11 septiembre 2010

Gillespie, Richard - Soldados de Perón. Historia Crítica Sobre Montoneros


Richard Gillespie - Soldados de Perón. Historia Crítica Sobre Montoneros (2008) [Ed. Sudamericana]

Richard Gillespie, profesor inglés nacido en Wigan, Lancashire, en 1952, residió en la Argenlina entre junio de 1975 y octubre de 1976, mientras reunía material sobre la izquierda peronista con vistas a su doctorado, que recibió en 1979 - Fue Junior Research Fellow de (Ciencias Políticas del St John's College, adscrito a la Universidad de Oxford. Luesjo ejerció como profesor de esa materia en la Universidad de Warwik y a partir de 2000 es catedrático de la Universidad de Liverpool. Además de Soldados de Perón, publicado originalmente en inglés en 1981, luego en español en 1987 y 1998 y cuya tercera edición presentamos ahora, escribió John William Cooke: El peronismo allernativo (1989), Historia del Partido Socialista Obrero Español (1991) y Spain and the Mediterranean (2000).
 
La primera edición en español de Soldados de Perón aparecida en 1987, se transformó rápidamente en best seller cuando en la Argentina se debatía con ardor el proceso revolucionario de los años setenta. Escrita por el investigador inglés Richard Gillespie, que estudió el fenómeno de la cultura montonera in situ, se trata de una historia crítica y rigurosa sobre la principal fuerza guerrillera urbana que existió en América Latina, un estudio minucioso y sólido que jamás pudo ser refutado y que hoy merece una cuidadosa relectura.

La obra explica cómo fue posible que un pequeño grupo de católicos radicalizados desarrollaran una fuerza tan influyente y eficaz, y por qué, pese a contar con un apoyo popular considerable, recurrieron a una estrategia cada vez más militarizada que fatalmente acabó por aislarlos de la sociedad argentina.

En esta tercera edición, que mantiene intactos los valores originales de la obra, Gillespie introduce un nuevo prólogo de gran actualidad, en el que traza vínculos y analogías controversiales entre los Montoneros y el movimiento piquetero nacido en 2001, que vivió su apogeo bajo la administración kirchnerista. En momentos en que se practica desde la Casa Rosada el marketing setentista y mientras muchos de aquellos militantes de la izquierda peronista se han convertido en funcionarios del oficialismo democrático, es oportuno recordar las palabras finales del nuevo prólogo de Gillespie: "Las condenas morales de la violencia mantienen su vigencia, pero no pueden sustituir al análisis histórico que busca entender lo ocurrido.



SOLDADOS DE PERÓN
Historia crítica sobre los Montoneros
Traducción de
ANTONI PIGRAU

INTRODUCCIÓN

Lo que va a leerse en las páginas que siguen, es la historia de una locura. Una locura que al principio se apoderó del espíritu de un puñado de muchachos pertenecientes a clases medias altas, y luego inficionó todo el cuerpo social argentino. Fue, en un comienzo, una aventura casi quijotesco, atravesada de nobles ideales: terminar con la injusticia social, oponerse al autoritarismo de un régimen ilegítimo, romper la hipocresía y el convencionalismo de las fuerzas dominantes. Pero estos objetivos, que podían ser compartibles aun en su difusa exposición, se fueron degradando cuando se intentó su consecución mediante el uso permanente y sistemático de la violencia terrorista. En pocos años, la Argentina terminó convirtiéndose en un campo salvaje donde la lucha armada se exaltaba como un fin en sí mismo, cualquier crimen se Justificaba y la competencia política era, simplemente, una apuesta a la calidad de las metralletas y a la eficacia para volar un enemigo: el ceremonial del "caño", el trágico erotismo de la muerte. Buena parte de la culpa de esta locura colectiva corres-ponde al movimiento que el profesor Richard Gillespie describe en este libro.

Las luctuosas consecuencias que decimos, venían de una insinceridad inicial. Montoneros se constituyó primitiva-mente con elementos que nada tenían que ver con el peronismo. En cierto momento advirtieron que sus esfuerzos girarían en el vacío si no lograban conectarse con el movimiento masivo que, aun en la inorganicidad a que obligaba un poder defacto que había congelado la política, mantenía vivo y fresco el poderoso mito de Perón, la nostalgia de una época durante la cual el pueblo habría sido feliz, y la esperanza de su retorno. Entonces, los conductores de Montoneros se disfrazaron de peronistas. Adoptaron las consignas que instintivamente levantaba el pueblo peronista y las radicalizaron: ya no más "Perón vuelve" sino "Perón o muerte". Se erigieron en jueces del movimiento en el que se infiltraron: "Rucci, traidor, a vos te va a pasar lo que le pasó a Vandor". Confisca-ron el recuerdo de Evita y lo hicieron una bandera exclusiva: "Si Evita viviera, sería montonera". Se jactaron de sus procedimientos: "Éstos son los Montoneros que mataron a Aramburu". Reclamaron para ellos la condición de la auténtica pureza peronista y de esta mentira originaria pasaron a recoger la adhesión de buena parte del pueblo peronista.

