap. 20, p. 170.
(42) MEYNAUD, Jean, "Introducción a la ciencia política", cit., p. 158; ídem, "Introduction á la science politique", cit., p. 169; BURDEAU, Georges, "Método de la ciencia política", cit., p. 162.
(43) BURDEAU, Georges, "Método de la ciencia política", cit., p. 162
(44) BERELSON, Bernard, "The use of mathematics in the study of Political Science", en CHARLESWORTH, James C., "Mathematics and the Social Science", Ed. The Annals of the American Academy of Political and Social Science, Filadelfia, junio 1963, ps. 30 y 65.
(45) FISHER, Franklin M., "The mathematical analysis of Supreme Court decisions: the use and the abuse of quantitative methods", "The American Political Science Review", junio 1958, v. LII, núm. 2, p. 321; KORT, Fred, "Reply to Fisher´s mathematical analysis of Supreme Court decisions", "The American Political Science Review", junio 1958, v.LII, núm. 2, p. 339.
(46) LASSWELL, Harold D., "Current studies in the decision process: automation v. creativity", "Western Political Quarterly", setiembre 1955, v. VIII, p. 381
(47) GIORLANDINI, Eduardo, "Matemáticas y ciencia política", Ed. Abeledo-Perrot, Buenos Aires, 1966, p. 81.
(48) CARTWRIGHT, Dorwin P., "Analysis of qualitative material", en FESTINGER, León and Katz, Daniel, "Research methods in the behavioral sciences", cit., p. 421.
(49) GAUDENET, Paul Marie, "Science financière et Science Politique", "Revue Française de Science Politique", agosto 1965, v. XV, núm. 4, ps. 630/31.
(50) MEYNAUD, Jean, "Introducción a la Ciencia Política", cit., p. 160; ídem, "Introduction à la Science Politique", cit., p. 171.
(51) MEYNAUD, Jean, "Introducción a la Ciencia Política", cit., p. 171; ídem, "Introduction à la Science Politique", cit., p. 182.
(52) BURDEAU, Georges, "Método de la Ciencia Política", cit., p. 163.
(53) BURDEAU, Georges, "Método de la Ciencia Política", cit., p. 165.
(54) BURDEAU, Georges, "Método de la Ciencia Política", cit., p. 167.
(55) MEYNAUD, Jean, "Introducción a la Ciencia Política", cit., p. 184; Idem, "Introduction à la Science Politique", cit., p. 194.
(56) van DIKE, Vernon, "Ciencia Política: un análisis filosófico", cit., p. 201.
(57) van DIKE, Vernon, "Ciencia Política: un análisis filosófico", cit., p.202.
(58) van DIKE, Vernon, "Ciencia Política: un análisis filosófico", cit., p.203.
(59) ALKER jr., Hayward R., "Mathematics and politics", cit., p. 12.
(60) DUVERGER, Maurice, "Métodos de las ciencias sociales", cit., p.437.
(61) DUVERGER, Maurice, "Métodos de las ciencias sociales", cit., p. 468.
(62) MEEHAN, Eugene J., "The theory and method of political analysis", cit., p. 219.
(63) JÁUREGUI, Emilio A., "Las computadoras y la práctica profesional del ingeniero", "La Nación", 7 de enero 1968, tercera sección, p. 6.
(64) RHYNE, Charles S., "The computer eill speed a law-full world", "The American Bar Association Journal", mayo 1967, v. 53, p. 420.
(65) CHARLESWORTH, James Charles C., "Some thoughts relating the present dimensions of political science", en CHARLESWORTH, James Charles C., "A desing for polítical science: scope, objectives and methods", Ed. The American Academy of Political and Social Science, Filadelfia, 1966, p. 248.
(66) TOYNBEE, Arnold, "La tercera guerra mundial", "La Nación", 21 junio 1968, p. 6.
(67) SOROKIN, Pitirim A., "Achaques y manías de la sociología moderna y ciencias afines", versión castellana de L. Rodríguez Aranda, Madrid, 1957, ps. 257/8.