De este modo. Montoneros se fue convirtiendo en dueño de algo que parecía la verdad justicialista. Acostumbraron a las masas al sabor de la violencia: cada acto sangriento era aplaudido por gente a la que ni el propio Perón en su época presidencial, había arrastrado a esos territorios. Y la mentira inicial de Montoneros se completó con otra, que el mismo Perón se complació en dejar elaborar: la idea de que el líder
justicialista era un revolucionario, una suerte de Mao o de Fidel que habría de motorizar una transformación tan vasta como la de estos conductores en cuanto se pusiera al frente de los destinos del país.

Lo que empezó con una mentira y se continuó con otra, lo que se llevó adelante con métodos violentos, fascistas, no podía tener otro fin que el que tuvo.

Quiero decirlo sin atenuar mi juicio con ningún maliz exculpatorio: los Montoneros me repugnaron siempre. Por sus métodos en primer lugar, pero además por sus pueriles y contusos objetivos y hasta por la calidad humana de sus dirigentes. No siento la menor admiración por ellos. Sin duda, algunos militantes fueron valientes, pero otros muchos demostraron flojedad cuando llegó el momento de hacer frente a fuerzas oficiales o paraestatales. Una cosa era pegarle un tiro a Aramburu en el sótano de una estancia abandonada,
o copar un pueblito de la sierra cordobesa, y otra cosa muy distinta enfrentar el poder de un Estado que, tal como hacían sus enemigos, no quiso limitarse con ninguna norma ética. En esta coyuntura, donde no se trataba de asesinar a gente inerme o ensayar operaciones sorpresivas sino de matar o hacerse matar, los Montoneros demostraron la debilidad de sus convicciones, las fallas de suformación teórica, las equivocaciones de su estrategia y la insinceridad de su adhesión a una postura política adoptada por oportunismo. Ahora se sabe lo que vagamente se intuía en la época de Videla: la increíble colaboración de muchos ex montoneros en la delación de sus antiguos compañeros. Pocas veces se habrá dado en nuestra historia el ejemplo de traiciones tan miserables como éstas. La huida final de sus principales Jefes, dejando en la estacada a su segunda línea, las órdenes que enviaron a la muerte en 1978 a dirigentes castigados por sus disidencias, la tilinguería de su conducción en el exilio, ocupándose del ceremonial militar de la organización, completan la caracterización de la catadura moral del grupo. Un grupo que, no lo olvidemos, alcanzó a manejar la Juventud Peronista, se apoderó de la universidad y estuvo, aunque brevemente, en la intimidad del poder argentino en 1973.

Por lo mismo, encuentro incomprensible que intelectuales que habían hecho un ejercicio cotidiano del pensamiento racional, hayan asesorado y aun compartido responsabilidades operativas con un grupo cuyo proselitismo se fundaba en la muerte. No puedo asumir que, enfrentados a un régimen militar, se mimetizaran con lo castrense en el lenguaje, la gradación Jerárquica, el protocolo y la vocación por los uniformes. Hallo injustificable la actitud de políticos, artistas, sacerdotes, gremialistas, periodistas y otros que, por esnobismo o cálculo, contribuyeron a crear un clima de simpatía hacia Montoneros o pretendieron dar Jerarquía política a cónclaves donde se procesaba secretamente a determinados personajes, se los condenaba a muerte y se ejecutaban tales sentencias. ¡Muy enfermo debió estar nuestro país para que ocurrieran estas aberraciones!

Mis antecedentes me eximen, creo, de aclarar que la misma repugnancia me provoca la brutal represión con que fue arrasado Montoneros y otros grupos similares. Quien, como yo, repudia la violencia en todas sus formas, no puede Justificar los métodos usados por el Estado o sus delegados paraestatales, en esa represión indiscriminada que salteó todas las categorías legales y éticas que lo limitan. Al fin. Montoneros y sus similares usaban de esa violencia que a veces estalla en el seno de cualquier sociedad; pero cuando es el Estado, a través de sus instituciones armadas, el que se encanalla con el ejercicio de la brutalidad, la coacción, la tortura, el asesinato, entonces toda la arquitectura Jurídica de la comunidad se desploma. Al fin y al cabo. Montoneros no era otra cosa que un grupo de "soberbios armados" —para usar la expresión de Pablo Giussani—. El Estado represor, en cambio, significaba la degradación de la más alta institución comunitaria.

Pueden parecer fuera de lugar estas declaraciones personales. Pero sucede que al leer este libro he revivido en mi espíritu esos espantosos años en que toda norma civilizada pareció haber desaparecido en mi país, arrasada su tradición política por un viento de demencia aparentemente indetenible. Además, mis Juicios vienen como compensación a la deliberada asepsia con que el profesor Gillespie hace la crónica de Montoneros, desde su nacimiento hasta su final disgregación. El autor hace bien en historiar así. No es argentino, y la trayectoria de los "soldados de Perón" constituye para él un sujeto de investigación, y nada más.

Para nosotros, la gente de esta tierra. Montoneros es una de las pesadillas que vivimos desde los finales de los sesenta hasta hace poco tiempo.Porque ese grupo está estrechamente asociado a esos tremendos años, porque su propia frustración evidenció que hasta los ideales más nobles se enroñan cuando se pretende obtenerlos a través de medios despreciables, porque muchos de los Jóvenes que cayeron en nombre de esa negra bandera podrían haber sido magníficos dirigentes; por todo esto, el libro del profesor Gillespie es importante y oportuno.

Ha navegado con seguridad en las engañosas aguas de aquella organización cuyo hermetismo cubría su realidad. Ha recogido toda la información posible. Ha seguido el hilo de acontecimientos confusos y ambiguos con todo el rigor necesario.

Sobre los hechos y los nombres registrados por el profesor Gillespie, los lectores argentinos ratificarán la lección que los sucesos mismos les brindaron. Pues, en último análisis, la historia —ya lo decía Goethe— se hace también para deshacerse de ella.
 
FÉLIX LUNA
1986

PROLOGO A LA TERCERA EDICIÓN 

La publicación de una tercera edición de Soldados de Perón —veinte años después de la primera edición en castellano y algo más de un cuarto de siglo después de la edición original en inglés— me brinda el placer de saber que esta obra sigue teniendo relevancia en la Argentina, a pesar del cambio generacional. Me agrada comprobar que un libro que fue una pieza de análisis contemporáneo, escrito durante la última fase de la insurgencia montonera, hoy reaparece más como un libro de historia; pero al mismo tiempo me pregunto: ¿por qué? ¿Es posible que en la Argentina, un país con fama de vivir más en el presente que pensando en el pasado, haya aumentado el interés del público por los libros sobre historia nacional? En el mundo universitario argentino, sí tengo la impresión de que ha habido más interés entre los investigadores en la época de los sesenta y los setenta, aprovechando la libertad para incursionar en este terreno a partir del fin de la época militar. Mientras que, para un público más amplio, el interés potencial del libro ahora parece residir más bien en la influencia política que ha tenido el período de la guerrilla con relación a la Argentina de hoy y al pasado reciente.

Evidentemente, hubo cambios políticos importantes en la Argentina a partir de la década del ochenta, y hoy la violencia política carece de la legitimidad que antaño tenía para importantes sectores de la sociedad. Sin embargo, el modelo económico y la falta de compromiso social de algunos gobiernos elegidos bajo la democracia traen como consecuencia la vigencia de una tradición vibrante de protesta social que todavía entusiasma a muchos militantes nacionalistas y de izquierda. Entre ellos, se destaca el fenómeno de los "piqueteros", grupo de desocupados y a la vez movimiento social que despertó el apoyo de núcleos radicales y llegó a tener fuerte impacto, sobre todo en diciembre de 2001, convirtiéndose en un factor de importancia en la elección de Néstor Kirchner como presidente de la República.

Lo interesante no es tanto la continuidad individual de supervivientes montoneros en otras organizaciones políticas o en movimientos sociales, sino la influencia política de los Montoneros como modelo de cierto tipo de insurgencia, modelo que finalmente fracasó, pero que sin embargo sigue ofreciendo a los activistas políticos de perfil parecido, en la Argentina y en otros países, ciertas lecciones de cómo actuar y cómo no actuar en situaciones comparables (y también hasta cierto punto en situaciones diferentes, dada la posibilidad de extraer elementos de la estrategia para el uso táctico o para adaptarse a otras condiciones). En concreto, los que intentaron promover a los piqueteros como movimiento social buscaban una forma de acción sociopolitica extraparlamentaria que evitaría el rechazo social que encontraron los Montoneros en su fase final y que a la vez fuera más difícil de reprimir por parte del Estado.

Los lazos que vincularon a los piqueteros con los Montoneros existían a nivel estratégico en el sentido de que, mientras la guerrilla urbana dirigida hacia formas de guerra popular fue rechazada, los piqueteros mantenían el énfasis en la acción directa, no excluyeron la violencia —siempre que fuera "de masas"— y se apropiaron de algunos métodos guerrilleros a nivel táctico.