(68) VON NEUMANN, J. and MORGENSTERN, A., "Theory of games and economic behaviour", Ed. Princenton University Press, 1944, p. 7; R. DUNCAN LUCE and Raiffa, Howard, "Games and decisions", John Wiley and Sons, Nueva York, 1967, p. 1; Karl W. Deutsch, Los nervios del gobierno, versión española de Alberto Ciria, Editorial Paidós, Buenos Aires, 1969, p. 83; SCHELLING, T. S., "What is the game theory?", en CHARLESWORTH, James C., "Contemporary political analysis", cit., p. 212.
(69) MEYNAUD, Jean, "Introducción a la Ciencia Política", cit., p. 195; Idem, "Introduction à la Science Politique", cit., p. 203.
(70) MEEHAN, Eugene J., "The theory and method of political analysis", cit., p. 213.
(71) DUVERGER, Maurice, "Sociología política", cit., p. 239.
(72) MEYNAUD, Jean, "Introducción a la ciencia política", cit., p. 196; ídem, "Introduction á la science politique", cit., p. 205.
(73) ALKER, Hawyard R., "Mathematics and politics", cit., p. 130.
(74) MEYNAUD, Jean, "Introducción a la ciencia política", cit., p. 198; ídem, "Introduction á la science politique", cit., p. 206.
(75) DUVERGER, Maurice, "Introduction à létude des strategies politiques", París, 1959 (rotaprint), ps. 257/8.
(76) DUVERGER, Maurice, "Introduction à létude des strategies politiques", ps. 4/5.
(77) DUVERGER, Maurice, "Introduction à létude des strategies politiques", cit., ps. 5/6.
(78) DUVERGER, Maurice, "Introduction à létude des strategies politiques", cit., ps 7/8.
(79) R. DUNCAN LUCE and RAIFFA, Howard, "Games and decisions", Ed. Ohn Wiley, Nueva York, 1957, p. 63.
(80) LINARES QUINTANA, Segundo V., "Derecho constitucional e instituciones políticas", 3ª ed., Bs. As., 1976. t. I, p. 19.
(81) MONTEAGUDO, Bernardo, Discurso preliminar, prospecto de "El independiente", Buenos Aires, 1815.
(82) EASTON, David, "The political system", New York, 1953, p. 3.
(83) ARON, Raymond, "Introducción a Max Weber, El Político y el científico", Madrid, 1969, ps. 29-30.
(84) VERDÚ, Pablo Lucas, "Principios de ciencia política", Madrid, p. 132.
(85) BOUTHOUL, Gastón, "Sociologie de la politique", París, 1965, p. 49.
(86) PALACIOS, Leopoldo Eulogio, "La prudencia política", Madrid, 1946, p. 55.
(87) ARISTÓTELES, "Política", Obras completas, Buenos Aires, t. I, libro III, cap. II, p. 601.
(88) ARISTÓTELES, "Moral a Nicómaco2, Obras completas, t. I, VI, cap. VI, p. 173.
(89) PLATÓN, "El político o del reinado", Obras completas, Buenos Aires, 1946, t. II, ps. 645-734.
(90) WEBER, Max, "El político y el científico", ps. 153-154.
(91) MARAÑÓN, Gregorio, "Tiempo viejo y tiempo nuevo", Buenos Aires, 1942, p. 26.
(92) WEBER, Max, "El político y el científico", ps. 178-179.
(93) SÁNCHEZ AGESTA, Luis, "Política y derecho", ps. 59-60.
(94) MARITAIN, Jacques, "El hombre y el Estado", p. 69.
(95) MARITAIN, Jacques, "El hombre y el Estado", ps. 71-76.
(96) RUSSELL, Bertrand, "Autoridad e individuo", p. 123.
(97) ECHEVERRÍA, Esteban, "Manual de enseñaza moral", ps. 61 y 85.
(98) ESTRADA, José Manuel, "Obras completas", t. 9, p. 73
(99) SARMIENTO, Domingo Faustino, "Educación popular", p. 22; AUGUSTO BALIN SARMIENTO, "Sarmiento anecdótico", p. 112.
(100) MITRE, Bartolomé, "Arengas", p. 507.
(101) MARITAIN, Jacques, "La racionalización moral de la política", p. 5.
(102) ROUSSEAU, Juan Jacobo, "Contrato Social", libro III, cap. X, p. 121.
(103) DUEVERGER, Maurice, "Manuel de Droit Constitucionnel et de la Science Politique", p. 170.
(104) WHEARE, A., "Modern Constitutions", p. 205.
(105) ARON, Raymond, "Ensayo sobre las Libertades", p. 205.
(106) SIMON, Ives R., "Philosophy of Democratic Government", p. 99.
(107) FERRERO, Guglielmo, "El Poder", p. 196.
(108) MAC IVER, R., "The Web of Government", p. 205.
(109) BURDEAU, G., "Etablissement et revision des Constitutions en Amérique et en Europe", p. 48.
(110) SARMIENTO, Domingo Faustino, "Las Ciento y Una", Obras Completas, t. 15, p. 105.
(111) JENNINGS, Ivor, "El Régimen Constituciona Inglés", p. 94.
(112) JENNINGS, Ivor, obra citada, p. 95.
(113) McGREGOR BURNS, James, "Gobierno Presidencial", p. 409.
(114) PICKLES, Dorothy, "Democracia", p. 232.
(115) ALBERDI, Juan Bautista, "Peregrinación de Luz del Día", Obras ..... t. 15, p. 105.
(116) LASSWELL, Harold D., "Psicopatología y Política", Versión Castellana De Gregorio Aráoz, Ed. Paidós, Buenos Aires, 1963, p. 9; STANTON, Alfred H. and PERRY, Stewart E., "Personality And Political Crisis", The Free Press, Glencoe, Illinois, 1951; NORBECK, Edward - DOUGLAS PRICE WILLIAMS and Mccord, William M., The Study Of Personality: An Interdisciplinary Apparisal, Holt, Rinehartd And Winston, Nueva York, 1968.
(117) LASSWELL, Harold D., "Psicopatología y política", cit., ps. 15/16.
(118) LASSWELL, Harold D., "Psicopatología y política", cit., ps. 17/23.
(119) LASSWELL, Harold D., "Psicopatología y política", cit., p. 24.
(120) RAMOS MEJÍA, José María, "La Neurosis De Los Hombres Célebres en la Argentina", Ed. "La Cultura Argentina", Buenos Aires, 1927, p. 65.
(121) RAMOS MEJÍA, José María, "La Neurosis de los Hombres Célebres en la Argentina", cit., p. 113; ídem, "La locura en la historia", Ed. Científica y "Literaria Argentina", Buenos Aires, 1927; ídem, "Rosas y su tiempo", Félix Lajouane y Cía., Buenos Aires, 1907; ídem, "Las multitudes Argentinas", Victoriano Suárez, Madrid, 1912.
(122) BURDEAU, Georges, "Método de la ciencia política", cit., p. 116.
(123) GILBERT, G. M., "The Psychology Of Dictatorship", Ed. Ronald Pres Co., Nueva York, 1950, p. 3; BYCHOWSKI, Gustav, "Psicología De Los Dictadores", Versión Española De Aníbal Leal, Ediciones Hormé, Buenos Aires, 1968; ZEVEDEI BARBU, "Psicología de la Democracia y de la Dictadura", Versión Española de Noemí Rosenblat, Editorial Paidós, Buenos Aires, 1962.
(124) LOUDET, Osvaldo, "Las Edades del Vivir", "Psicología Médica, Vol. V, N° 3, Buenos Aires, 1980, P. 321.
(125) LOEWENSTEIN, Karl, "Teoría de la constitución", cit., págs. 222 y 227.
(126) LOEWENSTEIN, Karl, "Teoría de la Constitución", cit. pág. 223
(127) FRIEDRICH, Carl J., "El Hombre y el Gobierno: una Teoría Empírica de la Política", cit., pág. 313; ibídem, "Man and his Government: an Empirical Theory of Politics", cit., pág. 284.
(128) ROUSSEAU, Juan Jacobo, "Emilio", en "Obras Escogidas", ps. 36 y 40.
(129) ALBERDI, Juan B., "Obras Selectas", cit., t. II, pág. 208.
(130) FRÍAS, Félix, "Escritos y Discursos", t. 2, ps. 25 y 124.
(131) SARMIENTO, Domingo F., "Obras Completas", t. 21, p. 247.
(132) ESTRADA, José Manuel, "La Moral y la Democracia", en "Revista Argentina", 1868, p. 16.
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