No voy a intentar evaluar globalmente el fenómeno piquetero. Mi argumento es que éstos fueron conscientes de la experiencia montonera cuando planteaban su propia estrategia. Esencialmente, buscaron una forma de acción directa que fuese más difícil de combatir policial o militarmente, y que complicaría la justificación de la represión. Los militantes piqueteros habitualmente no llevaban armas, e incluso cuando emplearon armas improvisadas o caseras, dificultaron más (en comparación con los "operativos" guerrilleros del pasado) la aplicación de medidas represivas por parte de las autoridades y las fuerzas del orden. Mientras recurrieron a los métodos violentos, aprendieron de la experiencia de la guerrilla urbana la importancia de evitar víctimas mortales, seleccionando como blancos diversas propiedades, sobre todo las sedes de las grandes empresas
multinacionales y las instituciones del Estado. Además, en contraste con las iniciativas elitistas de la guerrilla urbana, los piqueteros optaron por la acción colectiva, buscando mantener su propia seguridad en la masificación de la lucha, para evitar así aislarse como los insurgentes del pasado. Finalmente, rechazaron el "aparatismo" de los Montoneros, organización siempre dirigida por una comandancia suprema formada por líderes guerrilleros, que controlaba toda una serie de aparatos de apoyo e infraestructura. En vez de constituirse burocráticamente, los piqueteros utilizaron las asambleas de vecinos para debatir las iniciativas
tendientes a la acción, una forma de tomar decisiones que a la vez hizo difícil a las autoridades distinguir entre los dirigentes y la base. Seguramente, fue una forma de actuar más vulnerable a la infiltración, pero con menos consecuencias para la supervivencia del movimiento que en el caso de las estructuras burocrático-militares de los Montoneros.

Fue así como los piqueteros adoptaron elementos de la estrategia inicial montonera y, más importante aún, aprendieron de los "errores" cometidos por los aspirantes a "soldados de Perón". Quizás encontraron algunos obstáculos parecidos: a pesar de practicar cierta discriminación en el enfoque de su actividad violenta, los dos movimientos vieron difícil limitarse a los blancos elegidos en un principio.
 
Los piqueteros perdieron la simpatía de muchos ciudadanos por destrozar coches particulares durante las batallas callejeras. El drama de la acción directa tenía su atractivo, pero sólo durante un tiempo, y luego empezó a ser percibido más bien como una molestia que complicaba la vida diaria.
 
A fin de cuentas, los dos movimientos tenían más impacto como fuerzas de resistencia o de protesta que en el
cumplimiento de sus objetivos políticos y sociales. Sin embargo, su experiencia como fuente de lecciones para cualquier persona interesada en el cambio político y social sigue siendo relevante en la Argentina, dado el número de personas desencantadas con el statu quo contemporáneo.

Los Montoneros y otras organizaciones comparables, a pesar de su derrota histórica, quedan como un punto de referencia, y eso se debe fundamentalmente a que representaban un enfoque estratégico determinado.
El pragmatismo político de los Montoneros —al decidir definirse como peronista, al actuar dentro del movimiento peronista y al intentar hacer política en combinación con la actividad armada— no debería ocultar el hecho de que por lo general la actividad de la organización era informada a través de una estrategia muy pensada y difundida por medio de comunicados y entrevistas concedidos por los comandantes guerrilleros. Como intento argumentar en el libro, a largo plazo la estrategia montonera exhibió evidentes defectos y contradicciones, sobre todo cuando sus miembros se inspiraron demasiado en la experiencia de las revoluciones en otras partes del mundo (sobre todo China, con su Interpretación maoista), y se acentuó excesivamente el militarismo. Pero, a pesar de su fracaso y los grandes costos en sufrimiento humano que traía, el caso de los Montoneros mantiene un lugar destacado en la historia de la insurgencia, por ser el ejemplo de guerrilla urbana que más éxito relativo ha tenido a nivel mundial.

Por eso, el tema de los Montoneros no es relevante solamente para los argentinos que quieren aprender de su
propia historia, sino para un público internacional. Se quiera o no, los Montoneros y otras formaciones guerrilleras volvieron a la Argentina "relevante" como laboratorio para el estudio de la insurgencia. No es un logro para ostentar ni un modelo para adoptar como ideal. Pero sí, la historia de los Montoneros significa un episodio de conflicto que, más allá de la tragedia y el dolor, es muy rico en lecciones políticas. Son lecciones discutibles, sin duda, y la única forma de clarificar las cuestiones controvertidas es entablando el debate de una manera seria y racional, con la ayuda de una literatura creciente sobre ciencia social e historia. Las condenas morales de la violencia mantienen su vigencia, pero no pueden sustituir al análisis histórico que busca entender lo ocurrido.

RICHARD GILLESPIE
Chester, enero de 2008

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